En memoria de Claude Duval (1643-1700)
Aquí yace Duval. Quien ésto lea, si es hombre, vigile su bolsa;
si es mujer, su corazón: Epitafio en la Iglesia de Convent Garden
Ningún vecino sabe lo que hará este jovencito que se aloja con una familia rancia, modesta hoy, en Londres. Es educado y galante con las damas. Es discreto, correcto, digno al parecer de mucha confianza. Vino a perfeccionar su conocimiento del inglés. Estudiará numismática: coleccionará guineas de oro y los organizadores del London Gazette le prometIeron una corresponsalía y el pago subsidiado de su entrenamiento, «pues razonas bien para ser tan joven».
En breve, regresará a Paris (Francia). Mas con planes de volver para una larga estadía. Tiene muchas ambiciones y prisa de triunfos. No, ninguno sabe ni lo que hace ni lo que le depararía el destino. «Por tu encanto, Duval, traes buena estrella».
Le preguntaron, siendo él tan promisorio, talento con futuro, por la reciente muerte de Blaise Pascal y soltó su lengua con fervorosa admiración. Lee mucho, viste bien y está al corriente de los asuntos noticiosos. Maneja con destreza la espada. Hiere y no mata. Sabe quién es rico y pobre en toda Europa y quiere viajar, pero no es tan boyante para hacerlo. Es, en el mejor de los casos, independiente. A sort of gifted-young dandy… O aventurero. De París le envían una mesada. Al parecer, no es cuantiosa. Es lo que dice él; pero viste meticulosamente. Tan conversador y admirado en circulos politicos y literarios londinenses es que le dicen ‘Princesito’.
Estos son los dias que a él agradan. Oscuros, fríos, si no lluviosos, espesos en niebla. Días que dan acomodo a la aventura, porque siendo poseedor de dos caballos briosos y un coche, amén de tan fiel cochero, su cómplice, él se lanza a su oficio más privado: su secreto. Es un ladrón y salteador de caminos. Se enmascara. Lo ampara que no haya alumbrado en las calles de Londres.
Desde hace años, Claude Duval dejó de ser un admirador de Oliverio Cromwell. Este había sido su héroe porque admitió a los judíos en Inglaterra; el mismo año fue en que se prohíbiera el anglicanismo que Oliverio y los suyos llamara pernicioso y heretizante. Había pensado que Cromwell no quiso ser Rey, sólo porque si el Poder se distribuyera bien, en distritos dignos y purificados parlamentos, sin gente petulante y guerrerista, el Rey saldría sobrando. El título que le gusta es Lord Protector. Que Dios sea el verdadero protector del pueblo llano.
A Claude lo envanecería un título como ése, si es que el Protector considera sinceramente que, en el titulo de Lord / el Señor Dios está implícito, si en Lord se solicita la protección al que es pobre, menos privilegiado en una escena mundial, donde todo es codicia, rapiña, pactos secretos, puesto que la justicia social es más que mito. Guerras inútiles que, al fin y al cabo, traen las epidemias.
Entiende que la República Inglesa, creada por Oliverio, la abolición que hizo de la Cámara de los Lores, su Acta de Navegación, su centralización del poder, sólo han convertido a Inglaterra en una dictadura más absoluta y perversa que la de los Estuardo. Ya es mucho poder en manos del Lord y Carlos II, el rey, quien no dice esta boca es mía. ¿Por qué ha de ser?, y se autoresponde: En la monarquía o la república, siempre se configura el dominio de la misma cáfila de demonios y el poder se lo reparten.
Antes que salga la familia que lo aloja, en medio del torbellino de niebla, Claude comenta que el Rey de Francia quiere (ha prometido nupcias) a la Infanta de España y que el rey inglés casará con la infanta de Braganza, portuguesa: «Y yo, ¿qué voy a querer para mí?», se pregunta el muchacho. Coquetea con Andrea, tímida como ella sola. Es hermosa; en la cama debe ser un banquete, medita.
A la familia, cuyo único tesoro y al que con más celo guardan, esa hija linda, Andrea les preocupa. Hay que casarla con alguien de abolengo y empezar a educarla para cuando conozca a ese hombre. Por eso la sientan cerca de Duval. Casi piden a ella que lo enamore.
