Saturday, March 14, 2009

27. El señor que dice pendejadas


Pude haber sido un gran intelectual, matemático, astrónomo, o médico. La demencia me truncó. Soy un loco, orgulloso y con suerte. Mi mamá heredó cinco millones de dólares. Imagíneselo en pesos o en euros. Imagínese que cada millón crece siete veces siete entre los que son como ellos, adictos al trabajo y, ¿por qué no? a cobrar caro... Fíjese que hay muchísimos locos en México. La mayor parte son viciosos y pobres. Yo no.

A los pobres locos y locos pobres los tratan a las patadas. A mí, aunque les duela al hacerlo, me tienen que llamar señor. Ande cagado, o muy catrín, señor. Es que soy blanco en una república de mestizos, o de indios resentidos o acomplejados. La gente rascuache es odiosa. Yo, quien juro que soy loco declarado, de clínica, no paso por tan loco hasta que abro mi boca y digo pendejadas.

Cuando platico, a todo concepto lo salpico con sabiduría. Todo lo que he leído, desde niño, trato de asociarlo a una síntesis. Soy un loco bien leído. Hay días, sin embargo, pinches días, en que mi mente es un caos. Lo que hago es que pongo a canturrear. Por mis venas, fluyen torrentes dionisíaco. Antes sabía explicarlo muy lindamente, sin decir que Baco es el Dios del vino y que Dioniso es Baco en griego. Ambos el mismo pendejo. Ya no me acuerdo bien. La memoria le falla a los locos o el tiempo se le sale por el pito. Se orina como chorrito el tiempo... Pero yo me ubico, aún con lo sentencioso con la dosis de racionalidad que se espera, o que da algún camuflaje.

Sé que estoy loco y la mitad de lo que platico... ya ni yo mismo me lo creo. Observe usted: prefiero callar, así paso por más cuerdo y las moscas no se meten en mi boca. Los sentimientos utilizan el lenguaje común, el que yo detesto. Un conejo me entiende, cree todo lo que digo. Los conejos son la gente más buena del mundo.

Una de las pendejadas que digo es por causa de la presión que me ponen. Mi familia se pasa diciendo: «Cuando venga el señor Fulanito de Tal, tú guarda silencio. Haz como si no existieras. Puedes irte a tu habitación. Anuncia: Estoy consado» y te encierras». Se avergüenzan de mí. No los culpo. A veces se me olvida que no debo echarme un pedo. Es de mal gusto. No debo bostezar, con la bocota abierta y ruidosa, aunque me muera de sueño o de hambre. Para ser rico, hay que tener miles de misvots como un judío. Vivir en base de prohibiciones. Vivir muerto.

Es por eso, precisamente por eso que no me gusta decir que nací, pero ¡si es preciso! digan que he nacido. Digan que tengo un yo. Analícenme dualísticamente. No será la primera vez. Digan que nací, pero esclavo. Si me preguntan, con sinceridad, no tengo Yo. Un yo que se diga Yo, tendré un NOSOTROS al comando. Mas no me siento vivir. Mi yo es tan sospechoso, tan cautivo de los que me dicen: Báñate, se te olvidó. Perfúmate, se te olvidó cabrón. Usa la cadena que te compré, cabrón.

Así no me lo dicen, con ese cabrón. Te lo dicen con una solemnidad que me asusta. A mí me gustaría ser cabrón; pero ni a eso tengo derecho. Un señor no debe ser un cabrón. Se supone que el régimen de mi hogar lo lleve a todas partes. Que no me ponga al tupe con nadie y... fíjese, soy grande físicamente, aparentemente saludable, indiscutiblemente desarmonizado síquicamente, emocionalmente inestable, y no hay un cabrón que suelte lo que siente y me diga PINCHE LOCO, culero. Menos en mi barrio aristocrático, colonial. Para que me digan lo que merezco, tengo que andar lejos, lejos... por días y días, andar sucio, sucio por días y días...

Toda mi existencia ha estado plagada de los análisis ajenos. Por eso, aprovechándome de esta ocasión, voy a explicar que yo cometí un crimen. Que no debo encerrado en un calabozo. Que debo aparecer en los periódicos, si es que soy una entidad jurídica que valga. Soy una persona, ¿o no?

Declararé la verdad. El hecho. La cochinada del acto en sí. No es verdad que devine absolutamente del reino de las asimetrías y de las reversiones hasta que un día me dieron la relatividad temporal del reposo. No. Eso lo dijo un profesor que insinuó que yo lo que soy es un genio, una especie de místico, quijote, obsesionado con Dioniso. Lo demás lo inventé yo.

Quise ser escritor. Pero, cuando comencé mis estudios, mi familia dijo: «Será médico. El décimo en la familia». Tendrá la décima clínica del emporio de los Doctores de la Mexican Chingada Incorporated. Explorando las vaginas y sus hongas, hay muchos especialistas en la familia; me dijeron que falta un urólogo; pa'ca no miren, dije. Y me traumé; a torcer a puñetas otro tío. Mi mente no está en la medicina; yo creo en curar con luz, con los arpegios. Creo en leer a los pitagóricos; pero después de asimilar los dioses primarios de la Antigua Grecia. Creo en los cultos órficos. En los sacerdocios de aquellos que se llamaron Apolos, Dioniso, Orfeo... todo lo que sea distinto es retroceso. No son verbos solares; son olor a cacahuate, a pedos expedito del culo.

El reposo consolidó mi existencia. Me hizo denso y lo surgido de mi movimiento, al reposar, fue alcanzado por los pájaros negros y los engañadores. Me ví sin escapada en las manos del monstruo. Llegué a creerlo invencible. Creí muchas de sus mentiras. Tardé en concluir que lo imperecedero de los monstruos es mera alegoría.

