Diario de Simón Güeldres /
novela de Carlos López Dzur
Indice
1. La expulsión
2. Mi abuelo y mi padre
3. Recuerdos de Mamá Claudia
4. Los blasfemos
5. ¿A dónde me llevas?
6. Cuéntamelo todo
7. Adán Rednitz y los Kumes
8. Memorias de Iván sobre Claudia
9. Mamá Claudia y la pintura
10. El segundo David en el Valle de Guadalupe
11. ¿Está seguro que no es un Stroganoff?
12. El moralismo preceptivo
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Sunday, March 29, 2009
Diario de Simón Güeldres: Indice
Sunday, March 22, 2009
La historia en cenizas
COLOMBIA: La grave noticia de la caída del edificio de seis pisos en Colonia, Alemania, que albergaba los archivos históricos casi pasó desapercibida en los medios, como si se tratara de un suceso común, sin importancia.
Para el diario Le Monde de París, del 8 de marzo, que registra y comenta elhecho, y acompaña una fotografía de las ruinas del edificio, la destrucción de los archivos históricos recuerda los autos de fe de los tribunales de la Inquisición que castigaban públicamente a los penitenciados, o los bombardeos del fin de la segunda guerra mundial.
La pérdida de los archivos por la destrucción y el incendio son enormes yaún no se pueden cuantificar, pero se sabe que han sido reducidas a cenizas, por ejemplo, las cartas de Marx quien en El Capital, en el siglo XIX, predijo la crisis económica y financiera del capitalismo, libro que se está reeditando y valorando tanto que se habla de la resurrección de Marx.
Se quemaron las cartas de Hegel, profesor de Marx en la universidad deBerlín, a quien equivocadamente se atribuye haber vaticinado el triunfo del Capitalismo y el fin de la historia. Se perdieron los manuscritos del compositor Jacques Offenbach y de Napoleón.
Según el comentario, lo que más ha afectado la sensibilidad de los alemanes, dada su popularidad es la pérdida de los archivos privados del escritor alemán Heinrich Böll, premio Nóbel en 1972.
Böll, [1917-1985], escribió entre otros libros El tren llegó puntual [1949], Casa sin amo [1954], Opiniones de un payaso, El honor perdido de Katharina Blum [1975], novela que muestra el control social que se ejerce sobre la vida privada y las libertades de la mujer en Alemania, de Katharina en la novela, que fue adaptada al cine.
Böll, escritor alemán nacido en Colonia, de 57 años, de gran contextura física, cabellos negros y bigotes poblados, aparece al lado de su colega soviético Solzhenitsin en una fotografía a color tomada en Frankfurt en 1974.
En el accidente, se han destruido centenares de cajas que contenían manuscritos inéditos y 80,000 cartas que Böll había escrito a su mujer Annemarie. Los papeles, que no estaban digitados ni microfilmados habían sido comprados por 800.000 euros y presentados por los Archivos hace tres semanas.
La única consolación, según la nota de prensa, es que en las obras completas de Böll, y que aparecerán el año próximo en 27 tomos, se utilizaron los originales desaparecidos.
La obra de Böll se caracteriza por su visión crítica sobre la sociedad alemana posterior a la segunda guerra mundial en la que se mezclan elementos católicos y de la filosofía del absurdo.
Si se observa la magnitud de la destrucción de los archivos del escritor alemán, "es difícil no soñar, ironía de la historia, que una gran parte de la inmensa obra de Böll, transfiguración católica del malestar alemán ordinario salido de los descombros de la guerra, es la encarnación mástípica de lo que se ha llamado la Trümmerliteratur, es decir, la "literatura en ruinas", según el comentario final.
21-03-2009
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Saturday, March 21, 2009
Masturbalia del Homo Oeconomicus
Ustedes se masturban con la fe
[tan pragmáticos que se pintan en nombre
del Homo Oeconomicus y se consuelan
con el dogma de una posible maximización
de la satisfacción social]... eso sí es fe;
fe en abstracto.
Yo soy más burdo, en mi sistema de preferencias dado,
en las curvas de indiferencia, ni pizca de fe
pongo en condiciones de mercado
y digo como Pareto: la satisfacción,
social o individual, es un mito
y los mitos no se comparan ni se miden.
Se viven o no. Yo no los vivo.
Lo más cercano a una medición
sería un orgasmo sucesivo de minutos
y yo vivo, sin orgasmar, si orgasmar es fe.
No me queda más remedio. No me miro en la dicha.
Es maginitud ordinal e íntima,
que uno se diga satisfecho y magnifique
intimidad; y la vea uno y la vea otro.
Aquí es cuando la miseria mata las satisfacciones
y ya ni queda otra cosa que fe,
orgasmo miserable, tardío, desilusión
por tan aislado amor, tan mutuamente incrédulo
y unos rezos sobre ese cadáver que se llama
distribución de renta, presencia de justicia,
cuerpo presente de riqueza anhelada.
Ternura, orgasmo pleno.
¿Quién te dijo, Bentham, que los hombres
son en esencia iguales, comparables,
en puridad satisfechos, cómo?
si todavía no dan los que tienen
a los desposeídos, ¿cómo?
si se quejan los acaparadores
cuando le quitan algo...
¿De qué jaladas hablarán cuando mencionan
la máxima satisfacción posible
y la igualdad esencial,
si no hay orgasmo, no lo hay,
ni orgasmo ni fe, de qué hablan,
de qué traperos cinco, Manotas,
con qué gráfico de fe se limpiarán el ano
o secarán sus dedos?
05-12-2000 / Estéticas mostrencas y vitales
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El hombre aislado
El pobre quería ser individualista, persona primordial
que piensa y a la que nadie molestará
cuando difiera e hilvane su millar de diferendos;
pero, ningún editor le dice: Escribe pues a mi gaceta,
te voy a dar un espacio, te haré visible.
Ningún líder lo invita, diciéndole: «Diserta para mi grupo».
Lo aíslan y lo desacreditan antes de él saberlo
y poder difundir algo en su defensa.
El pobre ya se ha sentido solo.
Esto ya suma otro disenso suyo,
el más amargo. Es libre para pensar
que a ninguno importa y que ninguno lo oye.
Tiene todo el derecho a ser un soberano Nadie.
A veces piensa que no tiene tiempo,
ocio creativo, para decir yo soy una persona primordial
[pienso en libertad, lo que me da la gana],
adquiero libros, adquiero métodos, alguien
me ayuda a conciliar ideas. Sí, engañarse
a sí mismo. Es un pobre pendejo que va soñando
en grande porque escuchó a Torrijos
antes de su fusilamiento, allá en Málaga
en los primeros decenios de 1800.
