Thursday, October 09, 2008

In-cestus

... El amor hallará su camino, aunque sea a través de senderos / por donde ni los lobos se aventurarían / a seguir a su propia presa: The Giaour, Lord Byron

¿Qué culpa tenemos tú y yo? Pleasure 's a sin, and sometimes sin 's a pleasure. Tú eres la belleza que navega conmigo: la palabra exacta de mi antojo, hueso maravilloso, a toda vela, que se estructura con vientos de mi imaginación. Una linda mujer es un huésped bienvenido. Los que te ahuyentaron te llamaron Pecadora.

Acomódate aquí, abejita de Atenas. Be warm, but pure, be amorous, but chaste. Hoy, al recibirte, te llamo Sublime. Te voy a llevar al Mar, lejos de la Tierra del Aguijón y los basurales de Gé Hinnán. Lavaré toda la ceniza que te cubre. Te quitaré las ropas rasgadas y la tristeza de vírgen. Vivirás desnuda como pez con el alma llena de mis goces. Habitaré en tí. Serás mi nave. Te comeré las sobrequillas, brazales y tablazones. Te bajarás a gusto el forro cruzado. Suelta a gusto tus tirantes y amarras. Clávate al travesaño.

Enchílame esta torta, cuaderna. Viéndote hasta las carlingas del palo, rizada al paso del banco de sardina, con barbullidos del mar, aprenderás que existe la poesía y que tu vientre es rada oceánica, balsa en la que mi cuerpo se acomoda a la deriva. Las horas que sean el suave ritmo de tu ombligo sobre el mío. Abrirás tus piernas como dos remos y ¡qué canoa el arcano de Noé y el vientre de ballena, qué jonás!

Tamar dijo a Amnón: Te ruego, pues, ahora que hables al rey, que él no me negará a tí, (2 Samuel 13:13).

«¿Por qué me hablas de ese modo?»

Al que cae desde una dicha cumplida, no le importa cuán hondo sea el fracaso.

«¿Quién me asustará si digo: Te amo? No te pediré a él, ni a padre ni a rey, como esposa».

El amor es tan libre que no procede cumplirlo del modo que conspiran. No llenaré solicitudes. No registraré en cédulas que te he adquirido. ¿Qué quieres que diga a los propietarios de lo que no es suyo, pásame a tu hermana? ¿Qué tienen que decir si somos amantes y ya eres mi cómplice perfecta y deseada y sobre el texto mágico de mi piel fluyes el placer de tus propios bailes y canciones?

Siempre has sido mía, como pedazo de alma que me completa. Yo soy distinto a los que has conocido dividiéndose los reinos, matándose, como Absalom y los fratricidas, por sumisos amores por contrato. Yo no vivo fuera de tí, sino en tí.

Y no permitiré que me saquen del lugar donde me has metido, tu alma. No diseño tus documentos a priori. Nunca podrán verme, vestido con palabra ciega. No tengo criados ni esquiladores en Baalhazor. No tengo rey ni otras ciudades, a no ser tus hojuelas de paz, las ovas de tu reposo, el sábado de tu olor que me ofrenda... Sólo tu vela triangular me da paredes y cuando largo la monterilla sobre los últimos juanetes, me sanas sobre el mástil de popa. Y soy el buque con que zarpas sobre la miel.

¿Has notado que las olas más dulces nos impulsan hacia la Luz de la que el mar ha nacido, igual que tú y yo? Cuando vamos, mar adentro hacia los botiondos, nos crece el apetito de salpicarlo todo y nunca levantarnos. Me encantas cuando a media anqueta, mueves el culo con sabiduría.

Somos sacerdotes de la Mar.

There is no joy the world can give that it takes away.

¡Preferimos la mar, mecanismos de pura imaginación! Callaremos la palabra consciente por el ruido de la ola. Tú perteneces al Palo Mayor, hermana. Sube a la cumbre más alta de mi cielo. Penetra mis nieblas y burbujas. Huye de la tierra de Onán, huye de Jonadab, huye de Amnón; aún de los que fingen estar enfermos (pero son sanos) y huye de Absalom y los vengadores. Huye, tamalito de almíbar. Los faraones te querrán corromper. Huyamos, Canace. Nunca echaremos el ancla en la Tierra de ellos.