Es cierto. El título nobiliario lo heredaron por muy lejanos parentescos. Por esta razón, ya no hay lujo en la casa. Han contraído deudas de emergencia. Han gastado el peculio y bienes patrimoniales que hubieran dado a la niña. Ha sido la necesidad lo que llevó a alojarlo y no que les haya gustado cobrar por hacerlo ni un penique; dolió que se tronchara el orgullo de la estirpe, al anunciar, Se renta habitación a estudiante.
«No pensamos que nos llegaría un joven con distinción y rango».
Duval se las ingenia y paga lo que sea con creces y trae una que otra cosilla de regalo. Desaparece a veces, por razones de sus asaltos y cohechos. Sale bien librado porque es un mentiroso, frío y calculador. No obstante, es valiente, sistemático y no se expone a lo pendejo. Muchas damas de alcurnia han sido sus víctimas y, si por algo, callan es porque él las acuesta, les quita las masturbaciones solitarias; las adula y, al final, se vuelve a Londres, lleno de mercadería para que se vista como un príncipe de estirpe; príncipe por su rostro hermoso, su porte y su masculinidad satisfaciente.
A los veinte años, es un amante pleno y un Adonis. Si alguna hay que verdaderamente se le antoja, esa es casi prohibida. Tiene que llamarla, como ella debe, a pedido de sus padres, hermanito…
El día es para perderse. El calla. Dice que está cansado y quiere leer un poco sobre una legislación que se ha aprobado para New York. Los ingleses se anexaron New Netherland, de Conneticut a Delaware. Nueva Amsterdam quedó sometida. ¡Qué leyes más duras contra los holandeses! Una administración nueva, un orden de ley, que cambia hasta los nombres a colonias en el extranjero, está a punto de aprobarse. Duval interrumpe la charla, cuando más interesante le pareció a todos ellos. Sus anfitriones se van de viaje a las 2:00 de la tarde y, bajo las condiciones de clima, puede que no vuelvan hasta el próximo día. El viaje sólo lo ha aplazado la lluvia que se hizo intensa en la mañana.
El viaje no puede esperar más. Se averguenzan de los mismos vestidos. Hay que invertir nuevamente en costuras y compras que acicalen su estatus. Van por ropa menos vieja. Han sido invitados a una fiesta, donde estarán sus antiguos protectores, sus magnánimos parientes, aristócratas rancios. Gente fina del gobierno de Cromwell.
«Mas no estarás sola, hija mía», dijeron a Andrea.
Duval guiña un ojo, ojalá ella lo entienda.
Suplican que atienda a Claude en la mañana. Que no se vaya sin un desayuno ni una cena que sea parte de lo que él paga por su hospedaje. No. Duval no espera nada. Es independiente. No es ésta una casa de pensión. Es un privilegio que la familia de Andrea le ha dado. Un hogar. Son una familia nueva que él ha hallado; una protección porque él es extranjero distinguido, pese a esa juventud y estatus de bachiller estudioso, lleno de sueños.
Andrea, a los 18 años, se había formado como mujer casi repentinamente. Desarrolló un cuerpo hermoso, pero, Claude no hizo mucho por admirarlo por causa de los padres. Cortesía, buenos modales, ausencias.
«¡Mírala! Que te sea como una hermanita, Claude. Seremos como tus padres».
La muchacha callada, muda como tapia. Parecía, sin embargo, que se moría entre muchos secretos y represiones. Hablaba más con la mirada que con los labios. Tenía el torso y el cuello siempre cubiertos, pulcra en gestos y virtud, pero retraída. Prefería el jardín, cerca de una ventana que daba al aposento de Duval.
Una que otra vez, vio que observaba hacia lo alto, como buscándolo. Aún tras sus faldachones, predijo la redondez de sus nalgas, ya indisimulablemente bien formadas, se excitaba con sus movimientos. Por dos años, distanciándose, él se negó a la atracción que su belleza inspirara.
Hoy no. Reflexionó repentinamente sobre el viaje y la idea de saberla sola. Soñaba este momento: ¡ella en su habitación! y los renteros fuera de su vista.
«Ni bellos vestidos ni bisutería son necesarias para quien tiene tan lindas curvas en el cuerpo», dijo él.
La noche fue fría y se oyeron truenos. Andrea se puso nerviosa con los relámpagos que se reventaban en las ventanas con sus luces, abriendo el cielo de la noche, fundiéndolo con horas del día pasado. Quería hablar con alguien y trajo unas velas que encender en la recámara de Claude como pretexto.
