Tuesday, December 16, 2008

Las pasiones terrenales


Quiero manos codiciosas, ojos rencorosos,
placer de sexo y asueto,
ocio a boca llena,
odiosa ansiedad de libido.

Ser derramado en besos juveniles,
con sudor de piel, con dolor de huesos.
A causa de caricias y hartura de vino
que, en espejos de cantinas y lechos de palacios,
me vea, vestido de mafia lujosa
y con joyas de alarde divertido,
sudado en faenas, en riñas y pasiones.

Si eres el que cumples deseos
y las pasiones terrenales se escuchan
en los cielos, hazme subir/bajar
de hoteles de primera
sobre rojas alfombras, bajo puertas de escape.

Que sea afortunado en los casinos,
que cada negocio me prospere, házme
objeto y sujeto de carteles y avisos.

Asómame a hoteluchos en busca de
sexo y esperanza con disfraz de ternura,
con hambre de mendigo. Que no viva
en el rincón de los desamparados.

Proclama mi parda gramática
de ladrón e intocable.
Úngeme como predicador y embustero,
como mago del hampa.

Y hazme fuerte, sólido,
inquebrable, tirano, subversivo,
arquitecto del público llanto
y del chisme malvivido.

Por veteranía de tempestades,
zorro de la mar de la angustias,
héroe y mártir sin auxilio de otra mano.
Sólo la tuya, dador, oidor omnipotente.

Suelta la noche bajos mis pies.
Átame a calles, a rincones,
a sedes y hambres bondadosas
y saca mi raíz hasta la luz
de la próxima mañana.

Mochila al hombro,
limousine a la puerta,
dame la certidumbre de la carcajada,
la hostilidad del celo, la rabia poderosa
de afirmar y querer, soñar y vivir
por cuenta propia.

2.

Pero —si otros son tus planes—
y no te gusta el trazo corruptible de mi carne
ni la memoria cruda de mis vulgares pasiones,
arráncame el instinto con el tajo de tu verbo.

Hazme trágico y absurdo.
Envuélveme con desórdenes,
con todo lo que es súbito y fortuito,
inextricable y oscuro, que sepa
que no hay quien complazca ni oiga
ni me permita. La libertad no exista.

Tú la tienes, tú la quitas
con esa canción inconmovible y mística
que los santos murmuran para pedirte la muerte.

No me des un amigo.
No me comprometas con el arcoiris,
con los pájaros ni los ríos del poema humano.
Entonces sí. Destiérrame donde nadie me vea.

Exílame en un desierto remoto.
Que no tenga ni la necesidad de sonreir
ni despertar; de no agradar a nadie
ni pensar en amor o en placer, si es lo mismo.

Clávame a la cruz hostil del silencio
ante ciegos ojos y sordos oídos.
Seca mis labios.
Cástrame de toda frivolidad.

Marchita mi adultez prevaricante.
Cóseme las rodillas al espino,
al padecimiento lento, agónico y exangüe,
con el corazón en los labios.

No yergas mi fe ante la humillación
de envejecer calladamente
sin ser capaz de otra cosa
que amarte.

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