Sunday, March 15, 2009

22. Los pordioseros de ultratumba





El pordiosero de los grumos de este mundo parece un caco barato, mojón de primera. Lo llamo El Diablo. A veces le llamo Dios. Sin embargo, yo tengo aliento, pulso y proyectos. El no. Sólo vive a golpe de polaridades. A él tocó ser, sin tocar fondo, la micro-onda, radiarse en el vacío como sombra.

Yo sí tuve el hambre de luz, yo si tengo ideas que sirven para algo, participo en la materia y mordí a las antipartículas como al pan. Como muerde un perro rabioso al hombre de la calle, al pordiosero de la esquina.

Me llené de peso y de sustancia. Y tuve que descansar al séptimo día. Fuera de mi reposo, el gran payaso, pordiosero de sustancia, no tiene una piedra con óleo de reposo, su cuerpo bendito, donde recostar su cabeza de espíritu. Es decir, él está jodido. Su mundo está vírgen y vacío. Empero yo me destrocé el lomo por dar mis fotones cuando lo sospeché tan mísero, a la Luna de Valencia, más caliente que nunca pero sin chamaca...

Cuando yo posé desnudo en la escuela lo hice por él. El no tiene más cuerpo que el mío. Para que echen un piropo a él, está cabrón. El dios o diablo que se hizo pordiosero es feo como un dolor de muelas. Don Nadie pudo buscarse una vieja resbalosa y, en su lugar y por desgracia, se encaprichó conmigo. Lo mismo diría de la novia de Jeremías. Fui yo quien gusté a ella aunque andara con el otro.

A mí sí ella me piropeaba. Sólo que me ponía rojo. Creí que no lo merecía, por lo devaluada que ha estado mi alma en el mercado. «Y, físicamente, eres un encanto». Soy demasido hombre, o macho, para ese tipo de pendejadas. «No me diga eso, por favor».

Me enoja que crean que soy un animal con el sólo propósito de la sexualidad y el narcisismo. El Diablo y Jeremías solían llamarme: Joto. Mariquita. Y, dormiendo de ese ladito, a la novia de Campas era yo quien le chupaba su criquita.

Quizás el Pordiosero, en ausencia de materia, vio mi duende en el vacío. Se enamoró de todas mis cosas, incluyendo el amor de mi chamaca, la cama sobre la que duermo y el calor con que la he anhelado, porque Cèline no ha sido mía. La desvirgó el que se suicidó, no yo. Sigo vivo. Quien agoniza vive más insatisfecho que solo.

Aunque el enclenque oscuro sea un charlatán de feria, su corazoncito palpita ante las formas. Yo no soy el varón más bello que él ha visto; pero no fui el primero que se comió la fruta prohibida. El placer es lo único que juzgo espiritual y orgánico, primariamente natural. Es lo único que él no puede quitarnos.

La subjetividad es consoladoramente práctica y perversa. Y, en el orden desordenado de la mente del Supremo Perverso, o con lo demás que El Pordiosero de Ultratumba pueda tener por trayectoria o peculio, él hace lo que se le pega la gana.

Don Nadie obligó a mi amada a pensar que ella nació para pensar y no para dar las nachas. Convenida la prioridad del cogitatio sobre el fornicatio, el ser invasor le sacaría el útero para colocar su espíritu. ¡Qué desperdicio si fuese posible, en verdad!

A diferencia, la quise cuando no tuvo, o aspiró a cargar con el espíritu. Entonces, fue un centro en el círculo. Quiso nuclear, revolcarse como loca sobre un pino, no que la orbitarán con sermones.

Cèline nunca mataría al ser, ni el suyo ni el de Campas. Sin embargo, no es el núcleo de nada. Es cuerpo que orbita. Don Nadie le da órbitas y lunas. Ella huye de su centro. Esquiva los retazos macizos.

Indice: Berkeley y yo

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