Claude se había escondido, tras una puerta, totalmente desnudo. Por muchas horas, se inquietaba al pensar sobre esta familia y sus fracasos . Le tomó cierto respeto. Que él viva la doble vida de un caballeramgo ostentoso y de un bandolero no es fácil. Lo acosa el remordimiento.
«¿Claude, puedo pasar?»
No respondió. Seguramente, entrará. Andrea lo vigila tercamente. Es una mosca muerta sólo en apariencia. Es curioso y está sola en la casa. Este es el momento de exponerla. Claude quiere ua que lo conozca en este aspecto. Cuando se conturba, ella mira con fijeza, frunce el entrecejo y atraviesa los huesos ajenos con sus ojos grises y profundos. Ha de ser lo mismo cuando se le moja la pepa. Hora es ya de que conozca el sexo, piensa Claude.
«En la oscuridad, la haré mía», meditó.
Ya no habría marcha atrás. Está desnudo y se ha excitado. Ella lo notará cuando acerque su lumbre. Oirá hasta su corazón que bombardea más fuerte que sus propios resuellos. El comienzo de su ardid se abre paso porque, no se equivocó. Entró, sin que él le abriera. El fingió que tropezó para apoyar su vientre en el trasero de la chica.
«¡Cuidado!», gritó ella.
No fue un reproche, aunque lo vio desnudo. El se avalanzó adrede contra su cuerpo, colocó sus manos en sus tetas.
«Aún en harapos serías una reina».
«Es mejor que me vaya».
«No ya está aquí. Además su imagen en mi memoria me excitará más. Que sea hoy que te amo. Siempre pienso en lo mismo».
«Desdichado usted que tiene ánimo para amores. Mire que ya no podemos ni alimentarle. Tendremos que pedirle que se vaya. No nos alcanza ni para servirle bien en este alojamiento».
«¿Estás triste por mí?»
«Estamos arruinados y en manos de usureros».
«¿Por qué me cuentas eso?... pero sí. Lo había observado».
«No importa por qué. Aquí, desde que usted llegó, todo es una mentira. Ya no somos ricos. Ni somos aristócratas. Seguro que usted, en secreto, se ríe de nosotros... Las deudas harán que perdamos la casa», dijo la niña sintiendo ya que unas tibias manos le subían su vestido, queriéndolo despojar de sus atuendos. De paso su boca se enredó en su pelo castaño. La besará en la nuca.
«Usted es el primer aristócrata que ha pisado esta casa desde hace diez años», gimió levemente porque el pene de Claude ya se rozaba en su cola. No quería verlo de frente porque lo sabía desnudo. El se repegaba y acaricia sus muslos bajo la tela de sus enaguas.
«Ven», dijo levantándola. La condujo en dirección a su cama, donde ella se sentó y él fue abriendo los botones delanteros de su vestido. Ella miraba al techo. El acariciaba muy despacio sus hombros de piel inmaculadamente tersa y atrayente.
«¡Me gustas, Andrea!»
Tendida sbre la cama, jaló el vestido, sacándose hasta los tobillos. Quedó desnuda y él se sentó sobre su ombligo después que admiró su hermosura y lo adorable del coñito peludo.
«Te follaré como si fueras una reina. Más que un dama de la alcurnia que finge tu familia».
En breve, regresará a Paris (Francia). Mas con planes de volver para una larga estadía. Tiene muchas ambiciones y prisa de triunfos. No, ninguno sabe ni lo que hace ni lo que le depararía el destino. «Por tu encanto, Duval, traes buena estrella».
Le preguntaron, siendo él tan promisorio, talento con futuro, por la reciente muerte de Blaise Pascal y soltó su lengua con fervorosa admiración. Lee mucho, viste bien y está al corriente de los asuntos noticiosos. Maneja con destreza la espada. Hiere y no mata. Sabe quién es rico y pobre en toda Europa y quiere viajar, pero no es tan boyante para hacerlo. Es, en el mejor de los casos, independiente. A sort of gifted-young dandy… O aventurero. De París le envían una mesada. Al parecer, no es cuantiosa. Es lo que dice él; pero viste meticulosamente. Tan conversador y admirado en circulos politicos y literarios londinenses es que le dicen ‘Princesito’.
