Tuesday, November 11, 2008
El guerrero acompañado
Un día descubrí que la brisa anda conmigo
(y yo sé que no soy dueño de la brisa);
al rato, lloviznó, el agua cayó dulcemente
del cielo y descubrí mi canto grato
(que no cesó cuando el sol advino directo
a mis pupilas y yo sé que no soy dueño
ni del sol ni las lloviznas ni del agua),
pero los elementos anduvieron conmigo.
En la noche, no me quise ir a la cama.
La luna era gigante, plena, como unas mejillas
atersadas por la sospecha mía
de que se antojaron de hablar o susurrar
a mi vigilia su interconexo secreto
(a mí, que no soy dueño de nada
ni de la luna ni otros soles).
Un día descubrí que no hay soledad absoluta.
Que todo es compartible, que basta estar
en calma, que es vencinble la guerra,
ese dolor opaco, esa angustia finita.
Hay un canto sagrado, al parecer invisible,
pero que, sigilosamente, nos busca
el corazón, nos sigue a todos lados.
Por eso yo, el más pobre guerrero,
el que no es dueño de nada,
ni lo divino ni profano, me siento
tan crecido, admitido en los cielos
de la tierra y seguido por la tierra
de los cielos.
22-02-2003 / El libro de la guerra
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