Tuesday, December 23, 2008

Los molinos de viento / A la Castilla de Oro / Apuñalada su garganta, 1541


El que no tenga la fe para vencer
a la edad antigua de ruido y sangre,
días y ollas de las vasijas huecas
por causa de secos corazones,
días sin nidaje, por cascarones
de residual podredumbre,
refúgiese en la Triste Figura como un hidalgo,
arcaico, pobre, delirante y no venga
con su impostura y credo, porque la Tierra
que muestra Colón, el pañolero,
es ruda. Aquí faltan los barberos
y el yelmo es verdadero.
Aquí no se leen libros de aventura
ni hay otro Santo Grial que servirse
a sí mismo, asesinando en la avanzada
cada indio, al paso de camino,
Aquí no hay cátaros puros en Cruzada
ni verdaderos Templarios, ni magos druídas,
ni Mesas Redondas, oyendo al buen Pastor
o al Rey Arturo, sino piratas sanguinarios
que se limpian el culo con la palabra viva
y los manuscritos, en la memoria
de morillos o rabinos bereberes.
Aquí los molinos de viento tienen
aspas de la crueldad antigua,
pero no son gigantes ni demonios.
Son la aventura diaria del quijote canallesco,
aupado en el realismo del privatis bonis.


04-12-1980 /
Indice: Lope de Aguirre


A la Castilla del Oro

No se engañe usted pensando
que lo recluta un navío que va por especias
o perlas. O mercadería que sorprende por exótica.
La corona imperial católica-apostólica-romana
lo mandará a que mate, aunque le duela
el alma, por su temor a Dios, si es grande;
pero, el matar paga bien, después de todo.
El paraíso al que España lo envía
es la Castilla del Oro, capital
de un hemisferio donde no hay pobreza.
El oro fluye en los ríos y lo que falta
son manos que lo recojan; las perlas
son abundantes, pero temores
cantan en los arrecifes.

Aquí, en Trujillo, extremeño, vivió
Francisca, la madre de Pizarro.
Una criada humilde, tocha y miserable,
de este monasterio; murió de dicha
porque en sólo veinte años su hijo
hizo portentos en la Tierra Firme
a la que mando. Su fortuna fue increíble
en la Castilla del Oro, no especias,
o de granos exóticos.

Francisco fue un Conquistador.
Sí, él movió cielos y capturó mundos
y era un Pizarro González, el hijo putativo
de una criada mugrosa y majadera,
un malnacido, asociada a las familias
de roperos y labriegos pecheros de Trujillo,
pero, al final, usted y yo tendríamos
que llamarlo el Marqués, primer reverencial
Marqués de los Atabillos, gobernador,
Adelantado de la Nueva Castilla,
Alcalde, magistrado, un gran señor
con ganado, tierras, indios,
y la mano obediente de verdugo
en la Castilla del Oro.

05-02-1981 /
Indice: Lope de Aguirre


Apuñalada su garganta, 1541

Fue en Lima, una tarde del 26 de junio.
La muerte lo velaba como se vela en las conspiraciones.
Llegó el grupo de almagristas con puñales
punzantes y obedientes y preguntaron por él
y Alcántara, su medio hermano, los buscaron
por las recámaras y los pasillos del Palacio
de Gobierno y eran unos veinte perros alevosos
y la saliva del rencor sería deber cumplido,
se escurría por paredes, descendía por escaleras
husmeando sus olores, con entrenado olfato.
Y, al fin, mataron a invitados que no huyeron;
Alcántara, en la puerta, agonizaba
y el aposento se abrió. Como siempre, peleaba
este chacal, Pizarro, el verdugo predilecto
de Pedrarias, Francisco, hijo de la criada
y bastardo de Gonzalo.

Bien dijo el aspirante Diego que él no sabe gobernar
en rigor; él funda pueblos y mata. Francisco
es creyente de Curacas y el asesino de ellos
(es que parece nacido para éso: para creer
y destruir al mismo tiempo). Para matar a quienes
le llaman, a él y sus marinos, Niños del Sol.

Al fin, lo vio un cuchillo de la muerte.
Una espada que alguna vez resplandeció en el Biru
como los ojos de él cuando trazó la línea
para trece afamados el destino, repartindose
el mundo americano... Fue en Isla del Gallo
donde nació esa braveza por Castilla,
allí donde olvidó sus miserias de extremeño;
desde entonces, supo lo que será:
fiel asesino, bravo castellano.

Mas quien a hierro mata, a hierro muere
y han venido a buscarlo, cuando ya está viejo,
casi 70 años y, siempre con el sable a la cintura,
e invocando a Cristo. Y la Sagrada Espada
falló en la escapatoria; no la pudo extraer
como quería, pese a que mató al menos dos
de aquellos invasores. Esta vez un cuchillo
se metió en su gaganta y, apena tuvo tiempo
de saber despedirse con el justo respiro
sobre el piso. Con su propia sangre
pintó su cruz de muerte.


22-02-1981 /
Indice: Lope de Aguirre

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