Estos son los dias que a él agradan. Oscuros, fríos, si no lluviosos, espesos en niebla. Días que dan acomodo a la aventura, porque siendo poseedor de dos caballos briosos y un coche, amén de tan fiel cochero, su cómplice, él se lanza a su oficio más privado: su secreto. Es un ladrón y salteador de caminos. Se enmascara. Lo ampara que no haya alumbrado en las calles de Londres.
Desde hace años, Claude Duval dejó de ser un admirador de Oliverio Cromwell. Este había sido su héroe porque admitió a los judíos en Inglaterra; el mismo año fue en que se prohíbiera el anglicanismo que Oliverio y los suyos llamara pernicioso y heretizante. Había pensado que Cromwell no quiso ser Rey, sólo porque si el Poder se distribuyera bien, en distritos dignos y purificados parlamentos, sin gente petulante y guerrerista, el Rey saldría sobrando. El título que le gusta es Lord Protector. Que Dios sea el verdadero protector del pueblo llano.
A Claude lo envanecería un título como ése, si es que el Protector considera sinceramente que, en el titulo de Lord / el Señor Dios está implícito, si en Lord se solicita la protección al que es pobre, menos privilegiado en una escena mundial, donde todo es codicia, rapiña, pactos secretos, puesto que la justicia social es más que mito. Guerras inútiles que, al fin y al cabo, traen las epidemias.
Entiende que la República Inglesa, creada por Oliverio, la abolición que hizo de la Cámara de los Lores, su Acta de Navegación, su centralización del poder, sólo han convertido a Inglaterra en una dictadura más absoluta y perversa que la de los Estuardo. Ya es mucho poder en manos del Lord y Carlos II, el rey, quien no dice esta boca es mía. ¿Por qué ha de ser?, y se autoresponde: En la monarquía o la república, siempre se configura el dominio de la misma cáfila de demonios y el poder se lo reparten.
Antes que salga la familia que lo aloja, en medio del torbellino de niebla, Claude comenta que el Rey de Francia quiere (ha prometido nupcias) a la Infanta de España y que el rey inglés casará con la infanta de Braganza, portuguesa: «Y yo, ¿qué voy a querer para mí?», se pregunta el muchacho. Coquetea con Andrea, tímida como ella sola. Es hermosa; en la cama debe ser un banquete, medita.
A la familia, cuyo único tesoro y al que con más celo guardan, esa hija linda, Andrea les preocupa. Hay que casarla con alguien de abolengo y empezar a educarla para cuando conozca a ese hombre. Por eso la sientan cerca de Duval. Casi piden a ella que lo enamore.
Es cierto. El título nobiliario lo heredaron por muy lejanos parentescos. Por esta razón, ya no hay lujo en la casa. Han contraído deudas de emergencia. Han gastado el peculio y bienes patrimoniales que hubieran dado a la niña. Ha sido la necesidad lo que llevó a alojarlo y no que les haya gustado cobrar por hacerlo ni un penique; dolió que se tronchara el orgullo de la estirpe, al anunciar, Se renta habitación a estudiante.
«No pensamos que nos llegaría un joven con distinción y rango».
Duval se las ingenia y paga lo que sea con creces y trae una que otra cosilla de regalo. Desaparece a veces, por razones de sus asaltos y cohechos. Sale bien librado porque es un mentiroso, frío y calculador. No obstante, es valiente, sistemático y no se expone a lo pendejo. Muchas damas de alcurnia han sido sus víctimas y, si por algo, callan es porque él las acuesta, les quita las masturbaciones solitarias; las adula y, al final, se vuelve a Londres, lleno de mercadería para que se vista como un príncipe de estirpe; príncipe por su rostro hermoso, su porte y su masculinidad satisfaciente.
A los veinte años, es un amante pleno y un Adonis. Si alguna hay que verdaderamente se le antoja, esa es casi prohibida. Tiene que llamarla, como ella debe, a pedido de sus padres, hermanito…
El día es para perderse. El calla. Dice que está cansado y quiere leer un poco sobre una legislación que se ha aprobado para New York. Los ingleses se anexaron New Netherland, de Conneticut a Delaware. Nueva Amsterdam quedó sometida. ¡Qué leyes más duras contra los holandeses! Una administración nueva, un orden de ley, que cambia hasta los nombres a colonias en el extranjero, está a punto de aprobarse. Duval interrumpe la charla, cuando más interesante le pareció a todos ellos. Sus anfitriones se van de viaje a las 2:00 de la tarde y, bajo las condiciones de clima, puede que no vuelvan hasta el próximo día. El viaje sólo lo ha aplazado la lluvia que se hizo intensa en la mañana.
