Tú pudíste hacer algo y nada hicíste.
En tu entorno había inocencia y se pedía una voz
(y pudo ser la tuya) y no lo fue.
Ellos quedaron irrepresentados,
en oprobio. Al final, condenados,
castigados, perseguidos, infamados,
exilados, desaparecidos y, ¿tú?
a cuerpo de rey, hecho un corcuño
en pliegues de la indiferencia,
tocando fondo en el descaro.
Esa es la agresión pasiva más cruel
que la mentira y la moral del arcollano;
la Mano Invisible
con el cuchillo visible, palmario.
Y tú tan tranquilo pues.
Ni el asesino empedernido mostraría
tal sangre fría, la tuya
con el rostro y los brazos cruzados.
¡Ay, cómo los impávidos son!
que matan de ese modo! y no siendo tontos,
se acorbadan, traicionan, sin estar en peligro!
¡Cómo son! Con abrir la boca a tiempo,
habrían puesto al desvalido a salvo,
habrían concertado a quienes organizan
el socorro, la defensa, el altruísmo,
pero son agresores pasivos.
Y no hay guerra que no tenga a uno
de ellos en su horizonte: allí,
son como el cómplice, el cobarde,
el que pasa de largo, el silencioso,
Mas se le entregará una parte de la guerra.
A quien sembrara la brisa inconmovida,
que le llueva, que del obsoleto viento
de su cobardía, tenga cara y reciba
la tempestad resultante. Venga al luto:
coseche el agosto perjudicador
del saldo amargo.
El Libro de la Guerra
___
Cuaderno de amor a Haití / La Naranja / La Carlita / Indice / Novela: Berkeley y yo / Crítica a Berlekey y yo / ComunicARTE /
Tuesday, October 14, 2008
Agresión pasiva
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment