Monday, November 17, 2008

La estética de la ingratitud


a Dilia Calderas, poeta venezolana

Hoy que el escapismo es instalarse
en el paisaje transgresor de los perversos,
en rincón oscuro, en zona de monstruos potenciados,
hoy que la ruptura lo normatiza todo,
haz que salga mi presencia, que sea limpio mi ego.
Que sea yo... voz de consuelo,
el ángel bueno, último cátaro,
sin estrategias conspirativas de morbo,
Evítame la maniobra insurrecta
del espanto.

Muestra mi rostro más dulce.
Saca la esperanza de mis labios.
De mis ojos conmovidos, el poema
sin lectura tendenciosa, házlo que se hilvane
de mi pensamiento al ajeno, al tuyo.

Házme un par de manos que recojan la luz
como cristales. Estoy cansado de lo amorfo
y de la vida robada, por creernos tan deformes
y primarios, humanos aplastados en Némesis,
demolidos por Erinias de tormento.

Estoy herido por esta sed de escándalo
que irrumpe, día a día y que es sólo
el arrebato neorromántico, el gesto amargo
de unos pocos, pose horrorizada, eternizándose,
por quienes han preferido olvidar que todavía
hay gente dulce, compañeros sinceros,
amigos tiernos y solidarios, y el acervo de ayer
(héroes queridos, pioneros, mártires, luchadores).
La historia linda, soterrada, iniciante.
Siguen siendo los mismos: los que no roban
ni asesinan ni oprimen, pero nadie los busca.
Preferimos recordar la historia de canallas.

Es que no quieren creerlos ni abrazarlos,
porque son los humildes, inconspicuos,
a quienes se quiere patear, o escupirlos,
por buscar un culpable que no se resista
al homicidio... y, cobardes, buscamos al inocente
para beber de su sangre y apuñarlo en público.
Ellos que se contrastan con su ejemplo
a lo que somos porque nos exponen.

Entonces, los exilan de la memoria necesaria.
Los olvidan, los suprimen.
Esto es el nuevo exterminio masivo de reclusos,
decirnos que ya no existen ellos,
ya no son referentes etnográficos ni erótica gentil
ni belleza imprescindible. «Están muertos».

Los enterró el horror que se denuncia
y no hay vuelta de hoja; es preferible olvidarlos...
Pero no yo, no yo. Que no desaparezca lo Sublime.
Ayúdame a asomarme por tu ventana otra vez.
No estoy deforme, no yo. No aún.
No quiero esta ruptura, Palabra.
Sálvame del ademán irreverente y tráeme
a la tradición de lo Sagrado.

Házme hablar otra vez sin el juicio de olvido.
No quiero ser ingrato.

12-11-2008 /
El libro de la guerra

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