Friday, December 05, 2008
Meditación sobre el George S. Patton (1885 – 1945)
Un héroe como a usted le gusta
seguro que tiene extracciones espartanas.
Lo siento. Yo soy de los que no quiere
ni la sombra de tales espartanos,
primeros custodios de las oligaquías,
traidores de la libertad, viejos imperialistas.
Si Atenas,Tebas, Argos se rebelaron
contra ellos, imagine, la historia de mi corazón
está en acorde. No quiero militares.
Que se me ofrezcan con su virtud, los pueblos.
Quiero individuos y comunidades, no ejércitos.
Usted quiere un héroe. Ha elegido
al joven George S. Patton, el californiano.
Querrá unas loas al general y al hombre
al que hoy se lo dota con la agenda
que lo infla, así lo pide la nueva cepa
de los confederados, y lo siento.
Yo soy de los que no quiere
ni la sombra de tales espartanos.
Estos héroes marchan a lo único que saben,
ir en rebatiña por el mundo no viendo a nadie,
jugar al tiro al blanco, neutralizar lo móvil
perfeccionando la guerra como un automatismo.
Se conforma usted con eso. Yo no. Patton
es prototipo de un hombre lastimero.
No es culpa suya. Quizás la genética explica
de perillas su ambición de matar y ganar rango.
Así, como él, fue su padre, abuelos,
bisabuelos. Tal es su ancestro.
Asesinos condonados y usted los heroifica.
Entre Pancho Villa y él, sólo hay colores
de hienas, grados. Un colmillo más,
un colmillo menos. Hiena de la Academia
uno, él. Hiena salvaje del campo, el mexicano.
No respetan ni a quién les rescata de la muerte.
Pienso en Joe Angelo, quien le salvara la vida
y Patton, agresivo, obediente, al servicio
del General Douglas MacArthur.
«Llévate 600 de las tropas de la Caballería.
Dispersa a bayoneta y gases lacrimógenos
a gente de tu pueblo, Bonus Army».
Son veteranos que protestan por un bono
en la calle. Ordenó: «Ve con la fuerza represiva.
Sácalos del área, Patton. Que no se vean ni a millas
del Congreso. Cállalos, ajótales tus perros de la ira.
Es orden del Pentágono. Que no te importe
que sean americanos, hoy son los inconformes
y nos fastidian. Duro con ellos, duro, Patton».
Y como si avanzaras, junto al brigadier Pershing,
del Octavo Regimiento de la Caballería,
contra los mugres bandidos de Pancho,
obedecíste. Pasaste por encima de tu hermano.
Lo siento. Yo soy de los que no quiere
ni la sombra de tales espartanos.
No importa su ingreso en la Orden Kappa Alpha
ni que en la Primera Guerra se haya vuelto
Comandante; que me hables de Patton
es como si me hablaras del general Lisandro,
artífice de la victoria sobre Atenas,
quien impuso el gobierno de los Treinta Tiranos,
no me converses de hombres que no sonríen,
tenso, rígidos, que dan bofetadas
a un subalterno enfermo y hay que exigirles
que sean corteses, disciplinados, humanos.
No. De ellos no porque la justicia que saben
se la hacen con el sable o la eficiencia
en el manejo del Colt Peacemaker.
Mucho antes de su servicio en la escuela
de tanqueros en Langres, Francia,
yo lo llamé un asesino, expedicionario,
espartano en el sentido que describe
Jenofonte cuando narra las batallas
de los Diez Mil y los sátrapas,
Tisafernes en lucha contra Agesilao.
Fíjate cómo son tus héroes y cómo
su ejército; mira yo prefiero diez mil monjitas
que fabriquen ronpope a un miltar
de esos. Lo siento. Yo soy de los que no quiere
ni la sombra de tales espartanos.
30-08-2004 / El libro de la guerra
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Rodolfo Acuña / Comevacas y Tiznaos / Comevacas y Tiznaos / Colaboraciones / Nota: Yo soy la muerte / Efiro: La matriz cósmica / Outstanding writer / Coatlicue / El niño de la ignorancia / Este era él
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