Tuesday, March 17, 2009

30. Mis mejores amigos

a Robert Schumann (1810-1856)

Lo inefablemente íntimo de toda música, en virtud de lo cual pasa ante nosotros como un paraíso tan enteramente familiar como eternamente lejano, es tan comprensible como inexplicable, y estriba en el hecho de que ella nos restituye todas las agitaciones de nuestro ser más íntimo, pero sin la realidad y lejos de su tormento: Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación (1819)


Cuando se exhorta a mi Yo a que se porte bien, a que se integre creativamente a mi ser, los pájaros negros graznan hasta ensordecerme. Sabotaje. Porque, la edificación de un puente hacia un hombre superior es plausible. No importa lo que digan mi madre, o mi parentela, los días de violencia se avanzan. En mí, se engendraron desde niño. No vale que digas: Quédate manso y bueno. Acepta que te rompan la mano y se te enllaguen las rodillas. No. Mi pandilla, con la que me gusta el polo de la euforia, con la que me afilío, es la voz de Florestan, uno que vive en mí. Es una de mis manos. El no da membresía a gente mansa y retrógrada, que no sabe qué hacer cuando irrumpen los pájaros negros. Es triste que mi mano se lesionara con la bulla. Lancé mi piedra para matar un pajarraco de mugre pelusa. Ya no seré como deseo un virtuoso en el piano. Se truncó esa ambición en el intento de edificar un puente, sin las manos sangradas. Un alto puente sobre el Rin. A causa de la lesión en mi mano derecha, también Florestan estará herido. El se autoinfligió la herida para que no me doliera a mí. El es amigo. El comparte el dolor. Los sinsentidos del mundo.

A mi pandilla se integraron: Jean Paul Richter, Heinrich Heine, Wolfgang von Goethe y Friedrich Schlegel. A la voz de Eusebius, por el contrario, le agrada George Berkeley, no Heine. Von Goethe no le gusta a Eusebius tampoco porque es mujeriego. Eusebius es un meditador. Muy apolíneo. Cuando Von Goethe llega a casa y me sonsaca para irnos de juerga, yo me pongo hasta inyecciones de mercurio. Uno no sabe quién pueda urdirse tu douce enemie y pegarte una sífilis. El tiene demasiadas amigas, posan sin ponzoña y la tienen. Por eso yo pongo mis ojos en Clara, la amante lejana y fiel. Y paso de un extremo a otro, rehuyendo la aflicción.

La Voz, suave y dulce como la brisa, puede llegar cuando estés en desobediencia, muy romáticamente desbalagado, en aras de la Dama amada y lejana, Clara Wieck, die ferne Geliebte. O sabe quién putas será ese alguien que sepa oír delicadamente. Ella tocará el piano por mí [porque ya no seré el virtuoso]. Friedrich Schlegel puede ser la voz que me diga: «Todos los sonidos que resuenan / en el multicolor sueño de la Tierra, / contienen un sonido muy suave / para quien lo escuche secretamente». Clara, yo seré quien lo escucharé; los sonidos en notas de pentagrama escribiré para tí y diré: «Nimm sie hin denn, diese Lieder, Die ich dir, Geliebte sang... / Acepta entonces estas canciones que yo canto para ti, amada mía».

Recuerdo a su padre, que se opuso a que la quisiera y cantara extravagantemente para ella. «Sé manso. Ocupa tu lugar y nada más. Eres el alumno ante el instructor». Mas yo ví su hija y comencé a cantar y a componer con pasión, siendo ésto una parte del puente del Hombre Superior. Ella será mi esposa, ténganlo por hecho y no hay extravagancia en quererla, sólo pasión. Ese terco yo, exhortado por Florestan, se lo dijo a Friedrich Wieck. Este joven es literato y como tal sabe la diferencia entre extravagancia y pasión; es poeta y en 1840, el padre dobló la cerviz y admitió que me casara con ella. Y mi padre, el librero, ya dejaste el oficio que te enseñé. Ser crítico, escribir para Neue Zeitschrift für Musik.

Y, pese a la reyerta de las tormentas de polvo pajaronegreros, él es uno que me dice: Oye, niño de la multipersonalidad, oye Florestan (apasionado, improvisador enamorado), oye, Eusebius (el colgado, pasivo, el bobo pensativo), el puente hacia el Purusha es es el mejor proyecto. Es fenomenología progresiva o constructiva. Oye y díle a tu otra mano, la izquierda, que Tú Puedes ir hacia la individuación madura… hacia la Fantasía en Do Mayor, Op. 17. Y que mi hija te interpretará. Dirá, como ese Mejor Amigo que escribe en mí y comenta, que soy generoso. En medio de la insatisfacción con el mundo exterior, sé admirar a quienes me preceden y sé estimular a mis contemporáneos, porque soy un niño bueno, modoso no. Bueno. Honesto. A veces para ¿qué mentir? Salgo a beber y a putear, no en exceso. No. Modoso, no. Honesto, moderado, porque voy con Von Goethe.

«Su vida, después de un intento de suicidio, se ha vuelto menos apática. Está feliz, papá», dice Clara. Lo pudo haber dicho Caterina, o las Hebe de sus cuentos, y es lo mismo. «El mismo no sabe cuán creativo es».

Y tengo la sospecha de lo fantástico en ausencia de dolor. En mi pandilla, admití a Ludwig van Beethoven, Franz Schubert, Frédéric Chopin y Felix Mendelssohn.

Antes que hacer daño, cuando atacan los pájaros negros, yo me retiro. Me interno en este sótano. Yo mismo lo pido. Amárrense mis pies, córtense las manos, pero yo no quiero hacer el mal. Si no construyo el puente, al final de mis días, es mejor estar aquí. En un asilo de locos.

«En 1844, según cuentan, cayó de nuevo en la más profunda depresión. Cuatro años después, volvía a estar alto, es decir, en otra etapa de euforia».

Pero yo sé lo que es. Ventoleras de pájaros negros. Los altibajos de mi vida.

Me dijeron que soy un joven bipolar, maníaco-depresiva, que busca a Dios en la música, en poemas suyos y ajenos, en lecturas. El mismo se receta litio o mercurio. Entonces, me dicen que soy un tecolote que canta en las orillas del río Rin. El Gran Payaso siempre está presente. Quiero llevárselo a una memoria que tuvo con las putas. Culpan a las rencillas entre Van Goethe y un tal Berkeley, menos cientifizado. Un cura, un obispo.

Pero el Gran Payaso rescata. Lo hizo conmigo. Fue desde La Torre Latinoamericana. Eusebius dice, invisiblemente, que vivía en una enorme casa frente al Rin. Y fue en 1854, cuando trató de suicidarse otra vez tirándose al río Rin.

Y ahora los tiene a todos en el sótano. «Se quiere morir de hambre, colgado de un pie y más allá del tiempo».

Estoy oyendo la música de las esferas. Clara está tocando el piano.


Berkeley y yo: Indice
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