Paradójicamente no la conocía nadie.
Su nombre no está en las agendas
ni en los directorios telefónicos
de gobierno ni grupos de timócratas.
Ella es lo más anónimo que existe por de pronto.
Ella lava los pisos de casa y lava y seca
platos y come en un rincón de su cuartucho
y las otras, a más su madrastra,
la callan como a una criada
y la desprecia como a perro pulgoso
aunque, en el interior, se muerdan
por envidia y salten
las vallas de sus temeridades.
Ninguno pensó en la Gran Fiesta que ella
vendría de módulos analógicos, de un mapa
del corazón geográfico de América o el Mundo,
con todos sus nobles apetitos.
Ninguno la visualizó enteramente
con sus conexiones de consciencia libre,
abundantemente generosa.
La observaron con rudimentarios ojos.
La medio-oyeron con orejas tan deficitarias.
La leyeron de códigos cuneiformes y jeroglíficos
que informan sin contextos eficientes, de modo
que pudo ser cualquiera, alguna que no tenga
paisaje ni posición, ni alcurnia ni perro que le ladre.
El lenguaje que habla no existe.
El potencial que tenga su persona es un borrón
y una mancha de tinta, o de excremento,
en un papel tirado a la basura.
En geometrías planas, abstractas, casi arcana,
si algo la alude será lo que diga moralmente
¡ella no existe! ¡no es posible!
espiritualmente, está tan mal leída,
no tiene las precisiones necesarias.
26.
¡Pero estuvo allí! Y no es ganado humano.
Y, de veras, me extrañó que allí llegara.
Entró y causó asombro.
Tenía un cuerpó que julepeó expectivas.
Una elegancia juvenil, madurez afectiva.
Quien quisiese apremiarla con preguntas
y pasarse de listo con su encanto
se fue al bombo: durante el banquete
todo transcurrió como hola, buenas noches,
y comieron y brindaron ceremoniosamente.
Después, por causa del baile, las penumbras,
jaranas y licores, el humor y la ebriedad
de la bolinga, hizo toques de diana, levantó
a los dueños de puñales, vistió despacio
a los que tienen prisa de ir a comer en las ollas
de Egipto y adular y ultimar los cuerpos más jóvenes
con su magreo, animales fosores, hipócritas,
neuróticos, inmorales, sofistas sin la chispa divina
de razón que ella conoce y la viste gracia.
Posiblemente, insolícitos fantasmas se acercaron
a ella, Cenicienta. Le ofrecieron los sorbos
de su testosterona, semen de sus licores,
mariguana, metanfetamina, anestesias
con promesas y placeres prohibidos,
frenesí de segunda mano, alturas de poder
y de cresomanía, todo con tan poco contacto
de los ojos, que ella se fue, corrió a su casa
bajo un cielo turquí, con los ojos llorosos.
Canto al hermetismo
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