A Mateo Rosas de Oquendo (1559-1612)
Hay sevillanos andariegos, gente
que huye de algo y se inventa otro nombre.
En apariencia eres Juan Sánchez,
el inquieto y, con licor en el gañate,
sueltas aventuras, tan profanas,
alusivas a la plaza militar de Marsella.
Es obvio que fuiste soldado,
más obvio, por igual,
que serlo te disgusta.
No sé qué pensar de tí, Mateo.
Perdón, Juan Sánchez, el inquieto.
Y me acerqué, creyéndote de Génova;
pero luego... que hablaste con tus versos
sobre las danzas de Lima, la chacona,
por ejemplo, díste al traste
con el rufián de los cuentos.
Te veo valiente ya, no mentiroso.
Algo en tu despreocupación tiene
el dejo melancólico del común desencanto.
Te escucho y me fascina, sevillano.
También yo troté mundos y bailé
la valona, pensándola un ritmo
de dioses y demonios; también tuve
una encomienda, por los mismos rumbos
que tuvíste la tuya, en Churichango;
también soy desertor de la Milicia.
Perdón que piense que no eres Juan,
Mateo; yo, de Tucumán pasé a Lima
y se me dijo tu nombre, dejaste sombra.
Sin quererlo tu sombra me seguía.
Hasta parece pequeño el mundo,
Juan Sánchez.
El Virrey García Hurtado conoce bien
tus versos, se ríe con ellos, advierte
que te burlas de tahures, libertinos,
encomenderos que atropellan y en nombre
de la Madre Patria piden títulos a las Cortes.
Nobles quieren ser cuando son patanes,
héroes cuando son embusteros y asesinos...
Seas, Juan o Mateo, el sevillano,
quiero que sepas que adivino al buen hombre.
Ahora que estamos en la Nueva España
y que de igual a igual dialogamos, díme
quién eres. ¿Llamarías a lo que somos:
los hombres extendidos? ¿O inmigrantes?
06-13-1980 / Indice: El hombre extendido (EHE)
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