Sunday, March 15, 2009

19. Dormir con el enemigo





Dormir con la gama no es lo mismo que dormir con el mono de peluche. No pegué los ojos un segundo. Casi a las doce de la noche, me encaramé sobre la gama. Le metí el trapo en la boca y acallanté la voz de Gabi Ruffo, con que me dijo: «No me mates, Pirri». Le puse la daga en medio de su entrecejo, dispuesto a sacarle los ojos y los sesos, a cuchilladas.

La gama, con la pata izquierda, me empezó a rozar el carajo. Y levanté la daga para clavársela en los ojos. Con una patada, más rápida que la puñalada anunciada, el animal tiró mi cuchillo fuera de mi puño. Sentí cuando pegó en la pared. Mi mano quedó entumecida. Lo descubrí al apoyarme sobre el colchón para bajar del lecho e ir por la daga.

La bestia se puso en cuatro patas. Corrió de un lado a otro. Rumiaba con pánico para que Tío Lucas o Caterina despertaran y vinieran a mi alcoba. Encendí la luz y la ví brincar una y otra vez sobre la cama. Echaba los bofes para zafar el trapo de gambruna que le hundí en la jeta.

«Cállate», le dije.

Te odio y ella rumió: «Te amo». Tenía los ojos llenos de lágrimas, como Leticia en las telenovelas. Para probar que me amaba, el ser salió de la gama. O mejor decir, fue un pedo. Se paró en una esquina. Y ví la estopa, amasijo de ralas greñas del espectro. Pretendía ser una mujer. Quiso engañarme con su apariencia virtual. Sólo que parecía un monigote, un espantapájaros.

«No me mates, Pirri. Necesito el ser para ser vida».

Mi corazon se abrió con primitiva osadía. Como la de los que han sido llamados a ver cómo se les corta la cabeza, se les escupe el rostro, se les queman los ojos y los huesos. Mi corazón le dijo: Tú o yo: ambos no podemos ser. Quise morir, o matar.

Te veo cara a cara, por primera vez, en 15 años, «tocayoh» del rencor. Te veo, enemigo, con tu cuerpo de pánico. Te veo celoso de las riquezas que yo tengo en mi cuerpo. Has aniquilado, poco a poco, mi concreto espíritu de moléculas. Quise decir, ATP.

Lo dije con mis manos listas para asesinarla. Y se metió otra vez en la camélida.

«Déjame alojar aquí. No tengo dónde ir».

Me acerqué, brinqué sobre ella al saber que se metió dentro de la gama y golpeé su hocico. Luego puse mis manos alrededor de su pescuezo y apreté. Cerré mis ojos para oprimir con fuerza. Sentí el trapo que rozó mi brazo. Estaba lleno de las babas de aquella bestia. Ella no opuso resistencia, excepto que con la voz de Gabi Ruffo me susurró: Te amo, amor.

Fue su golpe más rudo.

Me conmoví y me puse a llorar.


Indice: Berkeley y yo

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