Monday, December 15, 2008

Infernalis Locatio



Con el desafío de todo cuanto impulsa a muerte,
a cada instante se prueba el hombre.
Todo lo destruye
con su obsesión de glorias...
pero la riqueza no termina de hartarlo
porque su lugar
es debajo de la tierra,
infernalis locatio.

En la más oculta y recóndita porción
del alma humana, en ese inferus predio,
infernalis locatio, se cocina
la muerte diariamente.
Dentro de nosotros, la naturaleza
se alimenta de ansias,
de apetitos oscuros
y todo es una larga noche,
una larga noche.
No hay madrugadas
por la falta de soles.

El hombre enciende la luz que puede,
su deseo de transparencia.
Y ésto no basta
porque todo es breve, sucio, antiheroico.
Cada mortal se levanta hambriento
como si comiera sales del sequedal,
gusanos que son externas huellas.
Incapaz de morder las duras rocas
por la blanda bestia, coces da al aguijón.

Se la pasa soñando con pasiones y riquezas,
con cambios y transformaciones,
con luchas, con anhelos,
pero así como sueña y construye, olvida
y da pasos atrás y cae y muere...
La impermanencia está en sus ojos
y hiede tras la máscara del humus
y se lo come la inercia
como volcán de gorgojos
y avisperos de cuitas.

Y entonces... viene la primiginia manera
de matarse y, al hacerlo, más olvido,
y por lo que olvida, sufre el hombre
y el ímpetu de sangre
(que en él es su riqueza)
se agita y no se lo perdona
y no se reconcilia con la vida
que yace en las moléculas.

Y es por ello que el hartazgo de la muerte
es el drama más sincero con que despertamos.
Es nuestro trago de vino mañanero:
y la patria no es una razón de morir
(ninguna guerra tan heroica
que no sea más de lo mismo).
Nos medimos por el polvo y el olvido
y nos vivifica y lame la muerte
como a perros precarios y pulgosos.
La batalla nos sangra las manos
y el odio es la cadena, nuestra cola
de crímenes históricos.

El oro y la fama no son razones para morir
sin esta jerarquía perdida entre los dioses.
Cocinar fantasías es sólo aproximación,
no memoria del fuego perpetuo,
pero si dejamos de soñar
también se deja de vivir.

Y ninguna venganza,
ningún orgullo,
ninguna jerarquía
desoculta lo que es tan deseado,
lo que habríamos perdido, sin buscarlo.
La muerte sigue siendo nuestra sombra
y sobre ella, sin gusto, cohabitamos.


17-03-1990 /
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Rodolfo Acuña / Comevacas y Tiznaos / Comevacas y Tiznaos / Colaboraciones / Nota: Yo soy la muerte / Efiro: La matriz cósmica / Outstanding writer / Coatlicue / El niño de la ignorancia / Este era él / Dossier de Carlos López Dzur /

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