Sunday, June 28, 2009

Se creció el río Guacio, 1898 / Discurso del duelero Don Lino



Voy a navegarte, por terco
que te pones, por rumbos que olvidaste.
Vayamos por ejemplo
al Guacio que se creció en agosto
y se tragó a los realistas
en días de la invasión americana.

A otros, en desbandada, ávidos
de verse cautivos por los yankees,
bautizo entre los cobardes
dio el río Guacio y la muerte.

Mira a quien tengo allí,
sentado, con la fingida ofrenda
de una pierna enyesada:
Julio Soto Villanueva.

A su lado, observa tú con detenimiento,
ya descorrí las cortinas de brumas,
tengo a Francisco Arocena.

Indice: Epica

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Discurso del duelero Don Lino

Feo como alacrán que maldice
con su voz dejativa tras morderlo la muerte
(en acusmia de sepulturas bermejas y abandono
pues le hablaron las ánimas) salió
como duelero aquel Don Lino,
el maestro rural de Guajataca.
El Muerto Vivo.

Feo, pero seguro. En libro de concordancias
y cósmicos secretos, leyó textos de Alfarabí,
instrucciones precisas sobre cómo presidir
la Danza, el aquelarre, la fiesta de los macaveres.

Malo fue pelar el ajo y morirse sin recordar
a otros, a su pueblo, el por qué se mete
a espabilar los cuerpos en los montes
en medio de las quemas y las hambres.

Mujeres de Pepino, adoratrices de curas y albalaés,
esclavas del Sacramento Santísimo, ni a los Adonis
amados de Afrodita, la Muerte los proteje.
Un jabalí vendrá por él o ellos. Los mascará.
A todos los Adonis los destaja.

Niñas Cabrero, Mantilla Yparraguirre,
hijas de las familias de abolengo,
nenas más tiesas que el ajo,
leeré la Gran Cartilla de Alfarabí,
con voz que me permita persuadirlas
como Hernández Arvizu lo haría en vida
si viviera este día... no hay
ya Manos Negras en España, a su juicio
se fueran a la mierda, en escarmiento,
huyeron de Jerez y Andalucía. Se largaron
a Cuba, a Filipinas, al santo monte.

Comenzarán las Fiestas con Titina en la carreta
y una Novilla delante que la arrea; en enero
por Fiesta de patrón, habrá Misa y Danza
y el Negrito vestido de levita va decirles
que hay insensatas opresiones y mentiras.

El Santo de Narbona viene también en la comparsa
y el Hijo de Dios, el propio Cristo, con él viene
y con otros flechados, dolidos en la carne,
perseguidos y quemados en hogueras, vienen
y dirán lo que les dije: «Este pueblo
de San Sebastian del Pepino no es eterno.
No rezará siempre como reza.
No seguirá a pie juntillas sus hoy virtuales Sacramentos
(dándose azotes de ayuno y ausencias orgasmales,
resolviéndolo todo con misas de paga y ostracismo
para sus hombres generosos, verdaderos autarcas).

La muerte viene. Querrá su danza violinera.
Que no se enoje Don Andrés Cabrero
porque con Solines Hernández querrá bailar
la Calaca, ni se enoje Echeandía porque
Luisa Vientós ha de bailar conmigo.

Vendrán diablitos, ex-esclavos de sus matorrales,
explica Lino, el hereje por siglos, el rebelde. El feo.
En las Danzas de la Muerte, se pide
Que sea el óbolo de hondo regocijo, que el propietario
Ee niegue por un día sus privilegios en Casinos.
Sepan pobres y ricos que la vida es finita
y vanidad de vanidades, el terco fruto.

Con las damitas de Zagarramurdi y las Labayen
bailarán, levitas a su vuelo y colorines, los demonios
en la Plaza, los sátiros morrongudos que lo solicitaron
a las Benajam, a las Arvelo, las del Pozo y Ballesteres.

20-06-2004 /
Indice: Epica

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El líder de Los Sucios

a Juan Ignacio Bascarán Quintero (1854-1898),
guerrillero mayagüezano, organizador de la tropa
voluntaria de «Los Sucios».

No me gustan los ahorcados.
Menos las cárceles que injurian
el cadáver, menos las dudas
y circunstancias misteriosas
de eventos tales en que la muerte
reclama al inocente y al apesadumbrado.

Juancho, ¿qué pasó contigo?
Te colgaron, Bascarán,
y una bala perdida no aparece.
Del libro de visitas, se cortaron
las páginas. Al parecer, no te conoce
nadie. Siquiera Concha Gayá,
tu mujer, tus cuatro hijos.

No me gusta esta moneda
que se puso en tu boca, Juancho,
ni que haya nadie que reclame
tus huesos, ninguno que te ofrezca
un adiós en tu siglo, espadachín valiente.

Desde la Cárcel de Mayagüez,
después del duelo llamaron a Caronte.
Desaire a Schwan hicíste; sólo se dijo
Capitán de incendiarios, come-vaca,
ése tu nombre... «Hagan el favor
de tirarlo muy lejos; ya está muerto
y aún sangra, el balazo que,
en Arecibo, le dimos».

03-12-1998 /
Indice: Epica

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