A Roberto Ramos-Perea
Para decirse borincano
en las maravillas sutiles del comienzo
y en la angustia de las aguas del obstáculo,
para beber de la memoria de los años forjadores
y la disolución que se resiste a la muerte,
tu díste el hombre, el padre, el valiente
cuya semilla es gozo, heroísmo,
su conocimiento.
Contra viento y marea se crece este antillano.
Alejandro Tapia, sanjuanero.
El gran observador, agradecido nato,
él, que forma identidades, el inclusor
del pobre, el negro, el indio, él todo abrazo,
intelectual momento de presente y futuro;
el que proteje las leyendas como sal de vida
en su pueblo, el que sabe el valor del documento
que data el heroísmo de las etapas
que se niegan a desaparecer para que exista
la patria histórica, el triunfo, la auto-estima.
A los pies del educador se lo tiene en cuclillas.
Alejandro lo escucha embelesado, respeta
al Negro Rafael, al piadoso inspirador
del pobre, al que libera las consciencias
con el libro de la palabra armoniosa,
igualitaria, soñadora, Rafael Cordero.
Lo ha retado a duelo un tunante miserable.
Un oficial de Artillería que a varones
como él, nativos de la isla, tiene en menos
porque la España colonial es jactanciosa
con las risas prepotentes del gandaya.
¿Y cómo que ha de callar? Acepta el desafío
y es deportado, separado fue de su tierra
de desvelos; pero, ningún escarnio estropeará
su vida, porque Alejandro es sabio
y bien sabe del heroísmo del trabajo
y de la meta que late en su alma buena:
orientar pueblos, salvar la esencia
que los pone en pie, con el combate,
con la consciencia vibrante de arte,
representación, sana autoimagen.
Guarionex canta y vive en su palabra.
Como un barco corsario, Roberto Cofresí
navega en mares, defensivo, tesonero.
Como una bandera incipiente y soñadora,
su corazón, Alejandro es quien ahora
está en lo alto de la Palma del Cacique.
Heroico, como los numantinos, de Camoens,
es todo lo que salva; romanticismo universal
visualizante, dramaturgo de su propia patria
que sabe verse en los espejos, sin faltas
a su esencia. Entiende el grito de D'Evreux
en la Inglaterra isabelina y durante la Matanza
del Día de San Bartolomé lleva manos santas
como orfebre, Bernardo de Palissy es
patrón de los buenos artesanos,
y Alejandro su vida lo conmueve. De la opresión
de la mujer, rescata el llanto, la parte
del león con que se ofende.
Ese es él, Alejandro, espiritista, veedor
de lo escondido, descifrador de lo objetivo,
abolicionista, voz de actores,
escarbador de símbolos y máscaras.
Padre de la identidad, visionario.
23-09-1987 / Indice: EHE / El hombre extendido
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Teatro puertorriqueño / Alejandro Tapia y Rivera / Alejandro Tapia (2)
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