Wednesday, June 24, 2009

Neo-colonialismo (1)




En la época en ya no se anda con garrote
de un lado y para el otro, en caza de cimarrones,
cuando ya no se edifica una horca, o funciona
la guillotina y la cámara ardiente, dizque
el fin civilizado borró desde ayer
y para siempre la ley de la selva.

Sólo algo es eficazmente represor: el trabajo
que te deja con los sueños incompletos,
la faena no cumplida que te da laxitud
y te entrega, en condena, a delirios penosos.


Trabajo, si lo tienes, te consume mediocremente
y dependiente del salario; trabajo negado
te da el castigo de no poderte comprar
ni los zapatos.

Así vive la gente en los bordes de este hemisferio metafísico
y no sabe si creer el perspectivismo pluralógico,
ni este Estar, sin Ser, que es fundamento del neocolonialismo.

El opresor está presuntamente escondido; el pueblo
lo imagina con su garrote; ¿dónde se mete?


Lo pregunta en carne viva por su necesidad
de buscarse protección y ocultarse
de la inquina y contextos culturales, esquivar
a ese que lo encapasula en delirios
y lo deja con esa pregunta permanente.
.
Alejarse quiere, por razón de no saber comunicarse
y compartir, ese miedo que lo condena
y lo inculpa. Es que, en su fuero interno,
se siente depreciado, en soledad invisible.
El precio se lo dan en la sombra,
donde no se vean adeptos si el pánico.

Pero, en estas neocolonias del materialismo,
se yerguen los mesiánicos; inmenso es este polo
de actitudes exaltadas, donde un dios se cree
cada pendejo, o un hombre-lobo
es el calvo que echa pelos cuando la luna
es oronda como bola de queso.

En las discotecas y antros, se meten
con gestos erotomaníacos y tienen amores imaginarios
con el amo-opresor que nunca da la cara;
libertad sacan de espejos, borrosos, celotípicos.


Y salen a la calle, con rabiosas ganas de crimen,
porque así, dizque se asoma con su ley, el opresor oculto
que escondió el garrote vil, hoy es amante bueno.

Desautorizó
la existencia de escarmientos habituales.

En la neocolonia, no es él el que mata
ni sus jueces condenan; ni el lacayo señala
con el dedo; aquí uno, como súbdito, se inculpa.
El pobre se maldice a sí mismo.

08-03-2000 /
El libro de la guerra

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