Judex ergo cum sedebit:
quidquid later apparebit;
ni inultum remanebit:
Requiem Tuba Murum
Ningún cafre, con su bayú, transforma
este objetivo que Ella trajo
con el afirmativo Sí que vuela tan bajito.
Ningún diablo en patines
la arrancará del volante, Ella maneja.
Dice su inesperado «Es Hoy»
y comanda la relación originaria
con el Ser. Todo a su antojo.
2.
Es la jueza que evalúa lo oculto.
La Gran Dispersadora de tinieblas,
cesación de lo orgánico
y pide el bíos y los cuatro puntos
cardinales y el centro del punto caramelo
y la ilusión y cada proyecto de la muchedumbre.
No oye a poderosos ya ni a machangos
ni al pichote que es bobo a propia cuenta
ni a pendejos ni a los listos de millaje
ni a cualquiera que perjure sus ínfulas
y el dominio con angustias medulares.
3.
En vano dicen los mortales: «¡No quiero!»
Ni ebrio ni dormido rendiré mi Jamás,
mi No rabioso. En vano dice:
«Ni muerto ni cadáver, perra bruja».
Se afan con sonido de trompeta, pero...
en fin, no se lucirán esos chayotes. Nunca.
«¡Que te den morcilla, Chucha sata!»
«Que te emponzoñe una araña panteonera
antes que me toques con tu olor de sequedal.
O telerañas en los harapos negros».
4.
¡Pobrecitos! Quien sin sepulcros cavados
por los hombres, retumba con sus voces
es la que nunca se avergüerza.
Visualidad es, desnudez pura, voz de inocencia,
Lux Aeterna, Jueza de la Cesta hermosa.
«¿Qué vale el truqueo de los pateones?»,
Don Luis, sepulturero, lo pregunta.
«¿Qué... y la girla que reparte sus cricales?»,
acota don Emilio, su ayudante.
«Nada», responde Atán el negro,
vigía del Cementerio Viejo de Pepino.
La reina de la Luz, habitante del Túnel,
no talonea en burdeles,
no es Mapi por el placer cautiva,
no es el azar de Maximina, bolitera
con quien puede apostarse pesos y centavos.
5.
Es Misa Suprema y día de lágrimas,
«lacrimosa dies, versa est in luctum»,
susurra Juanito Sacramento por causa
de escuchar las misas de difuntos
del Curato y la Iglesia.
La propia nada como tal existe aquí.
Vino Ella. Lo ente en su totalidad
quedó caduco. Como si el puro ser
y la nada fuesen lo mismo.
Del libro: Yo soy la muerte
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