Primera sesión:
¿Qué quiere leer usted?
Un autor puede escribir lo que se le pegue la gana; lo que no implica unas garantías de publicación y distribución. Puede traicionar una ética generosa en favor de sus egoísmos; puede adoptar una actitud de vanidad y soberbia, o seguir siendo un portavoz de la sinceridad y la virtud de un pueblo y para el pueblo. Como se mencionó en la Introducción, lo que, históricamente, ha sucedido es que los creadores han defendido, con uñas y dientes, su derecho a la expresión, libertad de palabra y discurso. La misión de escribir que ese individuo tomó como suya, al cabo del tiempo lo haría el poeta y escritor, como lo entendemos hoy, con independencia. Esto ya no es ser mero escriba, copista, trovador o amanuense al servicio de una autoridad, sino ser uno entre los que comunicó y contribuyó a la materialización de una profecía: el derecho de todos a expresarse en libertad y en leer en las mismas condiciones, sin que nadie lo persiga.
Hay que empezar con este señalamiento porque el escritor que piensa y comunica por sí mismo es el producto de un largo proceso. Hacerse escritor implicó una lucha por salirse de tareas que se le impusieron, o lo ataron antes, en el caso que diera textos escritos, no sólo orales como el trovador. Es interesante lo que ha sucedido con quien es el predecesor de quien hoy narra cosas, preconiza otras nuevas, evalúa y propone, en distintos géneros literarios. El predecesor intelectual del escritor fue el escriba o el copista. Aunque ésto pudiera verse como oficio humilde, en el Antiguo Egipto, una de las cunas de la Civilización, no lo fue. Se consideraba un personaje fundamental y culto, un experto y para entenderse con la escritura jeroglífica, tendría que saber «los secretos del cálculo, siendo los únicos capaces de evaluar los impuestos, asegurar los trabajos de construcción y transcribir las órdenes del faraón». De todas formas, el escriba fue un funcionario del Estado y su pensamiento, por el peso de sus funciones, estuvo subordinado.
Otro subordinado, copista de las Sagradas Escrituras y amanuense de la Antiguedad, pero predecesor del escritor, es el escribano. Entre los hebreos, el Escribano / escriba / soh·ferím, soferim / podía hasta fungir como el docto(r) e intérprete de la ley. Como notarios públicos, preparaban los certificados de divorcio y registrando otras transacciones. «En tiempos posteriores, no tenían ninguna tarifa fija, de manera que se podía negociar con ellos el precio de antemano». El amanuense es otro funcionario de esta clase con tareas secretariales.
Durante la época del Imperio Romano, los aristócratas contrataban a los amanuenses para que escribiera (por su puesto a mano y linda caligrafía) en su nombre. Como los secretarios de hoy, los amanuenses tendrían una diversidad deterninada de niveles de destreza, educación y poder político. A un amanuense con habilidad retórica, un aristócrata podía distinguirlo con la tarea de preparar un discurso, confiándole o premiándolo con cierto poder detrás de su nombre. Pero sea como sea, él es empleado y segundón. Medra a la sombra de alguien, aunque sabe que ofrecer buena caligrafía (o aún, offering their handwriting, con cierta retórica extra) no es ofrecer la inteligencia. Todavía el funcionarillo no está en los niveles creativos del lenguaje estético, sino en las orillas y charcas del lenguaje utilitario.
Tampoco sea cosa de ser malagradecido. Muchas personas que sólo pusieron su mano de buen copista, su labor secretarial, recibían el dictado de gente que tuvo mérito intelectual. Sirva ésto de consuelo. Oyéndolos el que tuvo buena mano, algo aprendería. En la actitud del buen oyente, hay aprendizajes valiosos que muchas familias nobles del pasado premiaron. Supervisar la correspondencia de un amo, o una celebridad, fue confianza y a menudo galardonada. Posiblemente, el buen oyente, buena mano y empleado de confianza, dio un paso adelante en la integración del copista escritural y el pensandor y fue al actuar «as an editor or advisor as well». Será entonces el editor. Con sus frases, asesora. Mas todavía el paso mayor quedaba por dar.
