Saturday, March 14, 2009

28. Una última observación sospechosa





Soy un golfarro para las conclusiones. Apenas comprendí el simple esquema del universo de Laplace ni la instancia censuradora del Superyó ni el poder de elección del que dispone el ser vivo. No me acuerdo del inconsciente. No me quiero acordar. Me acuerdo de lo que me acuerdo. Y soy feliz, si de lo que me acuerdo es tan poco que paso por tonto. Dicen que la consciencia siempre alude a la culpa y, si voy a ser responsable, para que se me siga soportando en mi madurez, después de muchos años enfermo, mejor que no me acuerde ni de la culpa.

Diez años después, ya no tengo odio a Jeremías Campas. He pasado a una etapa más profunda: la que me permite amar... Ya sé que no soy juaniquillo ni quebracho. La fama me la hizo él por esa razón de los celos. Informo que salí de las periferias. Soy el encaramiento encarnado. Puedo decir que lo odié y que hoy lo admiro. Comprendo lo que hizo. En cierto modo, hay algo que se llama sufrimiento.

El se murió primero que yo. Esto lo disculpa. Estoy seguro que él tenía un ser invasor, igual que el mío, y él dejó de amarlo. Esto puede dar a usted una clave en su investigación. El se decepcionó del ser. El ser le colmó la paciencia. Discutieron. Y no pudieron resolver el mitote.

«He is gone! It makes no odds!»

¿Por qué creo que asesiné a los invasores, siendo yo amor, y de quién pude ser la sombra, ahora que sé que por celos entré en las cuevas inconscientes y ví mis odios acumulados como trastes viejos? Y los tiré. Les dije adiós a su adiós. ¡Qué cosa es el error si es que hay que amar más allá del adiós y la muerte! No dejar que nos quiten la esperanza por una linda boca, tragapitos, o un puñado de dólares o gloria carnavalesca.

«¿Dice usted que mató a alguien?»

«Exacto. A un ser celoso que oyó el escándalo de una baterías, insertados en el culo de una camélida, y saltó delante de mis ojos: '¿Con quién me engañas?', me preguntó».

«Debe estar bromeando».

El odio pues se me brotó, de inmediato, al verlo y busqué, silenciosamente, con qué darle un cabronazo al pinche puto. Al ser que no es ni ser ni nada, sino verguillo berkeliano. «¿Celoso?» No hallé un arma a la mano, excepto una toalla. La doblé y fuí echándole toallazos al pájaro negro, persiguiéndolo por la alcoba.

¡Pinche zopilote, que ni a tecolotl llegara! Se metió en el orco a una mono de peluche. Y ni tardo ni perezoso saqué las baterías y metí el dedo para ver si sacaba al bicho de allí. Sal de ahí, gusano de mierda, dije. 'Ven a comerte estos tompeates'.
«Bromea, ¿ah?»

Siempre se quejó de que no lo amo. Lo abandono y los celos lo revientan cuando converso sobre los conejos... Es que yo, de niño, adoraba los conejos. ¡Como la Alicia de Carroll, más o menos! Mi madre tuvo una hacienda en Michoacán. Criaba conejos. Tengo dos en mi casa en una jaula. Los guisaremos esta Navidad. ¡Qué crueldad!

En fin que me tendí al lado de la coneja, cuya estatura son casi cuatro pies. Estuve confiado de que se trataba de una coneja de trapo, ¿sabe usted? Es decir, hasta una coneja de peluche me inspira ternura. Yo soy así, a pesar de mi lenguaje... Pensará que digo pendejadas. Comprenda (¡a estas alturas!) desconfío de algunos de mis sentimientos Quien no me conoce dirá que soy un antipático de los más apretados. No. ¡Qué va, me regala usted un conejo y yo le beso sus pies! Carroll me pervive. Quizás soy un poco como él.

Aún así, al revelar mis sentimientos positivos, tengo mis temores y complicaciones. Sé que soy demencial, sí. Incurable. Por celos hasta podría matar. Pero, ¿a quién importa si yo pienso así? ¿A los narradores de superficialidades? ¿Con qué sicología? ¿La de «hoy sufres, al rato vendrá la muerte»? Búscate un manual sobre la conducta. Vive por él. Sigue los consejitos mamones. ¡Ah, carajo! ... bien, no creo en eso.

Ahora los sicólogos te dan consejos para abrir una lata salchichas... ¡Yo no puedo; prefiero al que dice po's mátate y no sufras!

Jeremías fue un hombre de acción. No yo, aún no...

Hay individuos que nacen para ser dioses. Voluntades de poder. No para para pastar con rebaños y rebuznar en las tribus. Tenga dios de mí misericordia... Deja tú que los bueyes se pinten solos y que no me metan en sus mitotes cotidianos, en aras de artificios cognitivos, del que niega la existencia absoluta de objetos perceptibles por los sentidos, de por sí o fuera del espíritu.

Por desgracia, Jeremías me dejó su propia desvergüenza por legado. No tuvo ambición, no quiso más opciones que droga, sexo; renunció a la imaginación crítica ante la belleza espléndida de mi novia / su novia / nuestra novia... Para mí, fue como Celinilla, uno de mis censuradores, mala consciencia, aquellos que me dieron de bofetadas en lo oscuro.

Desconfiamos de lo sagrado, lo admito. Somos escépticos; pero, hay algo peor, profanar esa distancia entre la prudencia y el misterio. Por eso me doblegaron, de alguna manera. Acepté su farra, el reventón de los fines de semana, donde sólo podría ser yo un Don Nadie con mis lastres, con mis miedos y rebeldías. Hice el oso, el ridículo, porque sabía desdoblarme. Imitar sus falsas alegrías y acceder al desmadre. No sé por qué me gustó que me dijeran, yo por ser guapo, inseguro de mi autoestima y jovenzuelo, que los buitres vendrían por mis entrañas, sin que hediera mi cuerpo sólido.

Rasgarían mis vestidos a la vez que murmurarían sus razones:


* Es estúpido, desconfiado; pero adorable y hermoso.
* Externamente inmoral, débil, vulnerable.
* No es de ambiente; pero provoca lujuria y deseo.
* Eres peligroso, Pedro
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Indice: Berkeley y yo

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