Hay peregrinos de la eternidad, cuya nave va errante, de allá para acá, y que nunca echarán el ancla.

... Y fue Tamar a casa de su hermano Amnón, el cual estaba acostado; y tomó harina, y amasó, e hizo hojuelas delante de él y las coció. Tomó luego la sartén, y las sacó delante de él; mas él no quiso comer. Y dijo Amnón: Echad fuera de aquí a todos. Y todos salieron de allí. Entonces Amnón dijo a Tamar: ... Trae la comida a la alcoba, para que yo coma de tu mano.

Y tomando Tamar las hojuelas que había preparado, las llevó a su hermano Amnón a la alcoba. Y cuando ella se las puso delante para que comiese, asió de ella, y le dijo:
... Ven, hermana mía, acuéstate conmigo.


Yo me aferro a la sartén que tú me sirves, abejita, flor de Zeus. Me servíste la belleza como halice de espumas y todos se asustaron, creyéndote barragana... Rasgaste tu vestido de colores. Te cubriste de ceniza de la cabeza a los pies. Te echaron, hija de Rey. Cerraron la puerta tras tí. Una tras otro te dijo: Levántate y véte y dijíste: Mayor mal es este de arrojarme, que el que me has hecho.

Mas él no quiso oír, ninguno en Coyoacán. Ninguno. Sólo yo me compadecí. Te aferraste a un árbol y comenzaron los gusanos a pudrirlo. Te fuíste por el consuelo de Absalom y te dijo: ... Pues, calla ahora, hermana mía. Tu hermano es. No se angustie tu corazón por esto.

Y trajeron tu cuerpo violado por los cuicos del Palacio Negro de Lecumberri y llegaron las hermanas de la caridad, con las urracas de la sicología, y dijeron: No se angustie tu corazón por esto.

Entonces nació el niño de Canace, del que Macareo fue su padre, y se lo echaron a los perros, pero te dijeron, hermana: No se angustie tu corazón por ésto. Y trajeron una espada, diciéndote: Mátate.

Y nadie se compadeció, sólo yo. Porque los sufridores, con dagas de anorquidia, predican: No se angustie tu corazón por ésto.

Y Jonadab, hijo de Simea y hermano del Rey, encubre la desdicha y la opresión de todos los que sufren, como tú, abejita de miel: «Echame a ésta fuera de aquí y cierra tras ella la puerta».

Para que entres a la rada, yo tengo el remolcador y las grúas. Un faro iluminará tu paso hasta mis aguas. Toma puerto, buque de miel. Arrópate bajo mi amparo.

Te protegeré: ... Ella entonces le respondió: No, hermano mío, no me hagas violencia; porque no se debe hacer así en Israel. No hagas tal vileza. ¿Por que a dónde iría yo con mi deshonra?... Mas él no quiso oír, sino que pudiendo más que ella, la forzó, y se acostó con ella. Luego la aborreció Amnón con tan gran aborrecimiento, que el odio con que él la aborreció fue mayor que el amor con que la había amado. Y le dijo Amnón: Levántate y véte.

No te vayas, Augusta. ¿Qué culpa tienes? Aléjate de todos. No ofrezcas tus frutos para ellos, ingratos de la adiaforia. Yo agradezco el tamal que se despreció en Israel. Tu sartén de ooscitas, reina de la ovogénesis. Yo te bañaré y quitaré las escorias con que te vomitan. No te diré: No se angustie tu corazón por esto.

No te diré: Odialos, mátalos, quiérelos, perdónalos.

¡Ah, el amor de las mujeres! Ya sabemos que es una cosa encantadora y temible.

Nomás huye conmigo, complétame.

There is not sterner moralist than pleasure.

No te vayas, Berenice, hija de Herodes.

Nacimos para heredarnos el tabú de la metáfora, redimir la última frontera de la palabra carne y ser cómplices unidos, sin ley, sin edad. Nacimos en el útero de la misma memoria. Ni envejecemos ni recordamos. Con linaje de inocentes, en el eterno reposo de Shabatt, quisimos algo que está en cada uno de nosotros y que no puede pertenecer a nadie más.

