a Eladio Scharrón González (1956- )
Eladio, comienza con tu voz.
Házla brisa que acaricie a Hoyamala.
Escala con las sílabas el Uno-sin-dos,
divinidad que llena Todo.
Dedos quiero sobre la arcilla,
voz para que pronuncie mi Vibración
en la Luz de Vishuddi.
Alfareros son quienes me aman
con lo que doy de voz y tacto.
Mi Mano está sobre tí, simiente de Scharrón.
Como una Nube sobre las cabañas,
contigo tengo mis palmas en caricia de barro.
Giro el destino, abro oportunidades
para que seas uno entre mis alfareros.
Vasijas para mi luz te entrego.
Tú moverás mi luz en las guitarras.
Amasa esa criatura que necesita amor,
susurro en sus oídos; házla salir
del samskara, tierra que es sepulcro
de polvo y no recibe el fuego,
sorda piedra que se fijó
a tristeza divisora y a melodía olvidada.
Sé tú mis dedos, Eladio.
Tensa las cuerdas del silencio
y provee tu cáñamo como instruyeran
Millito Cruz y Ernesto Cordero.
Sabrás que yo te escucho y te responderé
desde la esencia ontológica
de Nuestra Compañía; nuestro Nosotros
será el pentagrama, el mandala
de mis alfareros en el sonido,
el Uno-sin-dos, lo melodioso.
Te daré el habla y en la yema de tus dedos,
grabaré mi respuesta y la repetirás
en concierto por el mundo.
Cada vez que toques la guitarra,
dialogaré con los que escuchan.
Juntos llenaremos sus vasijas con luz,
luz que como chispas de unidad
salen por tus dedos, chispas del beso
con que bendigo tus manos.
Toca, Anahata, acuesta esa mujer
de madera sobre tu pecho,
al que llamo mi quinto sefirá
de Vishuddi, mi quinto chacra.
Cuando vayas a París, a México,
Nueva York, por cualquier espacio
de tinieblas de Occidente, dí
que en Puerto Rico yo te llamé
mi Alfarero y te dí, materia de kelim,
en Hoyamala, un barrio del Pepino.
06-06-1997
26. Profecía del Shiflut / la Humildad
a César Gilberto Torres Rodríguez (1912-1994),
poeta y nacionalista pepiniano
Cuando proyecto el reino de la libertad,
con su ashavá de amor y bendiciones,
doy a mis obreros este mandamiento.
Confírmenlo en mi pacto. Circuncida
tu labio, así como el prepucio de tu oído.
La primera piedra de la edificación
que sea tu humildad, combatiente.
Entonces, dáme tu corazón circuncidado.
El humilde va donde le digo
y se prueba. A los humildes de mi promesa,
yo personalmente instruyo, hago su vaso fino
porque su luz no verá desperdicio
y la historia dirá sobre ellos: «Con libertad hicieron
el Reino de Maljut eterno y no con instinto
de manada, o falso consenso».
Solitarios, mis circuncidados, marchan
en diáspora, paradójica separación
[yo los aparto para hacerlos puros,
incontaminados], para que no comulguen
con los culebrones y los culequeros,
colonialistas que dicen:
La libertad es un espejismo;
la patria, un imposible, una utopía.
Esto es lo que existe: la cuculí
(la peseta) que con tahures se juega,
tentados el avaricioso y el hambriento...
Solitarios, César, en sospechoso menosprecio,
así nacen los que instruyen a otros
«Sé libre, pón tu viva libertad en la vasija».
Solitarios, César, ausente de algaza
y aplauso, en sesgos de punto ciego,
aparentemente inescuchados,
en muchas ocasiones, perseguidos.
Así es que instauro la valía, la belleza
que sobrecoge al temeroso.
Solitarios, César, sin nadie
que les ofrezca un voto o en público
su mano, su elogio, su amor...
II.
Oirás sobre huracanes de éter hiriendo en la miseria
y la PRERA avanzando en medio de la crisis
y de matanzas en Río Piedras y Ponce.
Al Apóstol, Albizu Campos, el más humilde
y leal de los obreros, lo condenarán.
Será en días del sufragio femenino
y ser nacionalista será el tabú de entonces:
el sello de mis solitarios. La herejía.
Pero yo sé cómo sufre quien es procesado en Shiflut...
Les doy extraña voz de liderazgo
aunque estén en ausencias o en prisiones.
Contigo haré un poeta, César Gilberto.
Circuncidaré tu boca; hablarás
del fuego que yo ponga en tu vasija.
Consuela a la gente del Barrio.
Grita en Harlem, Brooklyn, el Bronx
que la aviación y la milicia del Imperio
bombardeó en Ponce y veinte muertos
dejó tirados en la calle y más de cien heridos...
¿Que amas a Juncal? ¿Que el espíritu
en tu vida son flores de la patria,
aromas de sus limonales? Prepara
tu maleta, obrero del Reino Libre.
Te vas a Harlem.
Te vas a donde yo te diga.
Hay que estar sin estar, sobrevolando
ante el nido, echando desde arriba
tu alimento en la boca de quienes
son alas frágiles, apenas pajaritos.
A los libertadores, hacedores de pueblos,
les quito la ilusión de control para que no
los quebrante su ego y su percepción selectiva
sea lo primero que se sacrifique;
porque van a hablar sobre la Libertad
y la Nación Deseada, de las Delicias posibles
de su Ciudad. Hablarán de alimento
para el alma de los desposesos.
Tú hablarás sobre la belleza
del Nosotros, la Patria. De tí no necesito
más: tu corazón humilde, tu cuerpo
hinchado en dolores, tu verso ígneo,
en abanico y resolana...
07-06-1996
Indice: Libro de la amistad y el amor
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