A Horacio Quiroga (1878-1937)
No captarás con una fotografía
el misterio violento que dispenso.
Como un disparo soy,
como disparo que ninguno realmente
adivina que viene, o a quién busca,
o dónde estallará su daño.
Te esconderás en las selvas,
habitarás el Trópico, y no podrás
determinar por qué te sigo
ni con cuántas magnitudes salgo.
Te visito como un dolor agudo,
desolador, el cáncer.
Como un disparo,
como un secreto disparo.
Parezco, a veces tan minúscula
como un insecto debajo de la almohada,
como una sombra arácnida
en tela de mosquitero; parezco
el orificio callado del impacto.
Un proyectil secreto que magnifica
tu soledad, próximos exterminios.
Violento misterio es de perseguidos
en arrecifes de coral, guardado.
Tristeza de amores turbios es
y mientras se limpia el arma
conspira y estremece el pasado.
Como un disparo es la selva perturbada
y su encuentro contigo, Horacio.
Cazando en mi nombre, no me encuentra
ni tu padre ni tu padrastro, uno que otro
al volarse los sesos; nadie me halla
en claridad, preguntándose quién o por qué.
Como un disparo, me dispenso.
Como un secreto disparo.
En mis manos tengo el arma con que él
muere y el pañuelo del luto de Pastora,
la uruguaya. En mis manos, el cuerpo
del cónsul argentino, tu padre.
En la mano, el suicidio del padrastro
(a quien amaste, claro) y aprieto también
a tus dedos que llamaste asesinos,
dígitos forenses de Lo Trágico.
¿Recuerdas a Federico Fernando?
Yo lo tengo en mis manos,
lo consuelo para que no haya duelo;
yo le digo, como a Leopoldo Lugones,
que lo quisiste mucho. Tú no lo matas.
Lo asesina un disparo que es la vida
y el misterio violento. Lo trágico.
Como gatillo que se pasó a tu dedo.
¿Piensas ahora cómo se hacen perecederos
los amores? ¿Cómo una bala se adelanta
a su duelo, cómo una furia sutil, se interna
en el carácter rebelde, tu inquieto dedo, Horacio?
... soy quien destruyo, de repente, no te culpes.
Disparo contra tu hazaña algodonera de El Chaco,
tu empresa de carbón, tu sueño de envasar
el jugo de los naranjales; doy la dosis adecuada
de cianuro para Ana María; hago que María Elena,
te abandone y que Pitoca, tu hija,
se vaya de tu lado, y me aparezco, al final,
en bicicleta, con recuerdos de París.
En soledad, te sorprendo, Horacio,
y te doy la dosis suicida que te calma.
Ingieres este caldo de gallina degollada,
selva perturbada en el cianuro
y encuentro del violento misterio contigo.
08-07-1978 / El hombre extendido
La Viuda 1880
a Rita del C. Zelmira Medina González
En la isla de las viudas y los pobres,
donde huérfanos y desnutridos se escuchan
de todas la edades, acallarán consciencias
los ilustres, potentados ultramarinos
que festejan el natalicio de la Infanta.
Van a dar siete premios, siete bonos
que conjuran la pobreza.
Con orgullo, desde España, se anuncia
que habrá galas de lujo, ceremonias
en la Corte, música y diputados,
baile, banquete, fiestas.
El ágape será maravilloso.
Doña María delas Mercedes Isabel
cumplirá años, hija es de reina,
la Infanta, Su Alteza.
Y en la provincia, misa y rezos
de gratitud, benevolencia.
En la isla pordiosera, isla callada
con manos extendidas, se premiará
a siete viudas y una eres, Rita
sin canas, pobre como una perra.
Son 400 pesos con la letra de cambio
de moneda. Prepárate en octubre
con el rezo; dí gracias cuando vayas
a la Iglesia, hija de Pepino,
y reza y reza, que has ganado el sorteo
intruído en honores por la Infanta.
Manuel de Lázaro informa,
Pablo Ubarri, así lo notifica,
comerán tus hijos como nunca.
Del alma del Azar y de la infanta,
viuda Rita, con mercedes de realez,
sacrosantas, ganaste al fin la lotería.
03-09-1978 / Indice: EHE
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