Huésped bienvenida, linda mujer:

Tú estás en mi metáfora más íntima, en el recuadro de mis puertos. Estarás protegida con mis rompeolas. Eres belleza viripotente en la alcoba del lenguaje. La Eva prohibida que, en mi cama, sirve hojuelas metafóricas y sueños eróticos, la vírgen más deseada, a nativitate, para mí. Yo soy tu poeta y tú, hembra paralela a mis costillas: hermanastra de mi cuna, hija de mi padre, el Sol, polvo de estrellas sobre la misma cama, y fuimos construídos en el mismo vientre, la Mar. Rema, pues, hermosa marinera. Yo te fabriqué el malecón, desde mi cama, para que las piedras estériles del mundo apenas se agolpen en tu estómago ni las olas brutas te humedezcan en salitre... Ya coloqué las defensas en la embocadura de mi territorio. Sabrás que yo te llamo, desde el lecho, hasta el embarcadero. Tengo un tercer palo en popa y no quedaré en barlina si te reviento un cuarto palo de mesana.

En el pontón de desembarco, estoy. Te remo. Soy tu vigía, tu capitán, tu muellero. Entra, Rizpa. Visítame, Tamar. Llegaste a los diques flotantes; piérdete en las dársenas de mi puerto, reina de las quimbambas. No hagas caso a los que tienen por caudal trapillos de la miseria y se han enaltecido en la obediencia y la amargura. Sólo míralos, peones de galera. Se clavaron en el tedio; son tortas y pan pintado. Visten de botarga y no asustan a nadie. Aqueronte va por ellos.

Tamar sirve una sartén de hojuelas a la vasija de honra. Ella es vasija de la casa de David. La reina de mi templo, la que yo adoro a solas, tras el velo, también es llamada Augusta. Por ella, alguna vez me lanzaron al ostracismo. La malicia de Jonadab decretó en bula de condena, en edicto de escándalo: Tu palabra es deseo, miel de poeta. Uterinus viripotens votum. Te condeno. Preséntate, mujer, a consolatoria castitatis.

Otros dijeron: Calla, pecadora. Otros te trajeron la espada, muérete, golfa... y echaron tus hijos a los perros. Otros te vieron en Tlatelolco y te llevaron a rastras a las sombras y te violaron. Me dijeron, al verte tendida en desconsuelo:

No se angustie tu corazón por esto.

Y Absalom vino a mi casa y dijo: ... Calla y perdona.

Y Cèline se tendió sobre mi cama, cuando yo pedí su miel y mis hojuelas, y dijeron: Pues, calla ahora, chiquilla mía. Tu hermano es. No toques a Sofía. Como tu hermana es.

... ¿Por qué me dijíste: Es mi hermana, poniéndome en situación de tomarla para mí por mujer? Ahora pues, he aquí tu mujer; tómala y véte (Génesis 12:19). Yo no vivo en mí mismo, sino que me convierto en alguna parte de aquello que nos rodea. Ahora soy parte de tí, Augusta. Soy todo el paisaje que te place, gemela. Tú eres mi espejo, Byblis. Yo cubro tu cuerpo como el marido cubre a la roca caliente y alimenta el horno de la aventura con la piel. Yo soy una parte de tí, Rizpa. Soy mudo sin tí, Tamar. No dejaré que tus olas sean botines pirateados ni que se te lleve a las playas de las hormigas de este siglo.

Nacimos del Aditi, donde el espacio y el tiempo son ilimitados. Fuera de Egipto: nadie quitó la miel a Jacob. Nadie te fornicaría, Sarai. Salimos de la azoofilia de los que contagian al placer con las conocidas plagas de la Tierra. Ellos que huyan a Caria; paparán moscas, que las bocas les sepan a ceniza, que se retuerzan en escorpiones, que beban licor de morcillas, que fabriquen sus seîdim y con ellos se derramen... Pero, Cèline, no regreses a la mala vibra. No te vayas a las marchas de las calles, Almita mía.

Los que gritan no son mis hermanos. Ni los que reprimen a los que gritan son mis hermanos. Yo no tengo hermanos en el mundo. Vendrán las tropas de Absalom y te fornicarán dentro de camiones de la Armada, Alma. Vendrán a matarme, Almita, porque yo no los perdono. Vendrán por tí, demonios de Amnón. Y el amado Absalom no te protegerá.

