Tú, en jactancia de ser lo más activo y vigoroso
en la representación de nuestras almas,
ni siquiera en la Historia eres amado.
Eres lo menos venerable: pluralidad egoica
de la tierra falsa que no te da buen fruto.
Eres el traidor que usurpa el trono
y el poder se amarga, te condena
cada segundo que lo ostentas.
Te deja solo, aislado.
Violentar es la respuesta
de tu soledad.
No es bienhechora la autoridad
con que te invistes. Todo lo que tomas
te quema. Nunca estás satisfecho
porque no eres el Ser verdadero.
Eres una bestia que suplanta al hombre.
No importa cuanto siglos y milenios
acontezcan, el ave de los soles,
soles de justicia, te señalarán como el Suplantador.
Un gen rojo que en su propia red celular
se irá cancerizando; a más poder y crecimiento,
más dolor, más violencia, más temor.
Temor a los halcones de Horus,
a la paloma mansa, al cóndor,
a los pájaros de fuegos
que abren el infinito.
Pobre Seth: te faltan las águilas.
Pobre rey del Aornis, tierra sin pájaros.
Obstructor del Ser, de todo te puedes
adueñar, menos de la resurrección
de Unnefem, el Ser Bueno.
El que es siempre el único porvenir.
Aún en los cofres traicioneros de la historia,
es el tesoro, el libertador, el hermano,
lo sublime del hombre.
2.
Tú, el tercer hijo de Nuit, tenías la tez blanca.
Y los cabellos rojos. Tú eras fuerte, duro como un asno.
Nunca se vio criatura más digna de tus músculos.
Eras lo externamente hermoso; en tí sí que habría
iluminado una sonrisa, en tí la boca vibró
las palabras y las enunciaciones.
¡Qué pena que te enmudeciera de contínuo
el capricho, qué pena que prefirieras
no sonreir, ser orgulloso, qué tragedia
que te hicieras vulnerable a la tristeza
y al recelo!
Yo recuerdo tu riqueza en Menfis.
Recuerdo los banquetes de tu casa,
a los hombres que se llamaron tus funcionarios,
tú los llamabas tus siervos; pero muchos
fueron tus cómplices; los elegías porque eran
como tú, siempre insatisfechos, aptos por lo duros,
enérgicos, pero sin regocijo.
Ví cuando recibieron al más dulce
de tus hermanos, al que llamaron Viajero.
El era un rey, un sacerdote y su voz era Thoth,
la señoría del Verbo, la magia del Buen Juicio.
En tí no había este conocimiento,
tú amabas la tierra, la propiedad, los placeres,
el dominio de unos y de otros. Hablaste mal
de Anubis, de cada ley divina en nosotros.
Dijíste: «Yo soy lo correcto y lo incorrecto,
Nada ajeno a mí me dirá lo que haga.
No hay más allá que estos brazos
y las piernas que tengo; no hay otro corazón,
sino el yo mismo, mi Yo. Mi yo pluralizado».
3.
Entonces, tendíste una trampa
al hermano que vino, al que llamaron Ser Bueno.
En vez de llevarlo al aposento del descanso,
tras el banquete, lo empujaste hacia un cofre
de exterminio, con orden de que hundieran su tumba
en el Nilo. Que se lo traguen las aguas
una vez sellado con la muerte.
Ese día se fraccionó tu consciencia por completo.
Seth, desde esa noche, dejaste de existir
como un humano; exilaste el ego verdadero.
Decidíste que vivirás por los ejércitos.
Batalla tras batalla, dará premura a tus días.
Tendrás que protegerte de los muertos.
Cada pensamiento te reclamará la sangre,
el karma, el dolor resultante, porque es al dolor
al que pluralizas, tu mayor enemigo.
Osiris fue también tu esencia
y en Biblos, Siria, confirmaron tu crimen.
Pero, consuélate, Demonio, Osiris no muere
para siempre; en el cofre ha escrito tu perdón,
dijo que vuelve. Regresará a liberar
tu alma fragmentada. El sí observa tus cadenas.
En cada sistema que entronizas al seguir
tu causa, tu hermano medita.
Osiris habita en los islotes arenosos del Nilo,
sin envejecer jamás, resurrecto.
Para cada uno de tus actos, él tiene alternativa
porque la historia es una sucesiva reminiscencia
de tu crimen y él cruza mares, te observa
en todos tus caminos, penetra en todas las edades.
Ha escrito que se elevará a los cielos
y que allá, en la Vía Láctea, seguirá escribiendo
tus perdones. El Sol y la Luna lo iluminan
con sus rayos. El quiere ser tu hermano para siempre.
Junto a Toth, el Señor de la Voz, en la escritura,
dijo que éste ha de ser su legado: el perdón
de quien sufre, ¿quién sufre más que tú, Hermano?
Se adueñará de los pueblos con dulzura y persuasión.
Del Asia a de toda a Tierra, él te observa
Y. desde los pantanos del lago Burlos, renacerá
con su dialéctica infinita, integradora mente de sabio.
Es que ni tú mismo sabes lo que has hecho:
«Es a tí mismo al que hay que rehacer;
separando la bestia del hombre».
08-08-2000 / El libro de la guerra
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