Un profesor me había oído expresar mis ideas en el colegio. Una leyenda se hizo del hecho de que estoy loco. Alucino a la luz de un sinar. La mayor falacia fue que el Testigo Falso sólo moriría gravitacionalmente, molido a dentelladas por una estrella rotatoria y errante de neutrón... y él murió antes de que me pudiera ser más daño. Le dí una patada en los sesos cuando cayó al piso. Lo ví orinarse por darle otra ronda de patadas en el culo.

«¿Querías un loco?», le pregunté. Se lo definí empírica y pragmáticamente. Un loco es quien violentamente comete estos actos. Este es el círculo fatídico de la carne desquiciada. El que te hiere. Te mata. «Yo, ¿qué daño te hice, maricón?» Siempre fui un alumno tranquilo. El más dulce y generoso. Si hasta bien parece que físicamente vengo del Más Allá de una nación hiperbórea, descendida del cielo hasta la Tierra. Tengo un principio viril. Una luz solar que busca la Luz Hembra, Mitra; pero si quieren de mi fuego viril y mi luz material hacer su cigarrillo de mariguana, aténgase a que salga el monstruo.

«Tiéntame, cabrón, a ver quién se fuma a quién».

No lo maté a esa vez. Se quedó vivo para odiarme paulatinamente. Enloquecerme. Ensayó todos los chantajes, pero mire usted, cuando apenas han pasado tres décadas, lo chingué. Su cadáver es visible. Murió antes que yo. El... que dijo que me aterrorizaría hasta el final de mis días. No siendo necesario porque yo, si usted supiera, tengo una familia que me aterroriza más. El amor de ellos, el que me ofrecen, es pánico.

«¿Quién se atreve a velar en su sepelio?»

No hallo uno. Las moscas no entierran al dios que les da de comer. Llegaron a la Clínica que mi familia representa: Mexican Chingada Incorporated. Mi familia le curaría el cáncer; pero no esta muerte final. La que yo le deseé. No había enemistad real entre ellos y nosotros. Esa familia del pateado ni siquiera me odió a mí. Me creyeron insignificante como el paciente dijo. Todavía coomentan que, entre todos los que representamos ese consorcio de ciencia, influencia y poder, La Chingada, soy yo el único que dice pendejadas. Vienen a llorar ante la familia y a decir: «El muerto fue indiscreto. No recomendó a un niño con el talento de su hijo». El era como un Gran Maestro; yo un niño, hermoso de cuerpo y de alma, quizás inquieto. El me llamaba Dioniso. El prometió que Tracia me odiara. Que me escupieran en los Valles de Tempé, en todo los Olimpos.

En una ocasión Zaratustra cargó un cadáver, su primer discípulo, pero, a final de cuentas, dijo: El hombre creador busca compañeros, no cadáveres, ni tampoco a rebaños ni adeptos de credos... ¡Qué tiene que ver él con rebaños y pastores y cadáveres!... No he de ser pastor, ni sepulturero. No hablaré más a la gente; por útima vez he hablado a un muerto.

La generación del Quinto Sol ha sido menos afortunada. Todavía los hijos del Sol cargan el cadáver, los huesos robados al mundo de los muertos, humedecidos por la verga de Quetzalcoatl. Creemos en la sangre generadora, en los viacrucis de pájaros muertos, en la acusación vengadora, en las venas abiertas y los tristes boleros.


Toma este puñal... / Abreme las venas.
Quiero desangrarme hasta que me muera...


Por otra parte, ni con una mirringa de mi propia alma me plazco. De seguro, ni hay ángeles ni espíritus, como yo los deseo. Tuve el alma de cordero sólo porque no supe mandarme. Me subyugaron las paradojas y la ficción del Así fue. Te dije así fue, Apolo, Quetzalcoatl. Te lo dije, Cristo, Krisna. Ahora estoy cansado de creer y confiar. Me hallé como siervo que obedece y, al final, otro fue mi amo... Quise llevar una corona llena de angelitos y veladoras a todos los grandes santos. ¡Ya no!

Ahora tiro los perros a Agueda de Palermo, me enamoro. Fornico con las amigochas que no conozco. Pago si es necesario; pago con cheques de La Chingada, pago con tarjetas de crédito. Y, si se me pega la gana y no estoy tranquilo, tranquilazo, me violento. Los únicos locos que yo respeto son los violentos.

No es que yo quiera ahora ir a prender las veladoras por lástima. No, ya el pateado no necesita de mis veladoras, sino mis ojos abiertos, mi cuerpo en acecho. Otros cabrones querrán hacer lo que él hizo conmigo. Con mi admiración por él limpiarse el culo y devaluarme. Maté un falso dios a disgustos. Entonces, dijo que yo soy el mentiroso.

Me pasa con algunas mujeres que a alguna que amo y a quien ya no llamo santa, en secreto, también la odio por su rechazo. Entristezco si ellas no enaltecen mi carne con sexo. Pero una cosa diferente es que sea capaz de oprimirla como Quinciano. Sólo digo que no perdono las guevonadas ni los misticismos. Ahora soy libre y puedo odiar por exceso de amor.

Sigo con una medallita colgada al pecho, sin fe. Agueda está muerta, como Cristo, Nietzsche y Berkeley. ¡La muerte ya está muerta y la vida viva y no hay eterno retorno! Lo siento, Agueda, ya no soy católico ni espiritista, ya no me interesa la filosofía de los Orficos ni la Escuela pitagórica. Ni entrar a la escuela de medicina en mirar el pene y disecarlo. Soy sólo un señor que dice pendejadas y si vivieras y me vieras, a lo mejor nos trenzamos en amor y sexo...

Indice: Berkeley y yo

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