Huyamos. Yo sí te quiero, hermana. Nunca te dañaré como los hermanos de las sombras. A veces, he soñado que estoy comiendo hojuelas de tu mano. Y te veo con tus vestidos rasgados, pequeña Tamar, y tus ojos llorando, noche y día. ¿Qué dirán los que me dicen hermano en la misa después que te dejan en el pánico: Perdona y olvida? ¿Sentirás rencor por esos hermanos, ovejas perdidas? Ya no son mis hermanos, Padrecito. Ya no creo ni en usted ni en ellos... Entonces, entraré a tu habitación. Te consolaré con mis besos.

¿Recuerdas? Te asustaste al despertar. Cuando besé tus pechos y tus nalgas. Tus hematomas desaparecieron. Te sané con besos, Alma. Tú lo sabes. Eché abono foliar de las viñas, sobre la tierra donde quisíste morir. Ahora la tierra de tu placer es mía y una parte de tu alma mayúscula, Alma... Y ahora que tu piel es bella, ¿me desprecias? Ahora tú amas el fuego que te dan otros hombres. Antes quisíste morir. Odiaste que otros te miraran con deseo.

Fíjate: aquella vez, te dí hojuelas de ooscitas. Abrí el alma que cerraste. Fuíste tú quien me dijo: Levántate y véte. Me pasaste los pájaros negros. Te aliaste a Absalom. Me despreciaste cuando más te amé. Entonces fuíste débil como paloma que come gusanos.

¿Quién te hizo de roca, Cianea?

Por tu culpa, me quedé sin mi cuerpo. Imaginé que soy el suicida militante. Pero me hice de espíritu en el agua. Me bauticé de ganas de cogerte. Me levanté de la lástima y la casqueta. Algún día, vendrás, abejita, a rescatarme. ¡Piénsalo! Muy pocas han sido mis hermanas verdaderas. Pensé que Cèline lo sería. Me equivoqué. La esperé sobre canoas y buques, pero también cerraron la puerta tras ella.

Y dijeron: Tu hermano es.

Y busqué otras. Amé. Me negaron. No se angustie tu corazón por ésto. Pero yo me angustio. Rasgo mis ropas y me cubro de ceniza. Y espero que las abejas vuelvan y me lleven lejos... Te lo pierdes, roca. Mas sobre tí bato las olas, chupo loquios, deslavo los peñascos y ofrendo la magia de la litobiólisis para que no haya ni una machanga mañera cerca de los Lagos de Texcoco ni en las islas griegas que yo amo. Y mi palabra es la verga parada.

Y yo, Lord Byron, lo confieso a los mares.

Ad augusta per augusta, por el estrecho vado de las prohibiciones, me desplazo hacia la vía de la abundancia. Más allá de la ley, el panal del poeta es la promesa de horchata, tallos de manzanas tardías en el sidra amargo de la historia. Duelen como picaduras de serpientes en las Tierras del Aguijón, pero, desde el viernes en el atardecer, la olla del sábado, en cubierta de adafina, su placer me propone y los horchateros de las lilifloras, resquebradores de las hijas de Adama, a achupalla somos llamados. Somos herederos de la consolación y la miel, in consolatoria castitatis.

In cestus, ella es la mía. Tamar es mía. Catherine es mía.

Mis enemigos dan falsos testimonios de hombría. Beben del orujo pisado. Se emborrachan con mezcal. Cabalgan, a restregón de polvo y arena. Blanden las espadas. Cortan cabezas. Son siervos de sus escudos. Prefieren a las abejas muertas. Apezuñan los desperdicios como pordioseros. Se traen los grandes botines de naciones oscuras. Yo no.

Quiero mi reina viva, mi cuerpo sin tatuajes y sin cicatrices y no digo azalás, sino versos altivos, dulces y calientes, porque estoy a la caza de azúcar. Me yergo sobre las piedras calientes. Y levanto el relámpago que quema las aguas de los cielos, con golpe genital de aliento. Yo me acuesto, borracho de apetito como Noé, y llamo a las niñas hasta mis costillas. Cáeme, putilla del Olam y, así amanezco sobre la tierra nueva, donde se beben las aguas sagradas... ¡Las aguas primordiales de Nefertem!

