... piedad para los cuerpos revestidos
del armiño solemne de la Calma,
y las frentes en luz que sobrellevan
grandes lírios marmóreos de pureza,
pesados y glaciales como témpanos,
piedad para las manos enguantadas
de hielo que no arrancan
los frutos deleitosos de la Carne
ni las flores fantásticas del Alma:
Delmira Agustini
No la vigiles más, ojo de Kemos,
Multfeldt Tríaca, gélida exigencia de obediencia.
La Nena no quiere quemarse en las piras
de tus sombrías esfinges, en tu glaciar
de fuego. La muñeca de trapo no amaneció
en su cama; hay rojos enigmáticos
en sus ojos azules; la señal desflorada
se marcó en su vestido de raso.
Aún está desnuda. Ha callejeado, viringa,
con su hermosura plena. Tiene un secreto
de tango y, aún... ni Darío ni Nervo
lo comentan. La Nena quiere más que los veranos
de la quinta de Sayaga. Escaparía,
si la dejara tu ojo homicida, controlador
de pasos. Desde la carne, la muñeca
busca un amor prohibido, menos miserable
que los años del esposo. Busca soles,
ardientes en cada instantes, contiguos
a su alma poderosa en cautiverio.
Ugarte es quien la ha mirado con deseo
y ella pide piedad para sus manos enguantadas;
piedad de tu ojo vigilante, María Multfeldt,
piedad de tu ojo, Kemos, piedad de tríaca,
en los camposantos, con íconos victorianos,
represores... porque la prensa es impiadosa
desde hoy y está sobre la pista del suicidio.
El esposo ha jalado del gatillo.
La habría matado a ella porque es hermosa,
pero no fue la urgencia de sus tiros.
En la cabeza de su amor secreto,
hay más que cartas; en las palabras de Eros,
hay un lamento, quejas en rosarios de Delmira.
En el piano, hay una tecla que se escapó
a sus dedos; en la garganta, un sabor maldito,
trago baudelariano de vino; sobre la tapa
de madera, los cálices vacíos.
21-09-1985 / Indice: EHE
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