El viaje no puede esperar más. Se averguenzan de los mismos vestidos. Hay que invertir nuevamente en costuras y compras que acicalen su estatus. Van por ropa menos vieja. Han sido invitados a una fiesta, donde estarán sus antiguos protectores, sus magnánimos parientes, aristócratas rancios. Gente fina del gobierno de Cromwell.
«Mas no estarás sola, hija mía», dijeron a Andrea.
Duval guiña un ojo, ojalá ella lo entienda.
Suplican que atienda a Claude en la mañana. Que no se vaya sin un desayuno ni una cena que sea parte de lo que él paga por su hospedaje. No. Duval no espera nada. Es independiente. No es ésta una casa de pensión. Es un privilegio que la familia de Andrea le ha dado. Un hogar. Son una familia nueva que él ha hallado; una protección porque él es extranjero distinguido, pese a esa juventud y estatus de bachiller estudioso, lleno de sueños.
Andrea, a los 18 años, se había formado como mujer casi repentinamente. Desarrolló un cuerpo hermoso, pero, Claude no hizo mucho por admirarlo por causa de los padres. Cortesía, buenos modales, ausencias.
«¡Mírala! Que te sea como una hermanita, Claude. Seremos como tus padres».
La muchacha callada, muda como tapia. Parecía, sin embargo, que se moría entre muchos secretos y represiones. Hablaba más con la mirada que con los labios. Tenía el torso y el cuello siempre cubiertos, pulcra en gestos y virtud, pero retraída. Prefería el jardín, cerca de una ventana que daba al aposento de Duval.
Una que otra vez, vio que observaba hacia lo alto, como buscándolo. Aún tras sus faldachones, predijo la redondez de sus nalgas, ya indisimulablemente bien formadas, se excitaba con sus movimientos. Por dos años, distanciándose, él se negó a la atracción que su belleza inspirara.
Hoy no. Reflexionó repentinamente sobre el viaje y la idea de saberla sola. Soñaba este momento: ¡ella en su habitación! y los renteros fuera de su vista.
«Ni bellos vestidos ni bisutería son necesarias para quien tiene tan lindas curvas en el cuerpo», dijo él.
La noche fue fría y se oyeron truenos. Andrea se puso nerviosa con los relámpagos que se reventaban en las ventanas con sus luces, abriendo el cielo de la noche, fundiéndolo con horas del día pasado. Quería hablar con alguien y trajo unas velas que encender en la recámara de Claude como pretexto.
Claude se había escondido, tras una puerta, totalmente desnudo. Por muchas horas, se inquietaba al pensar sobre esta familia y sus fracasos . Le tomó cierto respeto. Que él viva la doble vida de un caballeramgo ostentoso y de un bandolero no es fácil. Lo acosa el remordimiento.
«¿Claude, puedo pasar?»
No respondió. Seguramente, entrará. Andrea lo vigila tercamente. Es una mosca muerta sólo en apariencia. Es curioso y está sola en la casa. Este es el momento de exponerla. Claude quiere ua que lo conozca en este aspecto. Cuando se conturba, ella mira con fijeza, frunce el entrecejo y atraviesa los huesos ajenos con sus ojos grises y profundos. Ha de ser lo mismo cuando se le moja la pepa. Hora es ya de que conozca el sexo, piensa Claude.
«En la oscuridad, la haré mía», meditó.
Ya no habría marcha atrás. Está desnudo y se ha excitado. Ella lo notará cuando acerque su lumbre. Oirá hasta su corazón que bombardea más fuerte que sus propios resuellos. El comienzo de su ardid se abre paso porque, no se equivocó. Entró, sin que él le abriera. El fingió que tropezó para apoyar su vientre en el trasero de la chica.
«¡Cuidado!», gritó ella.
No fue un reproche, aunque lo vio desnudo. El se avalanzó adrede contra su cuerpo, colocó sus manos en sus tetas.
«Aún en harapos serías una reina».
«Es mejor que me vaya».
«No ya está aquí. Además su imagen en mi memoria me excitará más. Que sea hoy que te amo. Siempre pienso en lo mismo».