Yo soy el corsario de los arrumacos, íncubo azotador de nalgas cercanas, el que estira la mano cuando estás más sola, in cestus, y bebo el vino dulce de azancaderos profundos. Soy el avispón carnívoro, de abdomen amarillo y fajas negras; el que maldije la azoofilia y vuelo a la sahajiyas como arlequines de Cayena. ¿Me conoces, canija?

Ahora, te anuncio, yo soy Lord Byron.

... Puedes llamarme, Childe Harold, Catherine.

No digas a nadie que soy Lord Byron. ¿Te gusta que diga mis versos? Los suyos como míos. Me sé muchos poemas suyos y te los digo como si fueran escritos con la punta de mi glande. Todos los poetas somos iguales de tercos. Me pueden desterrar y ya no estaré más en Londres. ¡Y qué importa morir en Londres o en Coyoacán! Absalom me hallará, me matará y luego Joab matará a Absalom. Y la muerte estará en todos lados, excepto aquí, en la luz del sótano y en el cuerpo de Wr, el Gran Uno. Y yo muerto, seré tu recuerdo conchambroso. Y en mi dolor estará el placer de ambos. Y mi dicha pagará el precio más audaz y más tierno, porque te amo.

En realidad, si me alcanzaran los demonios, moría en Grecia...

¿Catherine, tú oyes voces como yo?

Es tu imaginación, hermano mío.

Recuerda, yo soy Lord Byron y estoy enamorado de tí. Soy el poeta.

«¿Quieres jugar a que eres Augusta? ¿Quieres hacer el amor conmigo?»

Soplamos el viento del placer y botamos a estribor la barcarola. Pertenecemos al agua, Hels, Halia, como borbollones.

El arte, la gloria, la libertad, se marchitan, pero la Naturaleza siempre permanece bella.

Tú eres la Naturaleza que yo conozco: agua de la mar, salada y venenosa, embravecida y serena, cuando quieres. Si no lo eres, atrévete a serlo alguna vez y serás mejor poeta que yo. Te llamaré, Alfonsina del Mar. Stor...ni... que... me... ator... nilla... mi torni... quete...

Desde los primeros estallidos, Augusta, me díste lo mejor de tus colchas de arrecifes, el magma de tus rocas antiguas.

También fuíste dura. Mas con pujazos litobiólicos, te abres. Te derramas... Tu dulzura no se da para cualquier boca. Alguien tendrá que darte los versos que jamás se leyeron en la plaza ni aplaudieron las moscas. Tus volcanes no se han derramado sobre cualquier vientre. Tú me elegíste y yo te llamé mi sanguijuela favorita. Tú, gusanilla de la mar, recibirás mi ofrenda quemada.

Litobiólisis: roca disoluble.

Ahora no tenemos más perfecto lenguaje que el amor, Eva y androginia, mi varona de laja ostea, la que nunca será ni padre ni madre, sino alma gemela de mitocondrios y oosferas. Tú, machandra, gineceo lácteo. Tú, Mitocondria, madre del Uno pluralizado.

La miel no es terrestre. Es leche amiótica, marejada de aguas eternas. Tú fluyes sólo entre las selvas de adhaerenthia que yo tengo en el pecho cuando recibo tus dulces y fascinados gestos. Mis poros se dilatan porque tu piel es agradable. No suda tu cuerpo húmedo para los cañocales. Tus ríos no se conectan con ciudades.

Campesina, danza. Baila para mí, sin pantaletas.

Cuando se quiebren los albores y veamos cirros, amanecerás conmigo. Guisaré alcachofas sobre tus senos mientras tus bragas de picote se deslizan entre tus muslos. En tí, no habrá complicidad con los canallas. Ni culpas ni pesadumbres. Nacíste para encontrar todo en tí y añadirme a tu mundo, sin temor al dolor y al sarcasmo. Sabrás que para mí se almacenan tus huesos, tus frutos, tus mieles y que yo soy al-gurfa de tus cosechas, vigía de tus molinos. Seré tu alhondiguero.

Tú sabes jugar conmigo. Eres mi juguete favorito...

Quizás, durante estos días, te codicien los dueños de la variococele y los fusiles fláccidos, que se recetan pergonal en las farmacias. Varones que no creen que el deseo y el intelecto son libres, te llaman. Entonces, vacilarás entre ellos y yo. Si así fuera, ni me perteneces ni me gustarás. Te aborreceré como aborrezco a las moscas.