El quiere ser un liberal de los más puros
y no es posible. Para comenzar, la rutina de lo social
o colectivo lo sume en trabajo en condiciones
en que, por más que se incentive, no progresa.
Del modo que le hablan los patrones
lo que siente diariamente es que se arguye:
«Cállate, que el gobierno debe ser intromisor»
porque si no lo fuera se legaliza la apatía, el ensueño,
la bohemia que no conduce a nada, sino al consumo
y tráfico de drogas, opio, putas, libertad de paso
a lugares prohibidos. Los liberales quieren
el derecho de joderse, la no regulación del matrimonio
y las responsabilidades, cuando son una partida
de tarados... como él, el pobre.
De modo, que le dinamitan cotidianamente
lo que ha creído su derecho inviolable,
la libertad de pensamiento, y como es pobre
el derecho a asociarse con los ricos está condicionado
(si vienes a nuestro grupo, vístete bien y compórtate,
no acuses, no difieras, no traigas tus ideas).
05-12-2000 / De Estéticas mostrencas y vitales
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Tuesday, March 17, 2009
30. Mis mejores amigos
a Robert Schumann (1810-1856)
Lo inefablemente íntimo de toda música, en virtud de lo cual pasa ante nosotros como un paraíso tan enteramente familiar como eternamente lejano, es tan comprensible como inexplicable, y estriba en el hecho de que ella nos restituye todas las agitaciones de nuestro ser más íntimo, pero sin la realidad y lejos de su tormento: Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación (1819)
Cuando se exhorta a mi Yo a que se porte bien, a que se integre creativamente a mi ser, los pájaros negros graznan hasta ensordecerme. Sabotaje. Porque, la edificación de un puente hacia un hombre superior es plausible. No importa lo que digan mi madre, o mi parentela, los días de violencia se avanzan. En mí, se engendraron desde niño. No vale que digas: Quédate manso y bueno. Acepta que te rompan la mano y se te enllaguen las rodillas. No. Mi pandilla, con la que me gusta el polo de la euforia, con la que me afilío, es la voz de Florestan, uno que vive en mí. Es una de mis manos. El no da membresía a gente mansa y retrógrada, que no sabe qué hacer cuando irrumpen los pájaros negros. Es triste que mi mano se lesionara con la bulla. Lancé mi piedra para matar un pajarraco de mugre pelusa. Ya no seré como deseo un virtuoso en el piano. Se truncó esa ambición en el intento de edificar un puente, sin las manos sangradas. Un alto puente sobre el Rin. A causa de la lesión en mi mano derecha, también Florestan estará herido. El se autoinfligió la herida para que no me doliera a mí. El es amigo. El comparte el dolor. Los sinsentidos del mundo.
A mi pandilla se integraron: Jean Paul Richter, Heinrich Heine, Wolfgang von Goethe y Friedrich Schlegel. A la voz de Eusebius, por el contrario, le agrada George Berkeley, no Heine. Von Goethe no le gusta a Eusebius tampoco porque es mujeriego. Eusebius es un meditador. Muy apolíneo. Cuando Von Goethe llega a casa y me sonsaca para irnos de juerga, yo me pongo hasta inyecciones de mercurio. Uno no sabe quién pueda urdirse tu douce enemie y pegarte una sífilis. El tiene demasiadas amigas, posan sin ponzoña y la tienen. Por eso yo pongo mis ojos en Clara, la amante lejana y fiel. Y paso de un extremo a otro, rehuyendo la aflicción.
La Voz, suave y dulce como la brisa, puede llegar cuando estés en desobediencia, muy romáticamente desbalagado, en aras de la Dama amada y lejana, Clara Wieck, die ferne Geliebte. O sabe quién putas será ese alguien que sepa oír delicadamente. Ella tocará el piano por mí [porque ya no seré el virtuoso]. Friedrich Schlegel puede ser la voz que me diga: «Todos los sonidos que resuenan / en el multicolor sueño de la Tierra, / contienen un sonido muy suave / para quien lo escuche secretamente». Clara, yo seré quien lo escucharé; los sonidos en notas de pentagrama escribiré para tí y diré: «Nimm sie hin denn, diese Lieder, Die ich dir, Geliebte sang... / Acepta entonces estas canciones que yo canto para ti, amada mía».
Recuerdo a su padre, que se opuso a que la quisiera y cantara extravagantemente para ella. «Sé manso. Ocupa tu lugar y nada más. Eres el alumno ante el instructor». Mas yo ví su hija y comencé a cantar y a componer con pasión, siendo ésto una parte del puente del Hombre Superior. Ella será mi esposa, ténganlo por hecho y no hay extravagancia en quererla, sólo pasión. Ese terco yo, exhortado por Florestan, se lo dijo a Friedrich Wieck. Este joven es literato y como tal sabe la diferencia entre extravagancia y pasión; es poeta y en 1840, el padre dobló la cerviz y admitió que me casara con ella. Y mi padre, el librero, ya dejaste el oficio que te enseñé. Ser crítico, escribir para Neue Zeitschrift für Musik.
Y, pese a la reyerta de las tormentas de polvo pajaronegreros, él es uno que me dice: Oye, niño de la multipersonalidad, oye Florestan (apasionado, improvisador enamorado), oye, Eusebius (el colgado, pasivo, el bobo pensativo), el puente hacia el Purusha es es el mejor proyecto. Es fenomenología progresiva o constructiva. Oye y díle a tu otra mano, la izquierda, que Tú Puedes ir hacia la individuación madura… hacia la Fantasía en Do Mayor, Op. 17. Y que mi hija te interpretará. Dirá, como ese Mejor Amigo que escribe en mí y comenta, que soy generoso. En medio de la insatisfacción con el mundo exterior, sé admirar a quienes me preceden y sé estimular a mis contemporáneos, porque soy un niño bueno, modoso no. Bueno. Honesto. A veces para ¿qué mentir? Salgo a beber y a putear, no en exceso. No. Modoso, no. Honesto, moderado, porque voy con Von Goethe.
«Su vida, después de un intento de suicidio, se ha vuelto menos apática. Está feliz, papá», dice Clara. Lo pudo haber dicho Caterina, o las Hebe de sus cuentos, y es lo mismo. «El mismo no sabe cuán creativo es».
Y tengo la sospecha de lo fantástico en ausencia de dolor. En mi pandilla, admití a Ludwig van Beethoven, Franz Schubert, Frédéric Chopin y Felix Mendelssohn.
Antes que hacer daño, cuando atacan los pájaros negros, yo me retiro. Me interno en este sótano. Yo mismo lo pido. Amárrense mis pies, córtense las manos, pero yo no quiero hacer el mal. Si no construyo el puente, al final de mis días, es mejor estar aquí. En un asilo de locos.
