Tuesday, March 10, 2009

El amigo Walt





a Walt Whitman (1819-1892), uno de mis profetas predilectos

La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima, nos enseña,
nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia:

Walt Whitman



Ahora que vendavales de arena
me abofetean los ojos, el viento sopla en contra,
no importa a qué sea lo que indique yo el Norte,
en el Sur hay un desierto de mis pasos.
Coso un turbante y gigantesco velo
con tu esfrofa, festejo caminos rurales
con tu sueño como si fuera una patria
pequeña, dulce, oasis riachuelo entre cerros.
Patria que anhelo, mi pequeña ciudad.

Amado amigo Walt, ¡cuánto daría por verte
y saber que soy co-peregrino, que no profetizas
sin que ninguno oiga! Voy tan contigo, atento.
[Otros tan ocupados se confiesan para no hacerte caso
porque hueles a cielo abierto, a hierba, a heno].

Vas organizando la inocencia de todos
y tan pocos son quienes comparten para decir:
¡la inocencia mía, házla también!
El pueblo, al que lo tuerce la amargura
ya no canta, alborota, nada agradece
al printer's devil, apprentice.

Sonreíste al recordar que en Brooklyn
durante el 4 de julio el Marqués de Lafayatte
te levantó en vilo, te besó la mejilla.
Fue el momento más emotivo de tu niñez;
un siglo después, beso las mejillas
de tu Palabra, beso en amistad
Tu Tiempo y tu porvenir, Gran Profeta.

Vas como enfermero, viendo la muerte, la guerra,
pero no dejas que roben el amor a los heridos,
el soñar a los menesterosos, el deber a los sanos.
Los granjeros más humildes, jinetes del Oeste
ahora son mecánicos y encienden el óbus que escupe fuego
y enfermo está hasta el más inveterado
que dispara su rencor sin sentido,
confederado en caprichuda conflagración
y desventura y, ¿te oírán, cuando digas vibrantemente
Democracia, Humanidad, Cese la guerra?
... sin amor es irrelevante que te oigan
y por eso parece que marchas, errabundo,
como el más pobre de los indios, unas veces
silencioso, aunque sigas lleno de pasión...


Así me va, Walt.
Voy rumbo al desierto y sólo quiero oír
cuando termine el día que he crecido
en compañía de lo que de tí memorizo.
Que debo ser feliz, vencer el desaliento.
Que mi yo canta en sí mismo,
pero canta contigo, mentor, maestro.

Como la voz silenciosa, suave oída por Elías,
te evoco con ángeles de Jashmal,
que algunas veces hablan, rectifican, instruyen
a los que aún activamente no se transforman
en espada para este horror cotidiano
que no aporta su estrofa al canto de la vida.

Así me va, como si no hubiese
don ni permiso para sentir
la libertad como el cimiento.

Como si el mundo se urdiera acusatorio
con el fin de deshacerse en polvo
y arena, porque la naturaleza que amas
también maldice al hombre;
pero, profeta, ayúdame a organizar
esta inocencia y dar mentís
al desierto.


18-09-2000 /
Indice: El libro de la amistad y el amor
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