En la historia de ese escritor / poeta o creador / que no tuvo nombre propio porque fue sólo copista o escribano, un día sucedió algo que el pueblo amó. Se rompió el cordón umbilical. Cortesanos dejan las cortes para hablar de las vidas en la Corte, donde no se le pudiese oír; compondrían canciones con temas cortesanos bajo su propia responsabilidad. Trabajo lento el que haría por la ventaja de estar fuera de casa.
Esto sucedería en Provenza durante el siglo XI, gracias a quien llamamos el primer trovador conocido, Guillermo de Poitiers (1071-1127), también conocido como Guillermo IX de Aquitania. Puede que antes haya habido trovadores, mas no creo que mejor que éste.
A los trovadores, mayoritariamente surgidos de la nobleza, les gustaba la vida vagabunda. Su actividad se intensificó a partir del siglo XII. Fueron, en algún aspecto limitado, precursores de la corresponsalía de guerra, por eso dice que vivían «a medio camino entre el guerrero y el cortesano». Si bien con sus canciones amorosas crearon el estilo, hay que saber que también se dieron sus mañar para hilvanar su propaganda política, sus debates y, en definitiva, una visión del mundo, que ha llegado a ser «el inicio de una historia cultural y política con una variedad que no encontramos en ningún otro documento de la época». La literatura de los trovadores será una de las fuentes básicas de la poesía que durante siglos se cultivará en Europa occidental.
Los trovadores normalmente cantaban en occitano, en concreto en la variante lingüística de Tolosa, que era el centro más importante de la cultura trovadoresca. Fueron los primeros en aprender que viajando se aprende y más que encerrado en las bibliotecas, porque, al viajar se oye, se ve, se dialoga, se olfatea, se educan todos los sentidos con interrelaciones humanas. En el viajar, se esforzaban en transmitir las noticias a grandes distancias, entre una región y otra, supliendo con sus presencias lo que hoy es tarea de los medios electrónicos, radio y televisión.
Su trabajo sería lento, no puercamente improvisado. «Seguían los tratados sobre la lengua y el arte de trovar que fueron apareciendo en su tiempo. Entre estos documentos podemos mencionar Razos de trobar de principios del siglo XIII, de Ramon Vidal de Besalú, Reglas de trobar (1289-1291) de Jofre de Foixá, el enciclopédico Lo breviari d'amor (1288-1292) de Matfre Ermengaud, que se centra sobre todo en el amor y su tratamiento y no en los aspectos gramaticales estrictos». Bien. Todavía hay reglas que seguir y mucho que estudiar porque los trovadores cortesanos genuinos, «casi todos habían estudiado el trivium (gramática, lógica y retórica) y el quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía)».
Es interesante que el trovador ya pone la cara ante el mundo y ante lo que dice. En adición, está consciente del espectáculo de su voz, como el copista o escribano que pone celo en su caligrafía porque es su mejor carta de presentación. El trovador es un cantautor, aunque el auditorio de la Edad Media no es tan sofisticado como hoy. La creación literaria es importante aún cuando carecieran o no de buena voz y de agradable pinta. En esencia, su arte seguía siendo un ornamento más y un ejercicio de ingenio. Verlos en las plazas, o en ciudades lejanas, concentraba una atención impresionante. Al trovador que los aldeanos vieran, a no ser que fuera uno harto chapucero, se le daría por admirable porque, por lo general, todos tenían una buena formación. Estaban sujetos a crear textos y música. «Y textos dentro de unos moldes estrictos de métrica y versificación que no podían improvisar».