«En 1844, según cuentan, cayó de nuevo en la más profunda depresión. Cuatro años después, volvía a estar alto, es decir, en otra etapa de euforia».
Pero yo sé lo que es. Ventoleras de pájaros negros. Los altibajos de mi vida.
Me dijeron que soy un joven bipolar, maníaco-depresiva, que busca a Dios en la música, en poemas suyos y ajenos, en lecturas. El mismo se receta litio o mercurio. Entonces, me dicen que soy un tecolote que canta en las orillas del río Rin. El Gran Payaso siempre está presente. Quiero llevárselo a una memoria que tuvo con las putas. Culpan a las rencillas entre Van Goethe y un tal Berkeley, menos cientifizado. Un cura, un obispo.
Pero el Gran Payaso rescata. Lo hizo conmigo. Fue desde La Torre Latinoamericana. Eusebius dice, invisiblemente, que vivía en una enorme casa frente al Rin. Y fue en 1854, cuando trató de suicidarse otra vez tirándose al río Rin.
Y ahora los tiene a todos en el sótano. «Se quiere morir de hambre, colgado de un pie y más allá del tiempo».
Estoy oyendo la música de las esferas. Clara está tocando el piano.
Berkeley y yo: Indice
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Monday, March 16, 2009
La provocadora
El amor, asociación originaria,
(tu impulso primordial, Urassoziation)
en mi presente viviente se estructura,
me circunda, me da su cercanía,
pero el enlace se aleja, me desgarra
con sus datos sensibles, protoimpresionales.
Es que la provocadora es bella.
Me retiene cuando no lo quiero. Conspira.
Contra tí se apalabra, evocable enamorada,
mi primera fuente, con quien me baño
desnudo, con la que salgo de mí,
del Yo engañoso, sin lealtad escondida.
Detrás de un árbol, quien está vestida,
espiona, provocante, vela, se esconde,
y con qué pretensiones... no sé.
Quizás que te deje y sea ella.
En el horizonte de simultaneidades
se aparece, queriendo suplantarte,
Amada mía, tensándome
en penumbras de sucesión y pérdida.
Haciéndose tan arduo que yo elija,
contrastando el trasfondo,
dIsasociándome en el ansia
de tu rememoración.
Heideggerianas
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El evocador de la asociación originaria (Urassoziation)
«En un horizonte de simultaneidad, la mayor irradiación de una luz se transfiere a todo el conjunto. Y lo mismo sucede con respecto a la sucesión»: Martin Heidegger
En el subfondo donde estoy,
en esta estructura natal de sedimento,
en este lodazal zorruno de consciencia,
afilo mis uñas, mi oído agudo,
mi mirada torva de intenciones.
Apunta-hacia (Abzielen) aquello que puede ser
cumplido cumplimiento (Erfüllung)
en la vivencia del estar-junto-a-la-meta
(bei-Ziel-selbst-sein), lo alcanzable
(Erzielen), plenificable, distenso.
Tenso, coextensivo, soy el que invoca
[pese a cuanto me aferre algún deseo,
pese a cuanto me tensionen los instintos].
Del toro alado me cuelgo,
alzo ojos por las alas azules del Respiro,
tú, Elohim, de mis pupilas voraces
y los arcángeles de alas purpurinas,
tú, solar querubín de alas de oro.
Es que en mi pantano, me inmoviliza
el consumo de los datos hyléticos
y no lo quiero así y vivo tenso
sin mirar en mi ombligo
lo universal del mundo
sino la atracción que se vuelve
hacia el yo, sin dejar
ese mantra
de presente viviente.
Heideggerianas: Indice
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Petición a Ormuz
Porque la espada más aguda es la palabra,
házme escuchar lo que la palabra es,
házme atento, circuncisa la lengua
que habla y habla y no sabe
lo que dice.
Y de la miel más dulce, dáme un poco
y venceré la lujuria que es fuego
y arrasa, me reduce a escombros
del Deseo y la miopía.
En la caverna estoy,
en la mayor oscuridad, la ignorancia,
y los ojos no sirven, Ormuz.
Tu radiancia no habla.
Entonces, dáme el oído además...
para tus verbos solares.
Que entienda que fuera de mí
los soles hablan y el león tiene alas
y el toro fue tomado por los cuernos.
Entonces, házme valiente
después de ser tu amigo y revelarme
que la virtud se da para ser libre
de lo oscuro y sólidas bases
dar al ver y el oír,
a la alegría y la bondad,
tu amistad, Ormuz, tu visión
de Aura-Mazda, amigo
de la felicidad ajena.
De: El libro de la amistad y el amor
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Sequoyah 5 / Leyendas históricas y cuentos coloraos
El fantasma
En lo que se llama la Rueda de la Vida,
¡cómo ruedo yo, cómo me quedo con este dolor
y lamo de esta vejez que sabe a sufrimiento!
Es que me han gustado estos huesos
y este cuerpo de penas, este nido
con ave huérfana y muda, al parecer.
O inaudible.
Por esto un deseo que no se cansa
de rodar como émbolo, por eso el pecho
que muele piedras y trepida
al contacto del sentidos y sus objetos.
... pero, aquí y acullá, está el fantasma
que me mira; el cuerpo sin la mente
no existe, aunque el ave no parezca lejana,
aún siendo indócil para el gozo profano,
sin nidaje; en la rodada nunca la procuro,
me quedo con este fango sangriento
y el alma atestiguante que no alcanzo.
Es un ave, muda, inaudible,
un fantasma inapresable que me llama.
De Teth mi serpiente
Sunday, March 15, 2009
6. El Padre Sol y la experiencia esofagaria
Dáme la luz de tus escrotos, alto voltaje del osteon, pelo por pelo, vejiga por vejiga. Recuéstate, sodomita, en los encinares de Mamre y dáme tus gases, tus definidos y pequeños cuantas. Echate pedos. Regocíjate asociado a las ondas. A Salem mojarás los campos potenciales de su boca mientras se chupa de tu duro electroducto. Insértalo en mi boca, aflojadas tus rodillas en amplitudes máximas.
A más negros tus puños, más chorro de esplendores. ¡Más sabrosa la mamada!
Por el amor con que la Naturaleza te llenó de agujeros y la voz del corazón te cosió las heridas con flechas de ábrete vida, me derramaré en tu dolor, en espesa adoración, como vómito santo y lágrima vibrante de vasalgia. Yo quiero de tí el todo. Tú serás El para mí. Y me pensarás tu dueño sin poder arrepentirte. Me darás amor con tus propios testículos y yo seré para tí, la mujer, cuando no tengas otra. Latiré en tus huesos como bravas rodillas. Viajaré en tu trayectoria esofagaria. Alimentaré tus millas viscerales con las que cuidas el infinito desde el vientre. Querré el desperdicio vegetal de tu excremento y estaré detrás de tu oráculo de gracia. Entonces, también serás mi mujer...