Tamar chorrea miel de sus jarras juveniles y yo, no otro, soy el amante de sus glándulas de cera. Doy vuelos de adiestramiento en el décimo día. Superviso los servicios de guardia a la entrada de la colmena. Los obreros estériles están en la Zona Rosa. Trabajan para los dueños de estrógenos domados y las machangas mañeras.
Cuidado con ellos. Son como Absalom, Augusta.

Son abejillas neutras, eunucos amarillos, que van a los altares de anedonia. Ammón es distinto. Es autócrata: cuando tiene dinero te da grandes propinas, culiadas en los oscuros amasiatos de las ínfulas, por una sartén de hojuelas de tu incierto sentimentalismo. Después te aborrece con gran aborrecimiento: Echad fuera a esta mujer.

No creas que Absalom te quiere más que yo, o te quiere más que Amnón. A él importa la honra lavada con sangre y la primogenitura de su turno entre los que chupan loquios de tu chango. Es venenoso como todo fedeyín lleno de celos. Mata a todos los hermanos que se aman. Ni come ni deja comer.

Y yo te amo. El lo sabe. Me recluyó en la azotea y me lanzó a la bruma fría de las noches de El Káder. Te prohibió para mí. Por eso, vago y publico el secreto de mi dicha y la tabla horizontal de mi deseo. Bebí a pico de jarro de la ternura en bruto: ¡el néctar de Elohim, la santa leche! y Tamar me dio su cuerpo que es para mí el único pan. Tamar será feliz conmigo únicamente. No temas a las prohibiciones. Yo no temo.

En nuestra al-qubba, que haya tertulia de besos. Conciliábulo de burbujas marinas y pólipos. En tu cuerpo, que haya un hoyo con agua de riego. Que mi semilla se retenga en el alcorque. Desde entonces, como ahora, te necesito y te quiero para el gozo de mi avatara... Ayúdame. Conseguiré la nave. Zarpa conmigo. Dejemos las tierras secas.

Ayer hallé todas mis ropas rasgadas, mucha ceniza sobre mi cama. Volví a pedirte: Acompáñame.
Recobra mi cuerpo. No ví mi cuerpo por ningún lado. Te ví, pero no pude verme.

«Yo te veo, hermano mío».

A lo mejor, es el cuerpo de Lord Byron.

Yo no veo mi cuerpo; pero, en alguna parte, mi cuerpo está lleno de deseo.

Entre los que alcanforan sus túnicas para llamarse santos, incorruptibles, asexuales, putos, célibes, hieródulos, mujercitos capados, jotos, maricas o lilos, dicen: Dolor, dolor, murió la proteína. Réplica de sombras cae sobre los ríos. Se acabó la analepsia. Pero: ¡qué importa lo que digan los que no son poetas! ¿Qué son para tí, reina del in-cestus?

Sus corazones no florecen y no hay lenguaje exagonal en sus colmenares. La miel la provocas tú; ¡cuando te mueves! ¡tú cuando me enlazas a las raíces del musgo, tú cuando tu ombligo está en mi boca!

Amnón a montarla cede... y qué ridículo se mira. ¿Lo recuerdas, Tamar? En la recámara, estuvo enfermo. Enfermó de mañas. Yo no te engaño. Abejeo en la colmena, a placer: ¡me han crecido larvas por cabellos y me nutro por chupar de la miel! Por cerebro, tengo escarcha de polen. Hermana, mi cuerpo está embrujado, no por otra cosa que tu cuerpo.

No me mientas, hermana. Ayúdame, ayúdame...

Dueño de la palabra exagonal, geómetra del polvo, el poeta pide as-sukkar a su panal y oye pasos sobre la azotea. En el terradillo, alguien masca el carbono, licua el oxígeno, hidrogena la remolacha. Destalla las rosas hasta formar los cristales de la azucena. Y yo superviso porque los que tienen mujeres de algofilia son lentos, indiferentes, cómodos sin sudor, tibios en acrasia y las regatonas son iguales que ellos, agares de Abraham. No tienen prisa, no sufren por el placer. Se amortiguaron.

