World War One was like no other war before in history:
the first mass global war of the industrialised age,
a demonstration of the incredible power of modern states,
the story of the birth of 'total war': Dr. Stephen Badsey
La tarde. Son las 6:00 y la luz quiere evadirse
como si llegara un puñal de lo oscuro
con su luna menguante.
El sacerdote viene festejado del Imperio.
Comenzará el Eulogio de la tropa.
Sin esa sangre derramada no habría Progreso.
A los enemigos, con sus manos armadas,
Dios los ataca. Cuando haya que serruchar al adversario,
mejor es negarlos con el exterminio, y Dios te recluta,
pepiniano. Dios te da el Teniente a Guerra.
Y es lo que se hizo en este primer ciclo,
en Grandes Guerras. Que la democracia triunfe
sobre las expansiones imperiales.
Que los pueblos digan: «Guerra Total.
Esta es mi guerra. Guerra del Pueblo».
Y lo admitiste y en Corea y en
Vietnam lo Total inició los corolarios; que inclusive
hay que acabar con las Camisas Negras
y los líderes pardos como Albizu; pacificar
a comunistas, en las selvas, a los nacionalistas
a pedradas, en los ghetos, todo cuanto sea
enemigo del Imperio, merecerá
guerra total,
toda la ira,
toda la sangre.
El Sacerdote viene como una Fiera Santa.
Con un bolso de ajos que espanta a las izquierdas.
Con la voz de Pantaleón Chiviricuí gritando rimas
como si fuera De Diego, o aquel amigo local,
Moncho La Lira, al que Rodríguez Cabrero
el ex-Alcalde, despreciara como al diablo.
Se hablará acerca de valientes que ya no están
presentes. Son parte de obitorios y cámaras mortuorias
que en refrigerados pedazos aguardan ser
cenizas, porque ya no son cuerpos.
Se hablará de que en Pepino Dios tuvo un héroe
el jovenzuelo Font, cadete y capitán
que se murió en la Francia.
Se hablará de Arcadio Estrada, aquel más feo
que el hambre, que para evitarse los roces
con Tite, el legislador, edificó el Paralelo 38
y en las parcelas hizo elogios furibundos a la victoria
contra el Japón agresor, traicionero y canalla.
Allá, en medio de la loma del talabartero,
el Maestro Ponce, yergue el Jacho
y habla, abanderado en rojo vivo
de esperanza a quien le quiera escuchar en Pueblo Nuevo,
pero lo saben Felino y Nito, el hombre bueno,
la Eulogía, quiérase o no, viene del Imperio,
y la familia se va quedando sola y rota
y en luto. La base de la historia viene renca,
viciosa, amarga, y la sociología es este dolor sobrante:
misas para estas cajas de cemento que llaman
urbanizaciones, misas para estos prados secos
porque nadie los siembra, misas para estos cines
con películas de espionaje y mata-indios
y putas-endemoniadas, que jamás se cansan del sexo.
Los muertos se encomiendan a tu Seno Abraham
(pero, ¿quién que sepa si Abram allí los quiere?)
¿Y qué sabe el Cura de Abraham si es un nalga
de cabra, suplefaltas, entre acólitos tapachines
y embusteros, qué sabe de conducir a difuntos
al descanso del Más Allá, si es él la inmanencia bruta,
ser aferrado al opio de la vida cañonera, ser de artificio?
Al paraíso de Santa Teresa él también les conjura,
una vez que depongan las armas, a la eidética
de lo que urge unas formas, color, visiones,
cuando falta sustancia, ojalá Aponte que ahorrases
las palabras, cansada ya está la muerte de oírte,
pero hay que enterrarlos y allá, verborreico, encomienda
aunque no sepa lo que dice.
Allá, a la senda sobrenatural de los muertos,
caídos en batalla, pero duda que exista el Valhalla;
seguramente, por bombardeos y memorias de ira,
lo que existe por seguro es el valle de brasas,
donde todo se deforma y alarga como si fuera
el humo etéreo, oscurecido, del pincel de El Greco.
Pero, finalmente, se ha sentido feliz.
Amén sea por todo lo jodido.
Amén sea por todos los misántropos.
El celebrante es un ministro de duelo.
Y tendrá que decir adiós
a todos, adiós a lo total,
adiós al pueblo perdido.
05-07-2006 / El libro de la guerra
___
* * *
/
No comments:
Post a Comment