Saturday, March 14, 2009

1. Exhortación al Yo

Antes que él, cualquiera que sea su nombre, llegara a casa, se esperó que yo fuese un niño bueno. La expectativa fue: «Nacíste loco y manso. Quédate así. Sé agradecido y gentil». Uno que no ensucia la ropa, que es modoso y apacible, sin groserías y sin violencias, sin este odio. Uno que ignora que puede ser el puente para el individuo superior. «Individuación madura»…

Pero si cualquier pajarraco de estopa, cualquier mosca u hormiga de mierda, se acomoda en mí, forja su tribuna en mí, se burla o se lucra de mis mansedumbres, algo cambia. Descubres que estás siendo herido y que te lastiman el futuro que el arco del tiempo flecha como tu dirección.

¿Qué importó que, como embustero de las esperanzas, inventara yo las metáforas de la felicidad y el buen comportamiento? ... Mi familia sufrió. Por culpa del ser, fui como extraño para todos. Este opresor del culo de su madre fue un monigote al que, en vano, fue cubrirlo de bendiciones y ampararlo como hicimos. Fue el suplantador, punto.

Lo acusé de ser una megáspora que huyó de los prótalos cósmicos o los espacios arquegónicos. Navegaría como gambuza en la barca del Mar Sideral; pero tomó mi sangre como saco embrional, como su ruta para los Lagos de Texcoco. Y el cabrón no me perdió ni pie ni pisada. Vivió conmigo, con nosotros. Y vive todavía entre muchas gentes que juegan a las bandas, a las que ni se ha dicho:
«Jódete y aprieta el culo».

«Fuck yourself!»,
me responden.

Uno se vuelve cobarde, irresponsable, dependiente y nunca deja de ser niño. Uno, en cuanto yo, se evapora.


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