Monday, June 29, 2009

Cecilio y su hija

A Marcianita Echeandía Font (1885-1968)

Se necesita un beso continuado.
Quien venga hasta tu cama y te despida
de los juegos de la tarde, de las voces
de los días. Un beso que tenga tradiciones
y a menudo te abrace y te diga te quiero;
buenas noches, hija mía, que profiera
qué linda infancia, qué rostro el tuyo,
lindo, tierno, casi altivo, Marcianita,
flor de mis nanas sentidas y mis euskalerías,
y, en medio del dolor del crecimiento,
ese beso ha de ser, tu verdadero beso,
uno, el único idóneo
para que profundamente te bendiga.

Uno para los años
en que faltará el padre,
la abundancia del Pepino
que te mima, uno que te proteja,
te ampare, Marcianita...

Y él comenzó a faltarte. Lo adivino.
Cecilio ha muerto,
Cecilio, tu raíz antigua,
tu orgullo identitario.
La ausencia recompone o desfigura.
La ausencia fortalece el ser,
si así lo quieres,
pero también separa y olvida.

Y aunque seas patriota,
hábil de convicción,
adelantada, feminista,
mujer de la vanguardia,
con todo lo que Forest, Betances,
Matienzo, Albizu, arrojaron
como esencia al alma colectiva,
te quejarás, Marciana,
has de quejarte.
Puede que desesperes.
Que, en tu regreso, pidas
con ojos pordioseros y anhelantes
un poco de vieja bondad,
aceptación y caricia.

Una vez descubríste,
no tengo nada. Lo dijíste.
Ni tu beso ni tu nana ni tu despedida
ni tu herencia ni tus conexiones
quedaron... hasta Pedro, lo dijo,
ni familia... y conocíste los celos
y el aburrimiento
y la amargura
y no supíste si bueno
fue cuando te fuiste,
ni malo fue cuando llegaste...
No supíste, además,
por qué estás tan sola,
hediendo a desamparo y a olvido...
si la carencia fue primero,
o el desamor, padre mío,
¡ya no lo supe, ya no quiero saberlo!

Te parecíste de repente al Pepino
del '50, represivo, paranoico,
sediento de sangre del nacionalismo
y con el ELA culminado
y hoteles y turismo
y dormíste en las calles
y la patria fue tal calabozo
que ya no te valdría ni la fortuna
ni sueldos de acomodo ni títulos.
No hay puta miseria más miseria
que el colonialismo que te topa
por los mismos caminos de regreso.

No sé por qué perdíste tanto, mujer,
tú que lo tuviste todo, ¡hasta sus besos!
hasta un Pepino donde fue grande
tu semilla y tu estirpe, donde vestiste
la aristocracia de la sangre y apellidos.
Y un día tu apoyo, tu energía,
se fue a la ruina,
todo te faltaría de repente,
aún tu cimiento,
el Pepino de tu infancia
y de tus días.

Te quedaste sin mogotes en el cerro,
¿es éso, Cecilio? sin pozos subterráneos,
sin árboles en los caminos reales
de tus fincas allá en Cidral y Bahomamey
y Guatemala y Robles, y te pusíste
a media asta en la locura y comenzaste
a morir tan lentamente
que aún estudiando la ley del vendepatria,
el ilusionismo colonial, no descansaste.

Te sepultó la nostalgia
de los viejos días, tu fuente
en la montaña del pasado
cuando el viejo Cecilio,
siendo conservador, sí
te consentía, te quería
como a nadie ha podido
querer nunca más.

2.


¡En Hato Arriba le quemaron
hasta el alma, me parece!
... pero supe que sufríste con él.
A él lo añoraste, lo querías.

¡Tú eras con él... Pepino, él
lo que tenías antes de vivir el frío,
New York, la química, la ausencia,
las pestañas quemadas, sin dormir,
por dar un título a tu padre,
a tu tierra y el mundo,
cerebro militante.
Añadirías a su estatus
tu gran conocimiento.
Lo halagarías. El sabría
cuánto valen sus besos
y lo que fuiste
y lo que prometías
(tú, jiribilla, niñaja,
criollísima Echeandía).

Vales más que los vestidos
que Cecilio te daba
y que el perfume y todo lo que pidieras
para así querer al proveedor de tus caprichos,
justificar aquella infancia, niña rica,
hacerte preferida, por despierta y ambiciosa
como tu propia alma, quizás ya
no vasco-catalana, pero cosmopolita...

¡Cecilio, tú apenas sabes cuánto
me faltaste y te quise! ––confesaste.
¡Tú no sabes aún qué es indagar
en las moléculas, calcular estructuras
en las vitaminas, tú no sabes de la polio,
difícil es saberlo sin sufrirla, tú no sabes
del pueblo cuando enferma
y está triste hasta la médula del hueso,
un pueblo que te obliga a meterte
en sufrimientos, en teorías, los laboratorios...
O de improviso en la esperanza,
como aquel viejo bueno, Rabell Cabrero,
Don Narciso.

¡Ya no sabes dónde el dolor es consigna
y luz, conocimiento y reencuentro
con los dioses que subyacen
lo mismo en el pan que en la sangre!

¡Tú no sabes que es Columbia University
(todavía no lo sabes) ni lo sabe Sarita
ni Getulio ni Chilín, guapo y machista.
No lo sabe Pedro Antonio ni Teresa.
Lo ignora todo el mundo, menos yo
que he estado sola, maldiciendo
a los hombres que se fijan en el sexo,
en el vestido, el maquillaje, el peculio
que se hereda por codicia,
la influencia que se tiene por dominio,
el blanquitaje de los nexos y el destino.

¡Lo que menos vale de las cosas
del amor y sus autenticidades
lo quieren ellos, asqueantes de mi sino,
y me han asqueado hasta el grito
más doloroso de neurosis!

¿Quién va a mimarme ahora que soy
lo que reprobaste, de repente,
tu propia estirpe de Font y Medina,
cepa rebelde? ¡De pronto, me olvidaste
por una aventurera de las calles,
aquella La Capitolina!

¡Los Vélez te han metido en su bayú!
Como gresca ardió en tí su embelequería
y hoy estás, a barrer, inselecto,
en tus cimientos. ¡Todo es un batuque
de lealtad, de gran yanquilería!

Indice: Epica


NOTA: Química farmacéutica, la Dra. Marcianita Echeandía Font, hija de Cecilio Echeandía Vélez y Marcianita Font, realizó investigaciones sobre la poliomelitis y las vitaminas en varias universidades de New York, ciudad donde fue maestra por 14 años. Fundó la revista y el programa radial La Mujer en Acción; también la Asociación de Mujeres Puertorriqueñas y la Asociación de Mujeres Independentistas. A poco de su regreso a Puerto Rico, murió víctima de la depresión y la miseria, viéndose desamparada en las calles. Estudiaba Leyes, a edad muy avanzada, cuando la sorprendió su deceso en 1968 a la edad de 85 años.
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