Los trovadores de clases más humildes dependían de su habilidad para sobrevivir y prosperar. Son ellos los que apelan al leit-motif de la amiga, ente real a la que dirigen sus escritos porque, en muchos casos, es la la esposa, la hija o la parienta / dama / de un señor importante / que les permitirá entrar bajo su protección. Cuando se viaja es importante que se apele a un amigo / amiga / señor, que eche la mano, porque el poeta-itinerante y vagabundo también come. A la dama / la amiga / hay que buscarla entre la gente pudiente, porque mucha gente aldena y pobre / todavía no entiende que ser poeta / trovador / es un oficio que se quiere crear rentablemente. Por de pronto, no hay salario. Este «radio-bemba» cae gratis. Atrae a los gentíos. Sin embargo, nadie paga por oírlos, como sucedía cuando este creador / funcionario / no fue cantor, sino un copista, o un cortesano instruído para otras funciones, tal vez una notaría o secretaría de palacio.
La pregunta inicial, ¿qué se quiere leer en la actualidad? ... ahora que el escritor está dispuesto a decir lo suyo y no lo de la autoridad que lo contrata. Contestaría que, en las condiciones del presente, el escritor independiente ha venido perdiendo el auditorio, porque se está volviendo al juego medieval, donde el escritor / compositor / de una aparente canción de libertad y amor / se ha convertido en una canción mediatizada, aunque los cordeles el trovador marionetero sean muy largos, invisibles y, al parecer, distantes. Esta pregunta no es realmente sobre lo que se quiera leer, sino sobre lo que se pueda. ¿Qué hay en el mercado para que yo lea? ¿Qué se ha condicionado y cómo afecta a cada sector del público? Estoy convencido de que la literatura vive en un estado de permanente emergencia. La industria editorial, casi en su conjunto, dejó de apoyar a los autores noveles que enfrentan su trabajo con honestidad, para promover un tipo de producto pseudoliterario que rebaja la percepción general de lo que antes se entendía como literatura. [...] Y es que la banalidad y la simulación de la Civilización Supermoderna lo empapa todo, hasta el punto de equiparar el éxito de ventas con la calidad. Hoy las historias de contenidos superficiales, bajo una deficiente forma y sin fondo, son las que reinan en el panorama literario, mientras asistimos a la derrota de la Gran Literatura. [...] Da la sensación de que una parte de los involucrados en el proceso editorial (escritores, agentes literarios, editores, críticos y periodistas), están planeando y ejecutando la muerte de la literatura, su asesinato, mientras los lectores, alienados por la simulación, aplauden como si estuvieran viendo tal acto sentados frente a un televisor. Es la cultura del entretenimiento la que se superpone a la cultura del pensamiento, donde enanos mentales, como Francis Fukuyama, tan festejado por los medios de comunicación de masas, son los grandes pensadores de la Época Supermoderna. [...] Pero dicha civilización parece que naufraga, en la propia crisis generada por la ausencia de valores espirituales, cuando el Becerro de Oro que todos idolatran se desquebraja como el mismo modelo económico en el que se sustenta. Y aquí la historia bíblica toma la forma de la parábola para repetirse en los tiempos de hoy, con un dios supletorio que nos conduce hacia la distopía. Ésta es nuestra civilización fracasada, la Humanidad ante el callejón sin salida, donde el ídolo monetario refulge con el fuego de la avaricia y la especulación, y donde la literatura, como un apéndice corrupto, rebaja su esencia para ir a la búsqueda exclusiva del logro económico, y así mostrar su rostro más siniestro. Lo citado es parte de lo que Panigua titula Manifiesto para una nueva literatura independiente. Y yo creo igual, cuando se intenta una respuesta a la pregunta: ¿Qué quiere leer usted? encontramos que ya el querer está demás; hay pocas alternativas. El mercado las suple. Falta literatura independiente por las razones que Panigua menciona. El escritor está siendo utilizado por los viejos administradores, verdugos del Discurso Nuevo o la ruptura con los viejos discursos de la literatura. Muchos escritores ceden a la tentación del Becerro de Oro.
El escritor Pablo Panigua, al contestar esta pregunta dice:
de esta manera insertan el concepto de amor platónico
braguetazos
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