«Desdichado usted que tiene ánimo para amores. Mire que ya no podemos ni alimentarle. Tendremos que pedirle que se vaya. No nos alcanza ni para servirle bien en este alojamiento».
«¿Estás triste por mí?»
«Estamos arruinados y en manos de usureros».
«¿Por qué me cuentas eso?... pero sí. Lo había observado».
«No importa por qué. Aquí, desde que usted llegó, todo es una mentira. Ya no somos ricos. Ni somos aristócratas. Seguro que usted, en secreto, se ríe de nosotros... Las deudas harán que perdamos la casa», dijo la niña sintiendo ya que unas tibias manos le subían su vestido, queriéndolo despojar de sus atuendos. De paso su boca se enredó en su pelo castaño. La besará en la nuca.
«Usted es el primer aristócrata que ha pisado esta casa desde hace diez años», gimió levemente porque el pene de Claude ya se rozaba en su cola. No quería verlo de frente porque lo sabía desnudo. El se repegaba y acaricia sus muslos bajo la tela de sus enaguas.
«Ven», dijo levantándola. La condujo en dirección a su cama, donde ella se sentó y él fue abriendo los botones delanteros de su vestido. Ella miraba al techo. El acariciaba muy despacio sus hombros de piel inmaculadamente tersa y atrayente.
«¡Me gustas, Andrea!»
Tendida sbre la cama, jaló el vestido, sacándose hasta los tobillos. Quedó desnuda y él se sentó sobre su ombligo después que admiró su hermosura y lo adorable del coñito peludo.
«Te follaré como si fueras una reina. Más que un dama de la alcurnia que finge tu familia».
No tendría que llorar ni enojarsee ni suplicar ser amada, «si me has enamorado». Ahora [ide que ella colocara su manita sobre la pija.
«Vas a puñetearla, de arriba a abajo, y cuando esté más dura, la colocarás en el interior de tu boca».
Andrea obedeció a todo. Que es un príncipe el que manda, es lo que piensa. Que como tal guardará este evento como su secreto.
«Mi honra es un regalo que le doy!»
Quiso decir que ella lo ama.
La poseyó por un buen rato. Con tres o cuatro intentos, perforó en su ano. Gritaba, pero estaban solos. A él lo excitan los gritos, el dolor que viene con el sexo. Superado ese llanto preambular, los cojones de Claude rebotan en esas nalgas perfectas y él empuja con vigor, vaciándose y descansado en su espalda. Su culo ha sido delicioso.
Andrea gime mansamente. Y él recomienza un ritmo cada vez más vigoroso. Este será un tercer vaciado de semen; pero ella tiene que levantar el ano. Volvieron los ruidosos quejidos y la calma. Y, amanecieron juntos y se volvieron a amar durante varios días porque no llegaron sus padres; pero, cuando estos llegaron, Claude se había ido y se hizo más activo como ladrón porque, en su corazón, se propuso salvar de la miseria a dos envejecidos seudo-aristócratas que los usureros ya tienen del pescuezo.
Y tanta generosidad se armonizó con la vocación de robo que dio sentido a la vida de Claude. Hizo pues una promesa a Andrea. Cuando vuelva de Francia, pagará los adeudos que les oprimen. Salvarán su propiedad. Por de pronto, explica que una Gran Plaga mata por miles a las familias más pobres de Londres; el desempleo dejó en las calles a muchos infelices porque los adinerados cierran las fábricas y talleres para guardarse en cuarentena o mudarse a otras ciudades.
Y fue, por sus golpes arteros y selectos, que es más conocida y temida la presencia del salteador de caminos.
Andrea recibió el regalo de la casa. Duval, si bien pocavergüenza, cumple su palabra, satisface las promesas, aunque pida el culo de anticipo A la pollancona que ama. Y él trajo ropas finas y joyas, productos de sus hurtos.
«Hijo mío, ¿cómo has redimido una mansión tan enorme como ésta?», preguntaron a él.
«Soy el caballero que usted espera para Andrea, ya no puedo callarlo».
Y vivió los años más felices como esposo de Andrea. Procreó con ella varios hijos; pero, no dejó de asaltar a los prohombres de la Corte y explotadores, chupasangres y saqueadores, de la Gran Plaga. Fue generoso hasta que ya no pudo con los más pobres y agradecidos.
