Saturday, March 14, 2009

5. El evocador de Aisha

Acaba de entrar a su alcoba. Se duchó. Se ríe ahora, mientras me abraza. Imaginé que es Aisha que me ama. La mujer divina. Ella se encerró a llorar la vez que me vio con el chaquetón lleno de fango. Fue el pájaro negro que viajó al Edén para hacerme animal y salvaje. Un pájaro satánico y rival es y llenó mi vestidura de cagada, le dije.

¿Cómo creerá que menosprecio un regalo suyo? El jacket de Cavaricci. Lloró con sentimiento aquella vez y yo me colgué de las patas (digo, de las piernas) y con la cabeza de punta hacia abajo. Desnudo.

Ahora se ha zafado la toalla, ella la recoge y el aliento de su boca suspira en mis testículos. Desnudo suspiro, como ella sin toalla. Así me habría gustado caer a un agujero negro, tragado por los dioses protónicos. Mas ya el edén estuvo hecho. Nací después como el Adán / Intelecto / de tierra roja y de sangre.

Tío Lucas me descuelga cuando me amarro de un pierna, con la cabeza hacia el piso. Después de tres horas, me descuelgan; final del rito. Así meditan los vampiros, colgados de las paturrias. Acabo de imaginar que me gustaría que una diosa me descolgara o me tragara por sus agujeros. ¡Qué inmoralidad la mía! Y da la casualidad que la diosa, a la que invoco y hablo, es mi hermana universal. Aisha misma en Hedén.

Ahora estoy ante la niña más hermosa, en la Tierra donde los indios y los tecolotes se confiesan sus escondites y sus penas. En realidad, yo no sé por qué se me ocurren estas ideas tan raras. Me desespero al extremo de hacer pendejadas. En el mundo de los otros imbéciles no hay ni pizca de imaginación.

Hebe, mi Aisha, ha crecido al punto que la desean los mismos pájaros negros que me han vencido y que han comido de mis entrañas. Hay vanidad y gratificación porque yo vencí. Pero hoy mi cuerpo y sus ojos se han hallado y nos vimos desnudos. Nos ha enardecido el deseo y ninguno, ni ellos ni yo se atreve a preguntar... ¿Qué queremos, a final de cuentas, uno del otro, que no podamos dar? ¿Por qué somos tan tontos y culpamos a una coneja de felpa, a una mona de colores, qué... acaso no sabemos que somos deseo, bestias, hermanos que se buscan en el reposo?

Yo, por lo menos, dí nombres al ser absoluto y sé de dónde vino. Es el Chiquito del Espacio, el pigmeo de los gandallas. Puede que sea la victoria del movimiento (que es mi vida y mi sustancia) sobre la fuerza gravitacional el único misterio que exista; ya que no hay tal cosa como la Nada del Don Nadie.

Me encanta la idea de que haya algo más que el vacío.

Aún en el mugre vacío, el polvo viaja. Hay residuos ya invisibles de estrellas muertas y el aliento de supernovas que, de seguro, sintetizamos en el cuerpo y son elementos más pesados que el helio. Mi siquiatra es feliz cuando digo que Don Nadie no existe y él es otro pendejo igual que yo. Pero mi hermana me creyó primero que nadie. Ha sabido oirme. Jamás ha dicho que yo soy un señor que dice pendejadas. El Todo está lleno inagotablemente. La sustancia es infinita. Es tan indispensable saberlo, carajo. Tiene que haber un edén perdido. Una tierra. Una mujer, una pareja que sea como sueño. Y ;a hay.

Ahora estoy lleno con un fantasma, con sustancia, con temperatura que yo mido con ojos de buen cubero, en una gráfica de contador que no existe. Puede que haya que decir ésto, lleno de culpas. Estoy haciendo escenas cochambrosas con su cuerpo. Ella es muy hermosa. La deseo con la misma inmoralidad del mundo y de lo inagotable. Estoy integrando la unidad que perdí. ¿Hedén ya no existes? Seguro: la jodieron los incrédulos que no creen en Aor, la Luz, ni en Aisha, Eva espiritual y serpetina, no la pendeja y llorona, alma emputecida y corrupta.

¡Pero, al menos por un rato, no siento esas culpotas siquiátricas! Hoy, por los momentos, que ella me brinda el espectáculo de la Eva desnuda, la toalla caída, el chochote a la vista, y me siento adámico. Con el poder y el control que encumbra, o me sube al alero donde me cuelgo para tener el conocimiento de la Luz y el Soplo de Aor.

II.

Mi erección es cada vez más espléndida mientras tú sujetas el espectro, como si estara dentro mí el Pozo del Viviente que me ve y la plenitud de la luz de la Verdad. Has rodeado con tus brazos mi cintura y has dejado mis brazos presos, porque yo te subiría si tuviese las manos libres al ápice del nabo.

Una deidad eres y allá donde trabajas, Catherine, ninguno tiene unos nombres más bellos para tí que los que te doy. Aisha. Sémele. Isis. Isha. Perséfone. Evé.

Sólo yo cultivé mi soledad, adorándote, y ennoblecí lo más vil de tu atareada vida para que el día que sea libre y sepa hallarte, abierta para mí como una puerta, entrar y penetrarte. Tú serás la luz; yo, una tiniebla que te ha conocido. Me alojaré en tí. Eres la novia que anhelaba.

