Monday, December 15, 2008

La panza gris del mundo / La calle


Grande como un carajal es mi pasado.
Leuda está como pan endurecido, la memoria.
Al rojo, viva, la extensión de mis años,
la esperanza que pasa y amor que la retuvo.
Soy la calle que observa el semáforo,
una oreja que al ruidajo se asoma.
Conozco la presencia, la zona del carácter
y el quejido, la pasión y el fracaso.

Lumbre no falta a mis costados.
Huesos me sobran, mojones que encartelan.
A pocos tramos, el neón ilumina, enardecido.
El cementerio está cercano y he llorado.
Sobre mí murmuran los cadáveres fríos.
Se ha sembrado la premura y el llanto.

¡Pero qué feliz he sido yo, por igual,
gracias a mi estómago de brea!
¡Mis banquetas se poblaron
con vivos caminantes!
¡Y yo, acostada, al placer complazco,
tan promiscua, tan amplia de pernichos!
Soy la panza gris del mundo,
sendas de Soluto, rumbo provento,
aunque no suba al Destino.


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La calle

Se vaga sobre mí, otros presurosos
se aceleran, cruzan, se disparan sobre ruedas.
Si bien se escupe, se ensucia el alma toda
de mi senda, las monedas perdidas
me persiguen, las valijas olvidan
sus esperas, secretos platicados
quedamente me deambulan, me cuentan.

Yo soy toda pupila, ojos abiertos,
solidarios y, en mi vientre recojo
las pisadas con gesto aguantador,
avizor, democrático;
soy casi siempre, buena compañía,
a pesar de zanjones a mi paso
y cloacas y adoquines mutilados.

2.

Leuda y salada, yo saludo la vida
sin alzar la cresta, humilde y pisoteada
me comparto, me gustan los zapatos
que desgastan su pena
con los pasos contados.

Yo comprendo a los viejos y a los niños
y al pan de bollo que trizan los pichones,
a los rencos, al basural
y al orín de los mendigos;
pero me gustan las faldas pequeñas,
las colegialas, las turistas, las damas
de la calle, con noches y mariposas.

Yo soy la Virgen Santa de la Calle.
En la esquina Del Cristo, una avenida
y siento doce leguas de aguas vivas
cuando bajo por el Puente de los Santos.


3.

Coches hay, con sus llantas gastadas,
corazones marchitos, chamuscados,
accidentes del ser, extravíos.

Unos dan saltos
y, por un chiscón del puente,
se suicidan, me citan entonces
por mi nombre en los diarios
y yo, consoladora soy, mal consolada.
Soy la calle en novedad y espanto.
La calle de los escribidores y el tráfico.

Escucho cuando hablan los que hablan.
Medito en los que callan
y se van por mis rumbos
y se empozan dentro de sus rincones
porque son chanclas viejas y abandono.
En alcohol, lavados, sin pernil
en sus bocas, sin fiambreras,
sin trincha, sin sabor de tabaco.


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