A cada hora pienso
sobre los pasos de mi niña
cuyo lindo semblante
tras el velo se cubre.
Los chacales de Kagera
no la podrán morder
ni kafires de Londres
ni rusos me la podrán quitar.
Hazañerías de infieles
ni con soles de Atón
la harán huila de su paz.
Lunas ignescentes en vano
a la noche suben, en vano
de la noche se irán.
Mi niña afgana es jovial.
Nació en Farah y su padre
hizo alfombras hasta que murió
y me dijo: ¡ámala! Obedecí.
La amé sobre el henasco.
Fui su verano, su khazneh
de soledad, su alegría
geográfica de ser.
¡Pero la hierba del henil
sangró, y no de regocijo!
Vimos a quiénes escondidos,
son seres de vela y aúpa!
Blancos, pálidos del Soviet,
perseguidores, águilas
de pulcra temeridad contra el amor.
Cuicos contra la libertad.
Ella los vio y dijo son británicos.
Que sea un espejismo, no temas.
¡Recuerda el cántaro que yo el cuchillo
jamás olvidaré, seamos carne otra vez!
De El libro de la guerra
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