Thursday, June 25, 2009

La calandria y el búho



a Enrique González Martínez (1871–1952}



Busca en todas las cosas un alma y un sentido
oculto; no te ciñas a la apariencia vana;
husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,
escudriñante el ojo y aguzado el oído:
Enrique González Martínez

Hay unos seres volantes
(yo les digo: «Son ángeles / hembras / varones /
con misteriosos libros / el silencio nocturno»),

intérpretes, husmeadores desde su quieta estámina,
con el ojo tan claro y tan puro
y parecen que viven en la sombra,
entre grutas, o posados sobre un ramaje;
pero yo lo ví en Mocorito, uno al menos.
Cuando el Sol me dejó ver que él duerme

y no todo es ajetreo, dinámica
de rudeza y de positivismo, dije:
Lo ví. Un ángel sanador
de mi miopía.

El médico fue, desafiando a los cisnes
que no vuelan tan alto como dicen.

Sereno fue, tan bondadoso
ante aquellos parientes, hoy cansados

y en penumbras, los mochuelos, insinceros
después de mucho alarde divertido
Eran como yo,
voces de calandrias,
espiones para verlo.

Veedor en la oscuridad, consolador
de aquellos a quienes cortan el hilo del destino,
sabio de la Apacible Locura, la calandria
te vio, y yo te he visto, custodiando
mi noche en la Acropolis a fin de que entienda
que tú, en la ética del mundo, eres
quien restauras la fuerza, quien instruyes la bondad
quien despejas la verdad del ensueño
y del arcano. Y yo te digo, «ángel mío,
Enrique, ave-pegaso, mentor
de mis noches, sublime hermano».

Cuando al fin te avizoré la tristeza pisaba
los senderos; la melancolía rondaba
el aire como aliento; sí, venías a corregir
la ruta de mi tiempo, no a darte descanso
(esas noches por donde rondara Milton
para ver a Prometeo, todavía encadenado,
es la misma noche de Verlaine,
en la Semaine Sanglante, cuando escapaba
por las calles letales y violentas
el ying-yang de la Comuna de París.


Esas noches que también me obsedieron
en la prisión de Mons, esas noches que enojaron
a Rimbaud, herido a tiros y Baudelaire).
Entonces el ángel traductor se volvió un búho
y vino a los mochuelos como ante aquellas
dos hermanas en Mocorito,
«dos tristes y pálidas» hermanas. . .

Hay unos seres volantes
(yo les digo: «Son pájaros»
con albo ropaje, invisible por santa inconsciencia
como la niñez ingenua que los ve).
Vienen al campo como si fuesen aroma,
efluvio lento, cauteloso, precavido.


Nunca están desantentos al murmullo
ni al dolor ni a la muerte. Ni al gemido.
Ellos sufren el día porque mucha luz enceguece
y se alimentan de la noche, otean el horizonte
y donde nadie explora van. Mientras vuelan
van tensos, solitarios, y es la razón por la que pausan.
Son sabios seres volantes, analistas
de cada situación; marcan el territorio
con el súbito graznido, se defienden de la apariencia
del rijo, que son la intrusa vanidad,
los agresivos esplendores.
La mucha luz que deslumbra, distorsiona.
Confabula espejismos.

Hay unos seres volantes
(yo digo: «Son hábiles en lo oscuro.
Ese es su mundo, su universo:
el silencio nocturno»} y yo, una calandria,
cantadora y diurna, y ellos, los sabios de la noche...


Estéticas mostrencas y vitales / Indice

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1 comment:

.:Maika:. said...

Todo lo que se ha materializado es dado a trnsmutar en algo alterno -no necesariamente mejor- pero diferente a simpe vista.
Yo he mirado alto, y he mirado lejos, y en ocasiones veo, caminando pacientemente a mi lado- a un ángel que toma muchas formas y desaparece ante los sentidos físicos en los que solemos creer y confiar en demasía.
Entiendo por qué me ha recomendado este escrito...siento que el alma se llena de algo bello. Es hora de ver, no queda mucho tiempo y debemos hacer que valga la pena la estadía.
Caballero, usted siempre es una ráfaga de paz para mi alma.
Gracias por eso.