Thursday, August 21, 2008

El secuestro




No se me olvida aquella noche.
Aquella madrugada de abril de 1613.
No es posible todavía.
A jineta subí a un potro castaño de manchas.
Era su color como tu pelo, John, como tu pelo.

Aún recuerdo al varón al que llamaban Samuel
como al guerrero bíblico, juez de captura y veredicto.
El me subió a su caballo y me dijo:
«No es la primera vez que me arroban tus senos.
Tú has de ser la semilla de la Colonia Perdida.
Eres hermosa. Por eso te quiere el Gobernador
(John Smith, como le llamas). No en balde
apareces en carteles de Strachey, el carretero,
y te pinta, como eres, pura, sin culpa, sin malicia,
pubescente, con tus pechos al aire,
con esa boca llena de risa y contento,
con esa mirada altiva, curioseante,
que traspasa el alma».

El fue otro blanco que susurró a mi oído...
«Ven al pueblo conmigo, niñaja. Sube
a mi carreta de la fama, yo soy el arte».

Pero yo no quise a Strachey ni a Samuel.
Ni tampoco al indio asignado por marido.
No se puede querer a los guerreros.
Yo no puedo, John.
Menos después de aquella noche.

Samuel Argall, a él lo aviso,
como el más criminal de todos ellos.
El que me pegó la mejilla y me imaginó
la amiga favorita de Jamestown,
la que Strachey perfecciona por amor
a su busto y sus muslos suaves y perfectos.

Con 150 milicianos al mando, mejor armados
que cualquiera de los Patawomekes,
él fue saqueando la aldea,
quemando los bohíos, dejándonos sin ropa.
hiriéndonos con llamas, dejándonas desnudas
para el frío, y a mi oreja se atrevió a dar
jactancia de sus cosas y dijo algunas
tan sutiles como las que me dijíste, John,
pero menos verdaderas que las que mi padre dice.

Me llevaron a Henrico, me convencieron
que es allí donde seré favorecida,
allí puede que vuelva y vea a mi padre y al amigo
que agoniza; eres tú, Smith, que primero salvas
cartografías, papeles con tus meditaciones,
que tu propia vida, pero, ¿pero para qué me tienes,
bobo con barbas? Yo te quiero, y seré quien cure
tus heridas, te alimente y se duerma en tu pecho.

Sabía que hablaba sobre tí, Smith.
Tú eres el único que simpatiza con mi perro.
Tú eres quién más sabe de barcos
y de naciones distintas y tribales.
No obstante, instrumentos de sobrevivencia,
custodios angélicos que cuidan a tu pueblo
de la muerte, el hambre y el caos.

No se me olvida el término que díste,
John, a lo que yo viví: secuestro.
No comprendo por qué tuvieron que llegar
matando, incendiando aldeas,
sacándonos en cueras de los lechos.
Si era a mí a quien querían,
¿por qué no me llamaron por mi nombre,
por quié no enviaron emisarios?

No se me olvida, Samuel.
No es posible todavía, John.
Tú dices que él es bueno; yo digo
(puede que lo sea: me subió a la jineta
y compartió su caballo; en el trayecto
susurraba a mi oído, apretaba mis senos
con sus manos y mirando a los abismos
(porque no estoy consigo, rostro a rostro,
gritaba: «¡Quémenlo todo, disparen
contra el pueblo de atorrantes».



29-05-2003 / De Canto al hermetismo

Te voy a dar mi nombre / El secuestro / El fantasma / Esto se llama Londres /

___


* William Strachey, pintor y retratista ambulante, solía pintar a Pocahontas desde la edad de 13 años a los 15 años, boceteándola «guileless, pubescent — and topless — then 13– to 15- encouraging young male colonists to follow her turning cartwheels down the main street at Jamestown». Para atestiguar su desndez y silueta, se le seguía. Como hermosa modelo, ella atraía su clientela.

No comments: