Friday, November 07, 2008
Los fantasmas malditos
Tú sabes, maldito, que eres uno de los fantasmas
que yo amo, uno de los rivales que busco;
quizás [por eso] puede que me veas
en los bajos fondos de París, regañando
a las mulatas que te asaltan con máscaras,
exorcisando, al igual que tú, con un texto
de muerte la Zorra que aún no muestra el cobre.
Mira que soy un enemigo de tu asma.
Tus dolores gástricos. Tu salud mala que es
la suma de todas las angustias que padeces.
Todo lo que no es hermético en ti compadezco.
¡Hasta tu falta de sonrisa, Carlos!
Batallaría a morir con toda neurosífilis.
En el Barrio Latino, veo a Sarah «Louchette»,
puta bizca que te contagiara. La judía
que te jode y te saca los francos, te desastra
la herencia, te derrocha el espíritu.
Es mi enemiga, yo contigo la combato.
... pero la veo fantasmando con tu alma
desde la Venus Negra, Jeanne Duval, en el bodevil
de su mediocridad despótica, ella
con sus besos fingidos y tú, pordiosero
de caricias, tú, buscaputas, jardinero
de flores perversas... así de maldito
te desprecio. ¡Ay, Carlos, dualidad terrible
es odiar, no poderlo y amarte cuando describes
tus fantasmas internos, mis rivales!
¡Los tuyos!
Y somos tan distintos a la vez: yo adoro
a las madres. Son las únicas que dan el amor
que han libado por raíces, acercándose
al origen más remoto y uno espera de ellas
una verdad que nunca dicen, guerras que se batallan
junto a otros cónyugues; él, que no lo puedes ser
aunque duermas con ella en la misma cama.
Uno no termina de amarlas, aunque las entierra
y las acompaña al lugar del que surgieron
tan cercanas a Dios y al infierno.
Tú sabes, maldito, Carolina Dufaÿs
es heredera de tu misericordia, ¿qué adoras
de ella? ... quizás que fue tan huérfana, sin fortuna,
tan hambrienta y tan pobre que habría de recogerla
el viudo François, tu padre, ex-cura a los 60 años.
Encélate, cabrón, hijo de cura, pues él
la puso en su cama, cuando fue jovencita,
y le dio lo que pudo. Sexo. Tu vida.
Hallo tus fantasmas en la India y quiero
darte aviso que te cuides: Muchos dioses engañan,
pero endiosado el mundo es el peor de todos.
La divinidad más nefanda. De tus fantasmas
como Jeanne Duval, la infiel, actriz barata,
hay otros, el peor es tu odio. Tú eres un poeta odioso;
posiblemente, el peor de tus fantasmas está dentro
del rencor y tan adentro que te ha dañado el ego.
Escuché lo que gritaba con tu boca
agitando al pueblo, vibrante como chusma:
«¡Fusilen al hijoe'puta! Es mi padrastro!»
Tal vez todavía lo recuerdas: fue en las barricadas
de la Revolución en 1848.
Y somos tan distintos. Tú vives como un dandy,
extravagante, narcisista, presuntuoso;
te rodeas de mujeres, besuqueas, te drogas.
Yo me acerco, harapiento, para que leas a Poe
conmigo y me presentes a Gérard de Nerval,
Gautier, Balzac, aquellas primeras amistades
antes que te rodearas de malditos, no sé
si menos memorables que tú por viciosos
y autodestructivos. Aún así, te amo, Carlos.
09-11-1990 / El libro de la guerra
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Dossier de Carlos López Dzur / Cuaderno de amor a Haití / Codornos y coscuros / La Naranja
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