Al final, lo apresaron. Se acabó su suerte. Lo recluyeron en una prisión como el ser más miserable; pero Andrea que supo su secreto juntó las damas de alcurnia y pidió su indulto.
No fue posible ya. En el Patíbulo de Tyburn lo ejecutarán. El día es terrible. Van a llorarlo algunas de sus mujeres y él, a la edad de 50, es todavía un Adonis. Ya no es un mozalbete que disfruta esconderse desnudo, tras la puerta de Andrea, jugar a las diabluras como un niño y sentarse en el ombligo de las víctimas. Ha perfeccionado su lenguaje seductivo e hizo amigos entre católicos y judíos que pidieron su cuerpo para enterrarlo en medio de rezos y respetabilidad.
Su única pobreza fue la muerte.
4-12-1989 / Indice / Leyendas históricas y cuentos coloraos
_______
Berkeley y yo / Pepino: El pueblo en sombras / Cuaderno de amor a Haití / Indice
«Vas a puñetearla, de arriba a abajo, y cuando esté más dura, la colocarás en el interior de tu boca».
Andrea obedeció a todo. Que es un príncipe el que manda, es lo que piensa. Que como tal guardará este evento como su secreto.
«Mi honra es un regalo que le doy!»
Quiso decir que ella lo ama.
La poseyó por un buen rato. Con tres o cuatro intentos, perforó en su ano. Gritaba, pero estaban solos. A él lo excitan los gritos, el dolor que viene con el sexo. Superado ese llanto preambular, los cojones de Claude rebotan en esas nalgas perfectas y él empuja con vigor, vaciándose y descansado en su espalda. Su culo ha sido delicioso.
Andrea gime mansamente. Y él recomienza un ritmo cada vez más vigoroso. Este será un tercer vaciado de semen; pero ella tiene que levantar el ano. Volvieron los ruidosos quejidos y la calma. Y, amanecieron juntos y se volvieron a amar durante varios días porque no llegaron sus padres; pero, cuando estos llegaron, Claude se había ido y se hizo más activo como ladrón porque, en su corazón, se propuso salvar de la miseria a dos envejecidos seudo-aristócratas que los usureros ya tienen del pescuezo.
Y tanta generosidad se armonizó con la vocación de robo que dio sentido a la vida de Claude. Hizo pues una promesa a Andrea. Cuando vuelva de Francia, pagará los adeudos que les oprimen. Salvarán su propiedad. Por de pronto, explica que una Gran Plaga mata por miles a las familias más pobres de Londres; el desempleo dejó en las calles a muchos infelices porque los adinerados cierran las fábricas y talleres para guardarse en cuarentena o mudarse a otras ciudades.
Y fue, por sus golpes arteros y selectos, que es más conocida y temida la presencia del salteador de caminos.
Andrea recibió el regalo de la casa. Duval, si bien pocavergüenza, cumple su palabra, satisface las promesas, aunque pida el culo de anticipo A la pollancona que ama. Y él trajo ropas finas y joyas, productos de sus hurtos.
«Hijo mío, ¿cómo has redimido una mansión tan enorme como ésta?», preguntaron a él.
«Soy el caballero que usted espera para Andrea, ya no puedo callarlo».
Y vivió los años más felices como esposo de Andrea. Procreó con ella varios hijos; pero, no dejó de asaltar a los prohombres de la Corte y explotadores, chupasangres y saqueadores, de la Gran Plaga. Fue generoso hasta que ya no pudo con los más pobres y agradecidos.
Al final, lo apresaron. Se acabó su suerte. Lo recluyeron en una prisión como el ser más miserable; pero Andrea que supo su secreto juntó las damas de alcurnia y pidió su indulto.
No fue posible ya. En el Patíbulo de Tyburn lo ejecutarán. El día es terrible. Van a llorarlo algunas de sus mujeres y él, a la edad de 50, es todavía un Adonis. Ya no es un mozalbete que disfruta esconderse desnudo, tras la puerta de Andrea, jugar a las diabluras como un niño y sentarse en el ombligo de las víctimas. Ha perfeccionado su lenguaje seductivo e hizo amigos entre católicos y judíos que pidieron su cuerpo para enterrarlo en medio de rezos y respetabilidad.
Su única pobreza fue la muerte.
4-12-1989 / Indice / Leyendas históricas y cuentos coloraos
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Berkeley y yo / Pepino: El pueblo en sombras / Cuaderno de amor a Haití / Indice
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