Te amo porque eres generoso y agradecido y a las plantas cocidas por tijeras de tus dientes dices: «Gracias por detenerte y morir. Gracias por tus velocidades virtuales y los momentos de tus fuerzas concurrentes. Gracias, aceite, por destilar tu vida para mí y por entrar en mi boca y salir de mis nalgas». Te bendigo, pedazo de yuca. Te enaltezco, plátano amarillo. «Gracias a todas las auxinas, crecíste para los dientes que te comen»...
Te amo, carne a la brasa, chorizo embutido de sabrosura bienaventurada... Fuíste paloma, cordero, pescado, cerdo y ya, en mi boca, serás el bolo digestivo que alimenta, mi bravata de nutrientes, mi satisfecho pedo. De la boca al corazón, del chacra pélvico a los mandalas del sol que habitas, eres agradecido y en las cabalgatas del tiempo tu salud es hermosa.
No te dejaré ser dios, pero silba, «Vayu, vider le sac», truena, pistolita. Mueve tus demonios jehovíticos y guarda el orden de la historia y humaniza cada partícula que, sin mí, has amado. Te seré El cuando seas para mí y no podrás evitarlo. Me aferraré a tus hombros y tú, castigador bastardo, dirás: «Padre Sol».
Por disciplina jerárquica y mandamiento del padre social, te nombro mi nalga, mi amante, mi camote. En la función de destino, te cumplo y, tú denso y cohesivo sistema de deseos, cúmpleme, aunque te duela. Llámame, si así te place, Caos, Esclavitud, Denso Zarpazo, Locura, Involución, Negro Agujero... Estaré siempre ahí en el lugar que me has dado, que es el lugar que yo te doy. Y tú, griega y trágica sombra, heroica irreverencia, me dirás: «Véte al carajo».
Aún así, te amaré y te haré salir de las acogetas, donde te ocultas de mi rostro, porque yo sustento tu amor para que seas completo y tengas senos de leche amarga para las bocas dulces.
Anduve, chupa que chupa, los rastrojos de tu olvidada identidad, cuando estuvíste ausente. Pero nunca mi boca se secó. Nunca te dejé de nombrar, aunque te fuíste.
El sol parece distante, pero es el Padre Sol, el hijo Sol, el hermano Sol, el esposo Sol, el amante Sol ... y coagularé las proteínas del océano para que tengas vida. Excitaré la ulva rígida en las mares dulces para que existan los placeres. Con musgo me inventaré los colores y en las praderas extenderé el fresquedal. Y tú, en desobediencia, ya que donaste tus protones como un ácido, no dirás como dijíste: «Soy yo quien defino la identidad bioquímica. Yo tejo la red, yo vinculo los péptidos, yo el proteínico, soy el carpintero que edifico las células»...
Tú inventaste la Ausencia y me acusaste: «El la creó». Te dividíste. Dijíste «Yo» y me dejaste sin tí. Tú me inventaste. Yo inventé el Uno, yo en tí y tú en mí. Fuimos nosotros antes de tu ausencia.
Pero me abandonaste.
Te sueño, minga parada, en zonas del mango de manila y en grito de la morronga chiplocluda.
Antes tú obedecías en los valles siderales del asueto. Fui el peón de tus rencores internos. Vivía en tí y tú conmigo. Juntos hicimos lunas, casi sin hierro. Con el cesio, a bocanadas, inventamos la luz azul. Rotamos la tierra.
Gravitamos. Incendiamos el oxígeno en el interior de las estrellas. Desintegramos el neutrón. Separamos los protones y los electrones y abríste tus ojos cuando te víste, por primera vez, soberano como rey de otras luces.
Hoy has cambiado. Te portas como cusca que no baja al mamey. «Véte al infierno», dijíste al que más te amara.
Te separaste como electrón en vuelo, cargado de atracción por lo insólito. El infierno fue mi núcleo. El paraíso se inventó con tus saltos de rana cuántica... Entonces, sufrí por tí, en los agujeros negros y en los llantos del taquión que aún no conoces.
Se me cayó la madre cuando tu lingam no visitó mi cueva ni me formó una casa con sótanos iluminados y hormigas de praxis masculina. Pero te amé igual. Te seguí amando.
«Píntate de colores, Satán», me dijíste y fabricaste tus más dulces perversiones en la Maya. Me tiraste como chancla vieja. A la sandalia que te hiede la perdíste.
Me dijíste payaso, majadero, opresor inútil, tirano, enemigo, rival, Serpiente antigua. Y seguíste tu vida de paloma negra y parradera.
Desde entonces, tu ofrenda quemada es la sangre de mi cuerpo. Tu alimento bendito es el guiso de mis entrañas. Tu reino es el Olimpo y subes a las baalas. Tu mundo tiene cortes y corporaciones, talleres de control y redenciones. Llamas a tu ausencia, la soledad y a tus culpas, acusaciones. Tu voz es rayo fulminante y tu beso destructivo, traición.
Después del placer, ganas la tirria, el aburrimiento. Estudias, sin comprensión, el Absoluto en cuanto sujeto y objeto activo de tus mundos.
Antes yo fui tu Absoluto. Tú no estudiabas nada. Tú eras mi deseo y yo tu absoluto gozo del deseo. Hoy estás empobrecido, sediento de pactos y nostalgias, creyendo que nadie te ama. Te buscas en túneles de la muerte, en espejos theta, en tragos de acetal y en polvos mágicos de químicos.
¡No busques más! Te hallé, hijo pródigo, y te amaré con más ahinco.
Caíste de la cruz. Los infieles dejan al cristo humano, transido en clavos y burlas y escupitajos... pero yo no te dejaré. Yo no. Te pertenezco como el amante leal y soy el querubín de tu costilla. Se te secó la fuente inagotable, la mina de arañas, caverna que se extiende en tu cama, con sabrosas holandas, para que caigas en ella tan prosaico como mordisco en la gruta de Isis. Se chorrió el chamizal por el Valle del Prepucio cuando te hallé en la piedra de la circuncisión y dije: «El es mi heredero».
Nadie lo toque. El que se fue y pidió la herencia mental de sus caprichos y comer de lo mejor de la Maya como cazador de destinos y renovador de la tierra del amor, es mi hijo. Yo lo recibo. El tiene su casa. No pedirá limosnas. No ayunará por causa de la necesidad. No necesita las reliquias de los célibes y santos. Satán lo ama todavía.
