Vivimos como muertos, en una anemia rara,
cósmicos ilusos por infinitud de sensaciones
y la cismática eikasía se madruga de plécemes.
No obstante, todos, sin que ninguno falte,
peleamos por la vida. Lucha como puede
quien saldrá de la modorra, tarde o temprano.
Salir como quien huye de la Cueva y el juego
de las sombras y dice adiós a la mente dormida.
Esta batalla es imprescindible: es por despertar
plenamente sin que el lenguaje nos separe
del conocimiento como sucede con otras sombras
cavernarias que nos engañan los ojos; despertar
con aguda percepción, es razón de la batalla
tan suprema que iniciamos, despertar
sin que la realidad se esconda entre las doxas
y enunciados del falso quehacer
del sensualismo, o la míope intención
del racionalismo chapucero.
Aquí, sin paz y sin descanso, están los legionarios.
Al conocimiento se lo comen los cuervos.
A Eros mensajero, como principio dialéctico,
lo desoyen, lo maltratan, porque aquí pululan
espectros, imágenes, pistis de los amodorrados
(los de pausado batallar); acullá, los heroicos,
próximo vencedores, los libertos.
28-05-2004 / El libro de la guerra
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