a José María Heredia (1803-1839)
Cuando se diga inmigrante, que se piense
en tí, José María. Con ese pensamiento
me conmuevo. Con la imagen tuya
y tus metáforas de vida, intensas
y caudalosas como El Niágara.
La amnistía no destruye lo que eres.
La abjuración no existe. Acaso es un recurso
que te regresa con el vigor de más amor
y fervor por la patria. Nostalgia.
No es sólo viajar lo que cambia la vista
del paisaje, no. El mundo inicial se lleva
dentro; se afianza en la memoria
como equipaje querido, necesario,
como raíz de sangre y alimento.
Y dijeron que regresas porque abjuras
y tiras a la jodida los motores: ideales.
Te neutralizará con su poder, según los regidores,
un pacto mendaz, que tu firma refrenda.
Eso creen falsamente. Que te desarman
y acallantan, con ello, tu labor emancipante.
No entienden que, aún en reposo, educas.
Nunca está desarmada tu palabra.
Que autoricen la amnistía no es sujetarte a silencio.
Simplemente, regresas a la patria, santiaguino
aunque no haya regreso ni abjuración ni nada.
Ha sucedido, sin embargo, que tomas un respiro
y descansas. Un alto de viajero, José María.
Un alto que no es abjuración. Ya es imposible.
Tu sola sombra es combate. Tu presencia
tarde o temprano, inspira, enardece.
¡Qué error cometen! quienes no saben
qué es nostalgia ni qué es lucha y exilio.
¡Qué miopía para no saberte
el inmigrante que besa su destino
como rayo de sol, siempre alumbrante!
como digno ejecutor de ministerios.
No me imagino que se abjura del modo
en que dijeran, no que vendas tu paso
por cinco naciones del planeta
siendo que en todas estuvo el sentir
del combatiente, precozmente
activo, despejado, maduro...
Tu abjuración no existe, bien lo dijo
Martí, que te llama José del Alma.
O es la ausencia suya, ¿menos valiosa
que la tuya? ¿O es Bolívar, menos edificante?
Pocos niños nacen con tanta luz
y, desde los 8 años, tienes la edad
de la cubanidad naciente.
Con ese pensamiento me conmuevo
cuando estoy con nostalgia y encuentro
nombres para tu ausencia y tu regreso.
Imagino tu paso por Santo Domingo,
luego la tutela del canónigo Correa
y de tu primo Caro. Te imagino sin tu parentela;
a veces amistoso, a veces añorante y tierno.
Pocos niños, a los trece años, descollan
en latín, traducen a Horacio, conversan
en francés y escriben versos con modelos
clásicos; pocos, Martí también fue uno,
tu tocayo; gentes hay que anticipan pensamientos
con que llenan cuadernos manuscritos
y forman hitos históricos y suman
hemisferios, estrellas, universos.
Cuando se diga inmigrante, estés en Venezuela,
o México, patria adoptiva, Boston o La Florida,
Santiago o Pensacola, recordaré
a tu padre liberal, y tu visión ante el Teocalli
de Cholula y el compromiso de ingreso
desde las Milicias Nacionales de Matanzas
a la Conspiración Soles y Rayos;
el Caballero Racional que hay en tí
no abjura del ideal bolivariano, toda
la América Libre, de Cuba al Sur,
de México a Caracas. No olvido ésto.
Con ese pensamiento me conmuevo.
Pocos jóvenes son así, comprometidos.
En estos días de erranza, son contados
los viajeros con ambición crecida, ideal
para lo bueno. Estudiosos, como tú,
José María, flor de apóstol, flor de rayo
y soles de Santiago, pocos y selectos.
De regreso a México, me entero,
que traduces a Scott, a Moore,
Tyler, Ducis, Chenier, Alfieri, Voltaire;
tú, voz de mútiples acentos, políglota,
viajero, siempre alerta, apasionado.
¿Y quién, cuando has sido perseguido,
y arriesgado todo, podrá decirte,
abjura, véndete, sólo porque te aflige
la nostalgia de Cuba, de repente?
No, tú no abjuras en rigor. Sólo descansas
un momento porque el cansancio es intenso
y necesitas un poco de amor y en Cuba
te amarán los que siempre te han amado.
Regresa, José María. Tú dí cualquier
palabra. Dí un lugar común del viajero cansado:
«Hoy necesito un descanso».
Mañana... ya veremos.
02-03-1985 / Indice: EHE
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