Este es el pacto: abrázame, tirano fálico, cazador hebreo, y te daré tu Espacio y tu Tiempo, el cielo nutricio, delicias de mis campos morfogenéticos. Yo soy quien mejor entiende tu fuego y la humedad caliente de tu axila.
Soy tu entropía, tu varón y tu hembra, tu hidrógeno en llama en el interior de tus estrellas. Te dí la intrepidez del pez fluctuante en el océano cósmico. Dejé que seas sin mí y no por mí.
Soy tu amante, el más apasionado de los hieródulos con que traficas tus polaridades cuando te vas a los desiertos a echarte con las bestias, o te sumes en campamentos de misterios, incrédulo de los ángeles y de aquel que se arrastra hasta tus piernas, serpentino y zalamero, con memoria de secretos y soledades que ya no recuerdas.
Finalmente, él aceptó ser un elemento de crisis por la pérdida de protones. Soy el padre del Sol. Coagulo el albumen.
Indice: Berkeley y yo
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23. La redención y el gamobio
Después de oir mis quejas, la bestia de mis maleficios amenazó con dañar mi alma. ¿Aún más? No creyó que mi celada es perfecta. Dijo que todas las almas son débiles, máxime si están hambrientas de sol. Y, ¿qué soy? Su vampiro. Ya no soy bueno; soy un enfermo, alma en hambre y en luna...
«¿Crees en metáforas de consuelo?», me pregunta. Y responde para sí: «No yo, no yo». Digo la palabra alma y significo la soledad que tengo que vencer para salir del letargo ancestral, la común inconsciencia que comencé al creer cuando el pájaro negro se metió dentro de mí y quitó la luz de mi vida. Y el vampiro mayor me chupó la sangre y el cerebro.
Volviendo al homicidio, ¿o fue un ultraje? dije: «Conejita, si me amas, ayúdame a pensar: ¿cómo resolver el arrimo del ser? ¿Por qué te prestaste a todo ésto? ¿Quedaré libre del ser invasor si éste prefiriera alojarse dentro de algún otro objeto de peluche y no en mí? ¿O sólo asesinando al ser recuperaré mi autonomía?»
Había prometido a Caterina que cuidaría su camélida, aunque usted sabe, fuese pez o rana. lo que quise fue matarla... ¿La amaría si se pudiera amar de objeto a objeto?
«Creo que te quemaré», la amenacé.
Al quemarte, daré escarmiento al pajarraco. Mataré el vampiro. Exorcisaré al invasor. Se quemarían con él todos los jijodeputas. Cierto, te quemas tú, ¿pero qué eres? Objeto-objeto, no sujeto-objeto.
De Caterina no te llevarás los besos ni yo lo permitiría... El único lenguaje que yo entiendo bien es el de los besos. Soy muy tierno. Dejé de creer en las palabras. ¡Me gustan más el silencio y los besos!
Y mientras cavilaba de este modo, acaricié la cabeza al muñeco. Hasta le dí un beso en la nariz. ¿Habría reconciliación? No. Jamás.
«No me mates, Pirri», me habló. En aquella oportunidad sentí un pelaje rojizo oscuro de gamo. El ser cochambroso otra vez allí infundió a la gama / coneja / o lo que haya sido, un olor nauseabundo. Se acomodaría sobre mi pecho, así de horizontal y tierno como si fuera Cady Cantrell. Había adquirido otra forma, otra apariencia...
Me levanté, asustadote, y quise restregar mis ojos. Todavía el ser estaba dentro del muñeco, mas tenía ahora una voz propia, sin baterías ni megáfono. Textura y tibieza cambiaron. ¡El animal ya tiene el pelaje de gamo!
Sentí al ser vivo, alucinación sonora, visual y táctil...
Escuché la voz de Gabi Ruffo por segunda vez. Ví los ojos de Leticia Calderón. Azules, penetrantes, chingones. Pero yo, incrédulamente, me puse muchas gotas (los ojos me han engañado mucha veces) y me lavé la cara dos veces más y me asomé desde el baño. Ví mi cama. Y cómo se volvía a formar entre balidos y una somatogamia que yo dije: «Es un delirio».
Recordé al siquiatra de San Diego. Esta experiencia es «relata réfero», no me pertenece. Es rasero del saber de oídas y medianía de mis ojos. Venganza berkeliana. Este delirio es un descule.
Usted vea cómo soy. Pienso primitivamente. En vano es mi lenguaje moderno. Sigo siendo un chamán, o un brujo. Estos episodios confunden. Ha de ser muy grande mi ignorancia. Esta obsesión con la muerte, este miedo al espacio cósmico, es el alma demasiado hambrienta. No estoy lleno de lo que a otros conviene. Me vacío a diario. Vivir para mí es agonía. Soy agónico. Anti-social. Infeliz.
Homicidas de artilugios ajenos, me burlan. Me obligan a ver sus crímenes y repetirlos.
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22. Los pordioseros de ultratumba
El pordiosero de los grumos de este mundo parece un caco barato, mojón de primera. Lo llamo El Diablo. A veces le llamo Dios. Sin embargo, yo tengo aliento, pulso y proyectos. El no. Sólo vive a golpe de polaridades. A él tocó ser, sin tocar fondo, la micro-onda, radiarse en el vacío como sombra.
Yo sí tuve el hambre de luz, yo si tengo ideas que sirven para algo, participo en la materia y mordí a las antipartículas como al pan. Como muerde un perro rabioso al hombre de la calle, al pordiosero de la esquina.
Me llené de peso y de sustancia. Y tuve que descansar al séptimo día. Fuera de mi reposo, el gran payaso, pordiosero de sustancia, no tiene una piedra con óleo de reposo, su cuerpo bendito, donde recostar su cabeza de espíritu. Es decir, él está jodido. Su mundo está vírgen y vacío. Empero yo me destrocé el lomo por dar mis fotones cuando lo sospeché tan mísero, a la Luna de Valencia, más caliente que nunca pero sin chamaca...
Cuando yo posé desnudo en la escuela lo hice por él. El no tiene más cuerpo que el mío. Para que echen un piropo a él, está cabrón. El dios o diablo que se hizo pordiosero es feo como un dolor de muelas. Don Nadie pudo buscarse una vieja resbalosa y, en su lugar y por desgracia, se encaprichó conmigo. Lo mismo diría de la novia de Jeremías. Fui yo quien gusté a ella aunque andara con el otro.
A mí sí ella me piropeaba. Sólo que me ponía rojo. Creí que no lo merecía, por lo devaluada que ha estado mi alma en el mercado. «Y, físicamente, eres un encanto». Soy demasido hombre, o macho, para ese tipo de pendejadas. «No me diga eso, por favor».
