Saturday, March 14, 2009

7. El exhibicionista y el arte




Viví por entre 12 o 15 años con este problema del arrimo de una megáspora, opresora a todas horas. Se fue compasivo con ella y no conmigo.

Se protege, hasta el exceso, a esos invasores. Fornicamos con ellos a diario. Los abrigamos con nuestras cobijas y echamos por la punta del capullo el chorro del ens seminis. Los idolatramos. Ese es el ideal falseador: Son lindos y buenos. Los ídolos quieren nuestro bien. Nuestra felicidad. ¡Que sigan multiplicándose pues como frutos en los vientres de las vírgenes!

No sé por qué remiendos, o componendas, el ser de Don Nadie les tiene comprados a todos y, a pesar de las ofensas que comete, se permite que individuos como yo salgamos a la calle, oliendo a una poesía de odio, que él nos inspira e inyecta... Quiero decir, yo odio a los ídolos. Voy siempre por la neta. Una verdad desnuda. Una vehemencia sin máscaras.

La encarnación del Gran Payaso, su ente singular, pícaro, cachondo, ya es cosa del pasado, opino no yo. Ya entiendo aunque sepa que el juicio y el entender no son la verdad. Entiendo que no debo vestirme de Payaso, hazmereir, ante mí mismo.

El fue invocado en los templos del fascinum» y en el Yo soy de la confesión mística. Para él, inventamos el Shekinah, ¡aleluya a su Gloria! Uno es capaz de quitarse los calzones. Follar en verdad. Uno es puro hasta en la pezuña hundida. Hay un oculto Bien y a veces sacarlo es exponerse a los ladrones. Pero es como uno debe ser: Puro. Neto. Verdadero. Claro.

Y, por tanto, el Gran Payaso no es un ideal. El ríe cuando debe llorar. No sabe a dónde va ni qué anhela. Es un caos. Y, sin embargo, como suplantador, se acomodó en el círculo primario con la quieta pachorra del iluminado.

Algunos no dijimos que le amamos... ¡Pues para que venga Su Reino es necesario que se quite la nariz roja, el oberol de bolitas, las greñas... el payaso debe desvestirse y, sólo así, aguas, que no se azote el consuelo! Hecha sea la voluntad de quienes de veras aman y protejen a lo más frágil de lo humano.

Llegó por quien lloraban, ¿no es así? ... Miren mi caso. Mi ejemplaridad y no lo expongo porque yo sea un narcisista. Yo fui el payaso. Con mis pendejadas se rió todo el mundo y no que fuera muy chistoso que digamos. Culpa de payaso tengo. Tristeza de payaso.

El ahora es el centro oscuro, como decir el sótano donde yo me cuelgo de los pies. Por seguir iguales ritos, allí y con los otros tontos que esquivan el soluto, estuve en aras de la búsqueda y el rezo. Fue mi lugar más desquiciado porque fue mi lugar de reposo. En la universalidad de las transformaciones materiales, o nos atrapan las moscas, o nos derrumbamos en el caos y dejamos el ser por los hadrones.

Fíjese que le doy la oportunidad de ser prudente, en cierto modo, lo invito a mi casa para quitarse esa tristeza de payaso, y se transforma en el limosnero con garrote. En esta ocasión el Gran Opresor / el Gran Chistoso / el Fascinador funciona como quien finge gratitud. Me dijo que me obsequiaría unas alas si lo dejaba vivir dentro de mí.

Dijo que soy muy hermoso, que tengo el cuerpo (sattva / bodhi) que él quiere. Le dije que no volviera. Soportaré mi dolor. Me entraron las ganas de matarlo. Salió el peine. El fulano es inconsistente ante en éso, la sexualidad. No quiere nalga de mujer; él come hombres, muchachitos. Con razón le rompen las narices y está siempre golpeado en el fondo del caos.

A la tercera visita, él ya sólo hablaba de puras cochinadas. Después de sus puterías me agarró las bolas... Me descolgué hecho una fiera para matarlo, pero él desapareció. ¿Dónde se fue? Se había metido dentro de mí. Lo supe porque, en esos días, tuve la obsesión muy grande de volar y lo sentía dentro de mi estómago. Llegué a meditar en detalles. Es un torpe, gandallón, inmoral; pero quería algo. Tenía un anhelo, aunque sea uno. ¿Pero puede dar alas quien nos la tiene? ¿Puede elevarte quien no conoce el espaco?

