Sunday, June 28, 2009

Murió Sandalio la Yegua / Don Aguedo y Juanito Pana


Ven, Pavín, con bombardino en mano,
y que tu hijo se traiga la guitarra
y sus dedos mágicos y su alma
que es toda melodía.

Murió Sandalio la Yegua, artesano
con talentos exquisitos. Hay que recordar
los cargadores y el linaje de Cirila, fallecida.
Ocho generaciones por su causa se formaron.

A dos trancadas, se presenta la Muerte.
Llegó anoche al Pueblo de Pepino.
Ya se sabe por quien vino, sigilosa,
Luto pone en la casa de Sandalio.

Vengan, trajineros, que hay que llevar
su ataúd al cementerio y escardillar
ese palmo de sepulcro que a las verijas
y las piernas de Cirila se parecen,
a sus brazos hermosos y velludos,
a sus manos eficientes que tan gratas
fueron para las barraganías y los caprichos
de Cheo Font, su cortejo bravucón y majadero.

Arrancaremos las malas hierbas
en plena madrugada, acostaré al hermano,
consolaré a Pavincito, echaré en sal la tristeza
que los toca; es gente buena, cantarina.

Han sido útiles y honestos tanto que,
sin aflicción alguna, lo echaré en la boca
del reposo, en la tapia de la muerte,
como a las propias rosas.


16-06-1989 / Indice: Epica

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Don Aguedo y Juanito Pana

«¿Por qué la muerte está de ronda
todo el tiempo y el Padre de los Pobres
(lo nombran Don Aguedo Vargas y Labaille)
en el oficio triste, convirtiendo en ataúdes
sobrantes de las cajas de ajos,
tablones que nos saben a sal
de bacalao si los lames?»,
a tí lo pregunto
a tí, Juanito Pana.

«¿A quién entierras hoy, don Juanito?»,
le preguntan. Juanito y la muerte
siempre hablan, se conocen
secretos. Intercambian confesiones
y, tarde o temprano, él no calla.
Y tampoco la muerte.

Indice: Epica

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Memorias de Luis Vélez

Para declarar la novedad de lo adquirido,
su paso por Williamsburgo, su buen vestir
de ahora, observa con la mirada torva.
Camina con paso jactancioso, tumbao.

Riñe con arcaicas costumbres,
se burla del terruño y del viejo descalzo,
del niñajo esquelético y la jíbara casta.

«¡Cuidado, guapetón!», ya te echó el ojo
Niké y una hermana de Crátos.
Al Bíos se dijo: «él me gusta pa' qué Keres»
y Keres, diosas de la muerte son;
hálitos de premura, bocados de carroña
que se sirven a buitres, a los Unos
/ don Nadie / Señores Cualquiera Sean
/ wanna be de lo inauténtico,
odd guys / and ugly losers.

A los que burlan selva y tribu,
etnia y casta, autoridad afectiva
y todo lo tornan en dolor y despojo,
en poblados y en aldeas,
cualquiera sean, de Corinto al Helesponto,
de Añasco a Ceiba, de Mayagüez a Pepino,
Zelo los mira, lo sopla a Crátos.

A la fuerza, al poder, a la Kürwille
se cuenta todo, se investiga.
El informe es completo, minucioso
y Zelo lo presenta, con celo,
detalle por detalle
y sin mentira
a la Muerte.

El esnobista que blasfema,
el farfullero, voz de títere malo,
el odio de alguna gente lo llama
con nombre y apellido: Luis Vélez
y vieron que salió de El Ultimo Trago
de Don Funda y antes entró
a bares del Guayabal.

Se percibió lo indecible: espíritus
de ron caña y espejismos de sí mismos
junto a Santito Rosa, el ojo de águila.
Aquel del cigarrillo bien posado
entre dedos y 6 pies de estatura.

Siempre imprudente, el aguajero dijo
que su nombre fue escrito
en la koinonía politiké
(¡soy importante! y trajeado
aquí se arma mi cinto,
aquí guardo disparos).

En el libro de los muertos
y en el libro de las horas,
se tendrá mi memoria
y hoy soy animal cívico,
hombre de empresa, bodeguero,
y vayan a ver mi bar en Hoyamala.
que la guardia no bajo, ni a mis años.

Muy distinto a la aldea que le dio despedida
y lo vio con una mano atrás y otra delante,
emigrado a los niuyores, en antaño,
es él, hoy es nuevo su mundo de progreso.
Lo advirtieron: «Luis Vélez, parejero,
Pepinito sigue siendo el mismo».


En la barca, con Caronte al mando,
se perdió su moneda, oferta
de llevarlo a la orilla de ese allá
tan prometido, el Edén social
que cree que se merece,
para que sea mayor su autoridad.
Y, en fin, tenga comodidades,
lengua nueva, verbos más incisivos
y reconocimientos.

Mas fue aquí que naufragó,
«Carajo!», dijo. Volvió la burra
al trigo... Sea como sea...
Llegó, entérate, Pepino.
A Luis Vélez lo vomitó la bruma
y lo tienes aquí, en Fiestas Patronales,
en enero bendito, comprándose
con insolencia el Pueblo Entero.

De Hobbes trajo el contrato
de las bestias y mucha rabia observadora:
¡Qué feo está este pueblo, carajo,
mira ese viejo con la artesa en la cabeza!
«¿Qué carajo pasa en esta barra?»,
siguen eñangotados agregó él
y Zelo le salió, en sobresalto, del bolsillo,
celo que es hermano de Niké,
¡ni qué te importa, pendejo!
Zelo que no traga cuentos,
que no se esconde en el miedo.

El coraje lo tiene objetivado.
Zelo es venganza arrolladora,
la dinamita pura, la pólvora
en el trago que se bebe.

«Aquí no pasa ná que te importe
y cállate, porque sé que te cagas
en Dios y no me gusta,
tú maldices las hijas profundas
del terruño, a lo más bello del Hades
y de las Gracias, al inframundo
y el misterio, Luis Vélez».


Y no abrió la boca más
sino que oyó, más bien, que Vélez
lo maldijo: «¡Me cago en Dios!
Mira quién me habla de las Gracias,
Zelo, el borracho, Zelo ajumao».


«Que te calles ya»,
reaccionó Zelo
y le bailó la cara a Luis de un galletazo
y lo tendió en el suelo y lo observó con asco.
Yo soy la Muerte, hablador,
y si te digo cállate: ¡A callarte!

Indice: Epica


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