Me enoja que crean que soy un animal con el sólo propósito de la sexualidad y el narcisismo. El Diablo y Jeremías solían llamarme: Joto. Mariquita. Y, dormiendo de ese ladito, a la novia de Campas era yo quien le chupaba su criquita.
Quizás el Pordiosero, en ausencia de materia, vio mi duende en el vacío. Se enamoró de todas mis cosas, incluyendo el amor de mi chamaca, la cama sobre la que duermo y el calor con que la he anhelado, porque Cèline no ha sido mía. La desvirgó el que se suicidó, no yo. Sigo vivo. Quien agoniza vive más insatisfecho que solo.
Aunque el enclenque oscuro sea un charlatán de feria, su corazoncito palpita ante las formas. Yo no soy el varón más bello que él ha visto; pero no fui el primero que se comió la fruta prohibida. El placer es lo único que juzgo espiritual y orgánico, primariamente natural. Es lo único que él no puede quitarnos.
La subjetividad es consoladoramente práctica y perversa. Y, en el orden desordenado de la mente del Supremo Perverso, o con lo demás que El Pordiosero de Ultratumba pueda tener por trayectoria o peculio, él hace lo que se le pega la gana.
Don Nadie obligó a mi amada a pensar que ella nació para pensar y no para dar las nachas. Convenida la prioridad del cogitatio sobre el fornicatio, el ser invasor le sacaría el útero para colocar su espíritu. ¡Qué desperdicio si fuese posible, en verdad!
A diferencia, la quise cuando no tuvo, o aspiró a cargar con el espíritu. Entonces, fue un centro en el círculo. Quiso nuclear, revolcarse como loca sobre un pino, no que la orbitarán con sermones.
Cèline nunca mataría al ser, ni el suyo ni el de Campas. Sin embargo, no es el núcleo de nada. Es cuerpo que orbita. Don Nadie le da órbitas y lunas. Ella huye de su centro. Esquiva los retazos macizos.
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21. La promesa
Sí. Ella se había sentado en la cama mientras metía unas pilas eléctricas por el culo de la gama. Sí, por el culo.
«Do you ever see the like?»
«Eres de lo peor, hermanita».
Para ella, la vida es reventón, gozo. Cargar las pilas y hacerlo a dedos ahí, me estuvo de lo más gracioso. A ella, por igual.
La vida parece comenzar en las ingles; el descanso, te lo da el sexo; la emoción, las piernas abiertas. Yo no puedo elevar lo más visible de mi ser, confiado en las palabras. A Caterina, o a mi alma, no se llega por el camino del discurso. A ella hay que sentársela en las piernas. A mi alma, se baja por un túnel. Debo bajar lo más que pueda, al pragmático y vulgar aquí-sin-allá y proveer mi voluntario descuelgue. Ella me dice mi amor muchísimas veces porque soy como ella. Cariñoso, cachondo.
Sólo a ella compartí los códigos más simples del sótano. Del sótano que yo tengo por espíritu, por comprensión.
Ahora me vería en una situación extrema. Estaba deseoso de matar y fornicar, estaba odioso en el mundo, enojado con los cielos divinos, peleado con la filosofía y el consuelo.
«¿Te gusta la coneja?», me preguntó. Callo por la divergencia. Veo una gama. No una coneja.
Comienzo un discurso de reorganización interna. Confieso que bajo el microscopio he visto la oosfera dentro de las gamias. He localizado los zigotos en marcha y he visto los gametangios, masculinos y femeninos, a ese nivel minúsculo de la oogama y los flagelos; pero nunca a partir de un muñeco de felpa o peluche.
«¿De qué me hablas, mi amor?», preguntó la zonza sin quitar su vista de mi falo endurecido que babeaba.
Cuando dice mi amor, verifico que no está enojada. Que la puedo tocar y besar, que poblaría mi mundo con sustancia, que puede ser invencible y aún morir conmigo.
«No me digas que te excita una coneja. ¡Qué líbido la tuya, cabrón!»
Anuncia que me comprará una Coneja más grande que ésa, que no tenga una voz grabada, que no sea tal chilladero, con las pilas insertadas en el pecho, si acaso, porque el asunto de atizarla no me late, me dijo. Se echó a reir la maldita. Una muñeca inflable para caballeros.
«¿Qué ves a la mona? si está resimpática…»
«Nada», dije.
«Nadan... los peces en el río», burla ella.
Me ha pasado otras veces. Otros no observan lo que yo veo. No imagina que pienso matar ese animal confuso al que llama la coneja. No. No. Lo que dentro de ella se ha metido y la hace chillar y esconderse en gamobios y metamorfosis.
«Déjamela esta noche, no te la guardes. ¡Por favor!»
«Muy bien. Te prestaré la Coneja para que no sientas triste, ¿me lo prometes? Ni te colgues más de los pies. Nunca más, ¿me lo prometes?»
«Okay».
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20. Agonía filosófica
Me tendí en la cama otra vez, mansamente a su lado.
¿Para qué me ha servido tanto el odio, maldita seas, si no te puedo matar? ¿Cuál será mi defensa ante el sinsentido y el caos con que has condenado mi vida a la esquizofrenia, al dolor, al hambre eterna de certidumbre?
... Tú has inventado una personalidad más fuerte que la mía y, en vano, me alimento del propósito de vencerte algún día. Eres adversaria de mi corazón. Me díste el odio por herencia. Mi corazón se abre antes de irse al vicio de tus violencias y, desde el círculo que me abres en la angustia, me borras el punto más luminoso. Me quitas de la memoria las palabras necesarias para encarnar el dios que yo soy, imperio adentro, molécula por molécula. ¿Con qué derecho me has herido y mortificado?
¿Por qué te opones a la osadía de mi libertad, a que yo vea mi grandeza dentro de la finitud? ... yo dialogo con dios, conspiro contra él, vivo con él, refugiado en sus mandalas, que son la tangente infinita, el Universo galaxia por galaxia, cuando mi corazón se abre... pero tú lo cierras. Eres tú quien lo cierras. Dios da reversa a toda entropía y tú me cortas en pedazos, con la muerte que prefieres... Definíste la locura para los hombres. Te escondes y ellos dicen: «No existes»; pero yo sí te veo, invasor.
