Friday, November 28, 2008

La paradoja


Había un hombre que quería ser bueno
y, por verse rodeado de lujuria y violencia,
dejó de sonreir, se mostraba resentido,
y vibraba en ondas de tristeza que originaba,
queriendo o no, gran miedo, recelo,
sospechas, burlas, comentarios malsanos.

El se rodeó de muchos libros, devoró
sin fe algunos que hablaban sobre la esperanza,
y dijo: «A la mierda esos libros».

Descreyó la buena vecindad, las redenciones;
negó todo cuanto es definido ético, lo bueno,
compensante, prefirió, queriendo o no,
lo que insta a rebelarse y endurecer
el alma, ya amaba hasta su propio sufrirse
y, en nombre de los viles hambrientos,
él nunca dio de su pan, ni ofreció un vaso de agua
(él que siempre, pese a pobre, todo lo tuvo
sin ponerse en rodillas, sin mendigarlo a nadie).

Era un hombre acongojado, con muchos aspavientos
de que hay que organizar al pobre,
aunque implique matar los opresores
y torturarlos y decirles sus verdades
con el asco que cultivó después de aplaudir
a los herejes, inconformistas, heterodoxos,
seres quemados, torturados, encumbrados,
linchados o cautivos hasta el último suspiro
y él aplaudía, vivos o muertos,
porque dijo que en los manuales
de matanza, escritos por los subversivos,
estaría la salvación suya y de otros.

Era un hombre con buenas intenciones.
Y le dolía ser incomprendido y no tener credibilidad
en ninguno; pero él nunca dio de su pan
ni siquiera su sonrisa ni su abrazo
y por eso estaba solo, profeta de su desierto.

Su casa, donde murió, fue un legado
de su madre; su ropa, su licor, sus cigarrillos,
siempre fue lo que alguien dio, no su trabajo.

Su vida, ensueño tan constante, se acabaría
y hoy le tocó morir y, como siempre dijo:
«Moriré solo. Nadie me entiende.
Váyanse todos. Nadie me ha amado»

y, sin embargo, fue el pueblo de atorrantes
el que le dio el ataúd, un cura misericordioso
le cerró los ojos, y llegaron campesinos,
pordioseros, vecinos de la aldea
y le dijeron: «Adiós».

Tal vez él mismo creyó
que sólo merecía que se largaran
y no lo hicieron. Llorosamente escuchó
lo que dijeron: «Ha muerto un hombre bueno».

08-12-2000 / El libro de la guerra

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