A Séneca
Te lo ordeno:
«¡Que te mueras, conspirador de Córdoba!
Posiblemente muriendo tú también yo muera.
Vamos a caminar la muerte juntos».
¡Convidémonos!
Que la sangre suba a nuestros labios.
Que el veneno vaya cerrando nuestros ojos.
Desoigamos la estridencia de la plebe,
la insensatez de infelices como son Lucano,
Cayo Calpurnio Piso y tú, mi amado Séneca.
Con la muerte no hay ciudades en llamas.
No hay pan que falte a la boca del hambriento.
No hay gritos por los votos ni tribunas
ni aquellos que lamentan por costumbre
que viva o muera ésta y otra tiranía.
No hay emperadores ni turno de complot
ni una Roma de esclavos o patricios,
nobles y plebeyos se cancelan.
No hay religiones nuevas
ni ofensas a los dioses.
Nada viejo ni nuevo
se deplora.
Es verdad. Con la muerte
se salva todo lo llamado a perderse.
Un cadáver recompone el desquicio
si con él salta al abismo.
Con la muerte yo no tengo acusadores
ni acuso a mis vecinos; no persigo a cristianos
ni a judíos ni griegos intrigantes
me acosarán con desprecio,
como hicieran ya
Britanico y Cayo Calpurnio.
Con la muerte yo me amo y soy amado.
¡Abrete las venas, Séneca!
Creo en los ríos ríos de tus grandes secretos,
en la savia de poemas, a escondidas escritos,
en elocuentes discursos que salpiquen mi rostro
y escupan mi nombre aún después de mi siglo.
El estoico que derrama su vida me enternece.
Creo en tus ojos agónicos,
dolorosamente cansados,
malditos por el desgaste,
benditos al ser tan compasivos.
El Imperio ha desorbitado mis ojos;
los tuyos son mi calma,
parte de tus canciones;
¿qué memoria de lo bello te sustenta
más allá de la muerte dormida?
En el silencio que te desvela, yo creo.
Yo mismo soy una puerta de la muerte.
¡Déjame estar en silencio contigo!
II.
Rescataré de los cadáveres amados
el sueño desvanecido, el poder derribado,
la virtud incorrupta por ansias saturninas.
Cuando Saturno en los valles de Capitolina
tras la derrota de los Titanes
bajó de las colinas,
(a enseñar quizás el arte de las sombras)
a la guerra y la matanza las declaró ilegales,
horrores ilegítimos; el amor de Ops
lo estaría cautivando.
Eso me pasa a mí, tú me cautivas.
La paz que tienes dentro, tu benigno fruto.
Hoy todo es guerra, amado amigo.
Intriga palaciega. Contra mí, Octavia
maldice, Británico conspira...
Lucio Dometio, el consentido de Agripina,
hasta de sí mismo teme y me extravía.
Somos fieras heridas;
Lucano no menciona mi grandeza.
Es sufrimiento heroico y tú,
mi tutor, filósofo de Córdoba,
sobre mí no meditas, te distancias.
¡Me has contagiado soledad y muerte!
¿Es tu mejor regalo a mí que te he querido?
Convídame otra vez, Lucio Anneo.
Escóndeme en tu sangre, bien nutrido,
bebe de la cicuta y vacía tus memorias
por las venas; yo chuparé de tu raíz
como vampiro; dáme alimento.
07-08-1983 / Indice
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