Me opongo a tí. Te persigo. Te denuncio... Me aferro a lo primariamente mío y me das castigo. Quisiera no sentir el dolor, dejar de ser el solitario del bosque que formas de mis poros, pero me has debilitado y ya dios no se piensa en mí ni me reconstruye para la eternidad, porque tú estás alojado en mí y a mi corazón has cerrado... Con el corazón abierto, tengo hambre de sustancia divina y el tiempo es diferente al tuyo. Tanto que ya no existes, ya no dueles, ya no amenazas... Invento las eternidades más supremas que el tiempo, más amplias que el espacio. En ese punto de luz, tú no cabes, yo sí me cuelgo de las piernas.
Soy un profeta en la cueva que se niega a compartirse con el mundo, mientras tus falsas palabras me enmudecen. Calla tú, Don Nadie. Tú eres estopa y el viento te revuelca y te defleca, espantajo, porque hablas contra mí y no en mi nombre.
Con el corazón abierto, te venzo por momentos. Se me confirma que no puedes trascenderme ni puedes evadirte del gesto y del discurso. Vives del grosero rendir cuentas al Establecimiento, siendo-uno-con-otros. Apegado a lo más miserable de la costilla humana, otros aplauden la Felicidad, el Orden y Tus Mentiras. Me has dado un vivir sicológico, primitivo y vulgar, al que has desacreditado, para la burla de los dos, porque tú malvives conmigo. El dios, concreto y solitario, te odia igual que yo. El que es mayor que tú es mi cómplice. El ora por mí, cuando yo no puedo contra tu arrimo cochambroso, y yo rezo por él para que sea su mano la que te clave la daga y te corte la presencia que fundaste en mí.
«He llegado a amarte», dijo.
Mentira. Los simboleros del Poder Nietzscheano, los que adoran el control absoluto y la doctrina del conocimiento sin corazón, no aman Saben que yo, profeta de la cueva, sufro el dolor de la auto-afirmación. Soy el rival. Tengo la soledad por herencia y el coraje de revelar con odio tu sombra. No me deleito en la Nada pura que llamas tu Ser Puro, entelequia falsa, supremo monigote. Yo no creo en Tiranos celestes ni me quemo en la angustia que propones como el castigo a mis rebeliones. Maldito sea tu infierno.
Véndeles el Gran Pastel y el Paraíso a tus cómplices en las Tierras del Despojo. Véndeles el Infierno que fundaste en la Tierra. Dáles el placer a los teólogos del Senedrin, a los piadosos con panderetas y piruetas de moscas-muertas. Yo soy el Homicida decidido a matar tus ídolos de Asera y tus dioses de pure nothingness.
¿Para que rozas tu pata sucia de camélida sobre mis muslos? Tú no eres, Gloria Trevi. No me gustas. Sacúdete. No podrías vivir en las cuevas conmigo. Te gusta mi chaquetón de Cavaricci, mis camisas de corduroy, te gusta el acomodo, por envidia. ¡Pues invéntalo todo, pero déjame! Tú huyes del hambre y no tienes alma...
El airado que vive en las cuevas, con una piel de leopardo sobre el hombro, es de corazón dulce, de mirada curiosa y su concreta imaginación no se utiliza en las fiestas que anhelas gozar, por medio de mi cuerpo. Allí seré burlado. Mis palabras no se escucharán. Los inmundos querrán mi cuerpo. Me pedirán los adornos. Se llamarán amigos de todo lo que me sobra, nunca de lo que me falta o anhelo. El indio es pobre y su riqueza es la profecía con que te condena. Mi eternidad no tiene amigos. Yo no soy el seductor de los frívolos.
Los migajeros de Providencia son supersticiosos y aparentan ser mansos. No me engañan. Son como tú, don Nadie, muy cobardes. Airado estoy de tus rituales y las carnadas de tus símbolos y tus místicos trapos. No creo en tu espíritu. Tú no eres ángel. Tú no tienes alma. Eres la pobreza en plenitud.
Confiado de la muerte (porque ella mi casa conoce), cuyo masquil pusíste en mi boca como salmo, no anduve en grandezas, no acumulé tesoros ni cuentas de banco. Tampoco pedí las cosas demasiado sublimes. Quise lo que el hombre visible rechaza. No me has permitido ser visible. Me condenaste. Me mostraste el pan de dolores y, al dolor, admití para dañar mi luz y hacerme sombra. Colocaste tu alimaña heboide y me hicíste un niño destetado que llamó a la hormiga, hermana, y a la culebra, santa y vital para mis manos. Yo tomé la cueva por habitación y me vestí de piel de oveja y ornamenté mis soledades con silencio.
Confiado en la muerte (porque la prometíste como reposo y puerta al gozo de otros mundos), te creí y me entretuve, leyendo y leyendo, sin construir el mundo que yo anhelé o sigo anhelando. No hice la guerra por lo que estuvo guardado como sacudimiento para mi victoria; pero, con la paciencia del tullido que no tiene, por su parálisis, fortaleza en sí, te dije: «Peléame tú, adelántame, aferra tú mis manos en la rivalidad y rescata mi porción».
Me dejaste abanicado, me traicionaste. Me dejaste solo con los que me gruñen, con el rival que cela sus cohechos, con el adversario que miente, vestido de santidad, cuchillo en mano. Entonces, supe que no eres transparente y que has paseado con mi cuerpo por Egipto, que es la objetividad subyugante de los prudentes.
Maldita sea la prudencia geométrica de Maat... hasta, el más imbécil eunuco, se enteró que mi honra arrastraste, diciendo que yo dije ... yo soy dios, o agente del Orden Eterno y doy la regularidad que gobierna los espacios y las horas. El ritmo del Nilo moja mis pies y me permite el trigo, los dátiles, las cabras que brincan en las eras. El Nilo en el cielo es la lluvia milagrosa del desierto.
Dijíste cosas que no dice un profeta de las cuevas, en sus días pasionales y agónicos. Maat no significa nada. El tullido, por tus burlas, desespera y el tecolote canta para que el indio muera... Como estatua funeraria me dejaste. Me exhibíste en la deshonra de las palabras de opresores y, por eso, llegan los prudentes a cobrarse las cuentas y a soltar los escarabajos a mi cueva y describen la muerte, vulgar y desconocida, que tú platicas. Horus está pudrido hasta la peste y los cultores del ritmo inmutable, los faraones amaestrados en tus mentiras, escriben hieroglifos diciendo que yo soy el culpable.
«¿Don Nadie, por qué has mentido?»
Desmiéntelos. Detrás de la morada de roca, a la luz del sol perpetuo, al ritmo del Creciente Nilo, la rigidez no existe. El trabajo es afán. El dolor es intenso. La cara sufre arrugas y los labios se doblan en muecas. Al castillo en lo Eterno, la pirámide que es tu rascacielo, tu arrimo de Ser Puro lo empobrece. El alma no asciende y el cuerpo no se perfuma. No prediques «no temas»; no tientes a otros, igual que a mí. Al contrario, llámalos a la verdad: «Que la muerte les sorprenda; desciendan vivos al Seol».