El doctor Maltzman no halló las temidas úlceras gástricas que se me supuso como síndrome de un payaso en el estómago, ¿me cree? Ni tengo alas ni tengo espíritu. Ni úlceras ni índices de un homosexualismo latente. De modo, que me dijo: Quizás eres un poco narcisista. Y porque eres así, protégete de las caídas y de los invasores. Claro, siempre caigo de panzaso en la lona. Me protejo.

Sobre un matress, muy mullido, me tiro si quiero de cabeza. Ensayo mis caídas sobre Las colchas. Caídas peligrosas. Sólo que el delirio de ángel alado me duró poco tiempo, gracias a ese payaso que hallé en un circo...

El engañador dentro de mí se creyó tan hermoso y no lo era. El era un vergudo. Un macho tonto, bruto. Algo para las mujeres burguesas y quedadas. O las putas. No para mí.

Yo soy pintor. En mis canvas plasmo los ángeles. Hice unos murales en el Banco, por una beca. No se confunda. Me gusta la lucha libre, hago mis rutinas de gimnsasia y en el sótano de mi casa, o si quiere, mi estudio, casi nunca va nadie.

El payaso, motivado por mí, se matriculó en un curso de arte. Sólo para andar conmigo, peguiche. Y él que ni dibuja ni pinta, ni picha ni cacha, anunció: «Este putillo se soltará la correa sideral, se bajará sus luengos pantalones, el supercluster, y exhibirá dos míseros guisantes, planetas que jamás se cocieron». Ah, supongo que hablará de él, porque, yo me veo mi propia cosas, y no tendré un tolete tan grande como el suyo, pero mis guisantes están en condiciones. Suelto leche en cantidades; he resbalado en el baño sobre mis espermajos.

No tuve que ver nada con su propuesta. Así me ridiculizó... En el salón, esperaban que yo posara. Que se hiciera un cuadro mío. Dizque yo lo había prometido al alumnado de artistas. La futura generación de pintorazos y retratiste de México.

... pero es cierto: ¡él se desnudó para una clase de Arte en la Ibero! Házlo tú. Mas él estaba en mí. Incitándome a hacerlo. En lo qud me respecta, no serví de modelo. El lo hizo. ¡Qué vergüenza por él! y por tentarme a mí.

No tuve que quitarme los calzoncillos; pero, ahí de fresco, me las pasé el santo día. Sólo porque el Gran Payaso propuso: «Pintemos a mi amigacho alado. Es tan espiritual que su desnudo es el alma». Se vengaba de mí. Ya repetía, a pie juntillas, mis palabras, mi estilo expresivo, mi visión. «Hay un oculto Bien» y a veces sacarlo es exponerse a los ladrones. Pero es como uno debe ser: Puro. Neto. Verdadero. Claro. Verdad desnuda.

Posé para todos. En realidad, no fuí yo quien se atrevió; sino el gran payaso. Píntemosle el alma. Nadie me vio el alma; él que suplanta sólo muestra lo externo, el que observa, con sus ojos, se inventa otros fantasmas. Puede que sea el vergajo del tránsfuga. El sexo con el extraño. No me conocí tanto a mí mismo hasta es momeno en que un Don Nadie da órdenes y uno hace lo que él dice.

Una guarra me pintó desnudo y tituló su cuadro «El purusha»... A otras les fascinó mi genitalia. Pintaron una especie de exhibicionista. Después de varios días y yo, o él posando, quisimos festejar la experiencia. Escuché al Opresor / al Fascinador / al Payaso / Pordiosero con Garrote: «Veamos si ahora, mujeres infinitas del mandala, insistís en vuestros juramentos, porque el dios que conocemos llegó desbraguetado, en aras de la amada, y el universo de sus canchondeces se mantiene expansivo para siempre».

«No me gusta el modelaje. No sirvo», dije desmintiendo a la pintora.

«¿Por qué? Lo hicíste bien».

El Payaso / Don Nadie, no sé donde, no sé cuando, ya había cumplido su tarea. Lo sentí intensificado. Fue por mi boca, la del Purusha Alado que la pintora trasladara un lienzo, que dije:

«Se me arrecha la verga de volada y después las pintoras se acercan. Me invitan a follar».

Indice: Berkeley y yo
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