En vida está muertos; en la muerte, vegetan su vida entre criadas.

Angel a gâthas, secuestrado, se me tuvo en otras casas, por envidia... para que no viera el amanecer. Ni me lanzara a los mares, como corsario lleno de energía... ¿Quién, si no yo, mamaré la lactosa de la nenúfar? Pedí mi torta redonda y quedé alcorzado sobre el tálamo. ¿Cuando vendrá la santidad en forma de una Gran Chocha peluda?

¿Cómo puedo ayudarte, hermano mío?

Halla mi cuerpo. Encuéntralo. Quiero volver a él.

¡Es terrible ser Lord Byron!

'Tis solitude should teach us how to die!


Cállate y mírame. Soy tu hermana, ¿no recuerdas?

Si eres Augusta, estás llena de glucosa. Eres la bem plantada, la que tiene hojas alternas y cáliz persistente, Rizpa de frutos carnosos, emperatriz del archetypum, la alada, la jalable...

¿O eres Tamar?

Ella tiene por útero la vía de la abundancia. Su vulva es arqueta de Palencia, cofre de arqueoplasma, donde mi aguijón se guardó como cuello del grifosauro y tornillo sin fin. Derramada al intestino, mi verga hallará las cortezas de tu arquezoico submundo. Quédate. Cierra las puertas. Que no entre el mundo.

Cuando Eurídice se acuesta sobre mi lecho, mi serpiente se levanta. Se come las hojuelas de miel, escamas siderales y estrellas del gozo. Entre sus muslos, mi lengua es arista del cascabillo que lame los versos de entrañas proteicas. ¡Qué importa que un enjambre de abejas salga de su charca de orines y me amargue los labios! Es la Meona de mis sueños y sus meados me saben a jalea real...

Lilium candidum, consolado poeta del trapiche. En la azotea, ví que conspiras como reo y obrero del Averno. ¿Serás el macho que conserva su aguijón? No creo. Puercos maceguales de azoospermia, obreros de Absalom. Comen el pan ázimo y se atragantan con la hostia.

¡Pobrecitos! No aprendieron a lamer las pizarras cristalinas de la Venus azoica. Por eso, ya no eyaculan su esperma sobre el gneis. Viven en tierras frías, sin sostener erecciones en Azizia. Se conforman con los ídolos muertos. Serán amantes de hembras extrañas, con huesos de nitrato y azófar. Se masturbarán con alfileres y hojas de avellanos. Enseñarán el cobre. Son avispones amarillos, expulsados del paraíso de glucosa. No volarán. Gemirán en las azoteas mientras yo miro el cielo y los maldigo. Vivirán en camuflaje de plumas, como piojos y sabandijas. Conspirarán. Matarán a todos los hijos del rey David.

No son ángeles, mensajeros. No son más que alillas de gusanos.

Son hambrientos del Tercer Mundo.

El poeta, aunque preso, no vivirá en Aornos. Lo recluyen en alacena de sales: Calla. No te angusties. Tu hermana es, se le ordena. Dan para él cierta condena de silencio y él, a más condena de silencio, más feliz y poderoso. Trajo el aguijón consigo; todo lo demás lo dió por miserable. El aguijón es su palabra secreta. Otros, condenados con él, se averían en al-awariyya. Esconden sus cabezas como avestruces. Y se resignan cuando les reclaman: «No se angustie tu corazón por ésto».

El poeta nunca se resigna. Nunca. Nunca. Nunca.

Yo, Lord Byron, el zángano, falsamente acusado y preso como lilium candidum, soy el heredero de mi hermana, piedra caliente del útero de Azizia. Quise, sin renuncia, a la niña del augmemtum, a la Augusta, a la que crece como el soplo del aura, a la que se orina en la cuna... pero sus meados me saben a jalea real...

Aquí estoy, con mi aviada provechosa, y hago del avío dos mandados. Estabilizo la cola de Eurídice, echándome al plano de deriva. Con el timón, desafío las profundidades y manejo al borde de fuga con mis alas.

Susténtame en tu barquillo. Voy sin aire, confiado a tus alerones, hermana del amor. Pícame con tu clítoris, Augusta de las abejas.


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Publicado en Mizares: 2000 /
Leyendas históricas y cuentos coloraos

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