«¿Lo hay de veras? ¿Lo crees?»,
preguntan al poeta, al político, al ciudadano
de la calle, al hombre común y corriente,
y yo digo que sí... hay seres vivos en las comunidades,
seres completos, oyentes, receptivos, y el mundo
todavía no es una tumba que se ha comido el alma.
Lo que falta es la dyada, la mayéutica,
el diálogo, el coraje, no ya un fusil
en manos para que ellos salgan y se manifiesten.
Los honestos no matan, sólo necesitan
la sonrisa, persuación, alegría en medio
del tormento, el fin de la hostilidad,
la quiebra del miedo.
Los honestos sólo quieren que los abracen,
descubran, protejan con manos solidarias,
con almas que les nutran vibraciones
y los saque de la indiferencia diseñada
y las conductas de pequeñas ovejas que se esconden
y tiritan por tristezas calladas, cautelas obligadas
e inocuas. Por eso, para ellos, es mi canto épico
porque yo sé que sufren y no pierden el ser
que tienen, la bondad piadosa, la vida sencilla
de trabajo, la moral esencial que les fía
como un secreto, discreto como la fe
y la esencia de todos los secretos:
aún somos pueblo, aún comunidades,
aún los noblemente esperanzados.
«¿Cuántos quedan? ¿Cuánto son?
¿Qué ideología tienen?», preguntan al poeta,
al político, al ciudadano común y corriente,
que piensa que hay que correr a organizarlos
y meterles en la boca consignas de Arriba y Abajo.
No. No. Ellos son los que no funcionan así.
Ellos meditan primero. Los partidos ya están
llenos de los apresurados; cada cual con su venganza,
su interés mezquino; todos con su a ver qué
o qué saco, qué escaño da la mejor paga,
cómo advengo al poder y protejo a los míos.
Estoy hablando de otra gente,
la que desea el Bien Común, el bienestar
de todos, gente que no tiene partido,
pero les sobran las ganas de justicia,
gente que vive cercana a la violencia,
pero por paz hasta daría la mitad de sus vidas.
«¿Cómo hablar con ese pueblo piadioso?»,
es lo que el poeta pregunta; «¿quién hay quien
les importemos?», es lo que dijo uno que pertenece
a ese pueblo, donde no hay pobres preferenciales
ni ricos explotadores, donde no hay ganapanes
ni profesionales manipuladores?
Estoy hablando de los que van a dar,
no de los que piden; gente que distribuye su cosecha
y sabe que no todo puede ser para sí, son
los obreros de la Buena Vecindad, de su cocina
sacan un pan y es para el hambriento,
por las ventanas llaman y te dan alimento
porque saben que sufren, si en escasez
muere otro; educan y nadie les pide que eduquen,
socorren y nadie les pide que socarran.
Son voluntarios en todo, no esperan la praxis
de las autoridades; no hay que llamar
a bomberos, si se quemara tu casa, no hay que rezar
por nadie si la ayuda está en sus manos.
Son proveedores; pero entienden que las luchas
no se libran solas, saben unir lo diverso,
tienen el secreto unitario de las voluntades.
Esto los hace grandes. Saben ser pueblo
más allá de los partidos, más allá de las agencias
o las instituciones, son autogestionanantes,
porque son compasivos; son inteligentes,
porque son coherentes; perciben las necesidades.
Se quejan aunque no los escuchen.
Consultan entre ellos... y, sin embargo,
contra ellos avanza en ira el adversario.
Siempre llega el poder: al bueno es al que dam
por sospechoso, por acusable, dizque crean el problema.
El victorioso es el que destituye, el extranjero que muerde,
el cobarde que lanza sus infamias
desde el anonimato, recibe la venia
del chantaje, la coartada, el arreglo.
Llega el desregulador
con sus engaños y su legión los combate,
los divide, los devuelve a la pena
que inactiva. No es que traicionen.
Son otros. Ese pueblo está ahí, son muchos,
no unos cuantos. Sí, los hay.
Yo he visto, entre sombras del poder,
a los pueblos piadosos.
19-04-2000 / El libro de la guerra
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Friday, November 21, 2008
Cómo hablar con un pueblo piadoso
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