Tú, el tentador, apelas al Yo soy con que te alojamos, confiados en tí como en la muerte y, en cambio, brindas los delirios como recompensa: «... Dí que estas piedras se conviertan en pan, porque hoy te duele la injusticia de los administradores y aún las migajas de sus hurtos y recaudaciones se cobran. Que no gobiernen para tí, sino que gobiernen para sí, sólo para sus cuerpos, con la miseria lejos de sus orillas y, en la más lejana ribera, tú con Azazel, el demonio del desierto. Dí que se arranque del suelo los más frondosos árboles. Que la gravedad no jale sus raíces al corazón de la sed... »
Porque yo, con el corazón abierto, tengo el manantial amargo por las ganas de asesinar y hacer justa venganza de los engaños que has cometido, a mis costillas; pero también tengo las aguas dulces... Te ví, espantapájaros, y ni a tecolote llegas. Eres, por causa de tus lujurias, una masa de estopa, la caña enjuta, el helecho seco, el árbol sin frutos.
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19. Dormir con el enemigo
Dormir con la gama no es lo mismo que dormir con el mono de peluche. No pegué los ojos un segundo. Casi a las doce de la noche, me encaramé sobre la gama. Le metí el trapo en la boca y acallanté la voz de Gabi Ruffo, con que me dijo: «No me mates, Pirri». Le puse la daga en medio de su entrecejo, dispuesto a sacarle los ojos y los sesos, a cuchilladas.
La gama, con la pata izquierda, me empezó a rozar el carajo. Y levanté la daga para clavársela en los ojos. Con una patada, más rápida que la puñalada anunciada, el animal tiró mi cuchillo fuera de mi puño. Sentí cuando pegó en la pared. Mi mano quedó entumecida. Lo descubrí al apoyarme sobre el colchón para bajar del lecho e ir por la daga.
La bestia se puso en cuatro patas. Corrió de un lado a otro. Rumiaba con pánico para que Tío Lucas o Caterina despertaran y vinieran a mi alcoba. Encendí la luz y la ví brincar una y otra vez sobre la cama. Echaba los bofes para zafar el trapo de gambruna que le hundí en la jeta.
«Cállate», le dije.
Te odio y ella rumió: «Te amo». Tenía los ojos llenos de lágrimas, como Leticia en las telenovelas. Para probar que me amaba, el ser salió de la gama. O mejor decir, fue un pedo. Se paró en una esquina. Y ví la estopa, amasijo de ralas greñas del espectro. Pretendía ser una mujer. Quiso engañarme con su apariencia virtual. Sólo que parecía un monigote, un espantapájaros.
«No me mates, Pirri. Necesito el ser para ser vida».
Mi corazon se abrió con primitiva osadía. Como la de los que han sido llamados a ver cómo se les corta la cabeza, se les escupe el rostro, se les queman los ojos y los huesos. Mi corazón le dijo: Tú o yo: ambos no podemos ser. Quise morir, o matar.
Te veo cara a cara, por primera vez, en 15 años, «tocayoh» del rencor. Te veo, enemigo, con tu cuerpo de pánico. Te veo celoso de las riquezas que yo tengo en mi cuerpo. Has aniquilado, poco a poco, mi concreto espíritu de moléculas. Quise decir, ATP.
Lo dije con mis manos listas para asesinarla. Y se metió otra vez en la camélida.
«Déjame alojar aquí. No tengo dónde ir».
Me acerqué, brinqué sobre ella al saber que se metió dentro de la gama y golpeé su hocico. Luego puse mis manos alrededor de su pescuezo y apreté. Cerré mis ojos para oprimir con fuerza. Sentí el trapo que rozó mi brazo. Estaba lleno de las babas de aquella bestia. Ella no opuso resistencia, excepto que con la voz de Gabi Ruffo me susurró: Te amo, amor.
Fue su golpe más rudo.
Me conmoví y me puse a llorar.
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18. La coneja de pilas y el gamobio
Aluciné con una camélida, con dos cuernitos y las ubrecillas con manchas blancas. Cerré la puerta y metí otra vez mi cuerpo, si es que tengo, bajo el chorro de la regadera porque el agua fría me quita las ganas de llorar y los delirios alucinatorios.
Tendré que dar una explicación. ¡Con lo duro que es para mí!
Don Nadie me llamó con la voz de Gabi Ruffo. Lo ví entrar por una ventana. Y halló refugio en el cuarto donde puse esa mona que trajo, ese muñeco, atizado con pilas en el culo.
El pájaro negro sufrió un gamobio. El vampiro llega en forma de gamobio. Mi soledad se materializa en forma de gamobio.
Fui derechito a la bacineta de mi baño, cagado de miedo. Me traicionaron los nervios. No ha salido ni mirringa de caca y llevo una hora esquivando, aquí sentado, la visión del gamobio. Entonces me desvestí y entré bajo la regadera, con el chorro a todo hender y el agua fría. Y cepillé mis dientes y me vacié unas gotas de medicamento en mi ojos.
Otra vez quise echar unos pedos. Abrí la puerta nomás tantito y ví a la gama, expresando una animación inesperada. Se estuvo masturbando y ahora jugaba con una de las pilas.
Me escondía bajo la toalla cuando escuché la voz de Leticia Calderón.
«Guapito, ven».
Catherine ya se había encerrado en su habitación. Supongo que dormía. Sólo que la voz que escuché fue inconfundiblemente la de mi hermana mayor. Mi hermana platica ronquito como Leticia.
Seguramente, me regañará porque el muñeco se volvió una camélida. El ser es pura gamucería, maldita sea. Y yo soy un mal compromisario. He debido matarlo, pero el ser-en-sí se va queriendo irse, se corona en sus tormos lógico-trascendentes. Me engaña.
El animalejo aseguró que, si lo mato a él, me haré ologámico y ovocelular. Nacerá una variedad de limos sobre la piel de mi pecho y otras levaduras. Me hechizará. Seré un sátiro.
Después seré echado a una fosa, junto con alacranes y darán mis vestidos de Calvin Klein a los pordioseros... porque mi jefita es creyente y ofrenda mucha caridad a los pobres. Aún mi madre me despreciará y no querrá un recuerdo mío en la casa.
A las siete de la noche, me acosté al lado del ser. Sea lo que sea, gama o coneja, camélida o perro muerto, había planeado matarla, por lo que fuí a la cocina y busqué una daga turca y un trapo para metérselo en la boca, para cuando llegara el momento del degüelle, que no grite tanto.
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