El panteísmo de Spinoza me permite una identificación con la Naturaleza, que es erótica y zooerástica. Lo primero es visualizar que soy un puntito de luz, el punto inerme de una tangente infinita. Luego, por causa de esta noción del ser (sattva, como dicen los atomistas de la India), quepo en todos los lugares. Me filtro en los vacíos. No necesito de enormes espacios. Ni de enormes tinieblas. Nadie se deposita en mí; pero yo sí lo haría en la vagina deseada, en la apertura de otro ser, soñado.

El podrigorio de un pájaro negro no me ocupa. Sin embargo, las tusas de la cumbiamba se desesperan. Se quedan sin auditorio cuando llegan a predicar. Esperan que yo les crea que la esencia de la consciencia es lenguaje.

Ustedes, los promotores de himnos culturales y los elucidantes de rezos litúrgicos, se arrodillan y cantan, invocan a las sombras absolutas, a fin de contarse como devotos inspirados. Se creen que tienen el «Summun Bonum» agarrado del pescuezo o del lomo.

Algún primitivo profeta propuso la Gran Receta: abrirse en diálogo con el objeto ideal y los diseños de esperanza. ¡Llenarse de palabras y fórmulas: chachalaca al mole! Mi receta ideal es colgarme de los ejes e imaginar que soy tan pequeño como un puntico de luz. Y que la Luz se expande cuando el Soplo se inicia y rasga los velos oscurecedores del espacio.

Imagino que soy mudo como un árbol. Así no molesto a nadie, soy muy inocente y me escondo de los pájaros negros. Se me olvida la hora de almorzar, cenar y bañarme cinco veces diarias. Tampoco me cepillo los dientes. Soy microbiótico. ¿Y qué necesidad si en el puntico de luz no cabe una bacteria? Aún así, no sé por qué... ¡he esperado por alguien! ¿Será por tí, Catherine, Eva terrestre?

Don Nadie, el dios pigmeo, el hoyito valiente, negrito de pendejos hasta el culo, me promete la Virtud Eterna, las Ropas Blancas, las bienaventuranzas de la Resurrección y la Santidad. Dice que no quiere que yo sufra. Que vuelva a ser Aisha de paraíso.

En realidad, no pretendo tantas cosas. A veces, con Don Nadie, porfío sobre lo que se me dará, por retribución de mis buenas obras o por castigo por mis baturradas. En secreto digo: «¡Déseme una mujer que sea como Catherine!» La Eva terrestre, la Aisha que me perdona si la espío duchándose; perdona si confieso, que un pájaro negro con maldad canalla me habla al oído, me caga los chaquetones.

Medito sobre la hipotésis siguiente: él puede, al final de cuentas, como Sanchoclós en Navidad, dar algo que no sean disgustos. Hace muchísimo tiempo solicité de él que mi cuerpo ocupe el mínimo de espacio. Y que mi consciencia, sea despojada de lenguaje. Que sea mi yo una chispa de luz, nomás... Esto es ser parte del Dios que es Todo y Nada. Colgado de los pies habito la luz perdida. La que se fue de Hedén / o Hadama de algún modo y borró el paraíso. Ya no hay paraíso como aquel de Aisha. La Eva celestial.

... Tú, con tantas luz guardada y oculta bajo tu dureza de perro amargo, siempre callas. No te quejas. No ladras. No te jactas del brillo de los rangos de tus magnitudes y misericordias. Envidia de los santos, boquetito arisco, casita vaginal para las vergas que se portan bien, dáme un pináculo en los montes lleno de luz...

En fin, rezo. No soy un irónico, cínico de lo peor. Estoy enfermo de la mente, según un siquiatra. Estoy enfermo de nostalgia de Dios, dice mi Catherine... Mi sangre fluye con su memoria eterna, el presente que nunca termina. Organizo las palabras escondidas. Sudo cada esfuerzo. Nadie lo hace por mí. Cuido el bosque de los árboles vivos. Y del riego de mis silencios, que son porfiadamente creadores, nace el Arbol del Conocimiento. Quiero merecerla. Que Catherine no me abandone. Que no vaya a un hospicio. Que me dejen con ella.

Como amante perenne, no me desperdicio. Espero a La mujer para completar mi gran día con la Luz. Necesito mi erótico volumen de gracia, mis geotrópicos movimientos de cadera, mi sensual fotosíntesis de inspiración y gusto.

¡Qué delicioso es estar colgado de los pies! Bailo con mecidas. Como canción en mis labios, son el hacha y la hoz. Me gusta esta locura. Cristo se apiada de mí. Es un pez del aire que chupa de mis poros y los lava con saliva... Yo creo en Cristo como en pan y pescado. Si Cristo es otra cosa, no sé. Prefiero no creer en él. Prefiero a Buda o a Mahoma. O Gloria Trevi y Alejandra Guzmán. Yo no me complico la existencia. Que se la complique don Nadie.

Hay frívolos sistemas, sintáxis de-codificadora; pero, ¿de qué valdría si el mundo no es concreto, aunque sea doloroso y feo? Así que se vale soñar, o al menos, buscar una herramienta de la prosperidad... En mis pausas se martilla. Se timbra. Se repican las campanas. A más golpes, más crezco. La altura se satisface en el gozo y más posibilidades libero de los seres que se roban el espacio y lo llenan de sombras. Yo no soy la verdad al alcance de la mano; pero estoy orgulloso de no serla.

¡Qué maravilloso es pagar el precio de todo, sin monedas, sin codicia, sin miseria, y en la realidad cotidiana, que preguntemos por qué el martillo no está en mi boca, sino en toda la piel!


Berkeley y yo: Indice

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Cuentos de sangre: Cecilio R. Font

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