Tuesday, October 14, 2008

Agresión pasiva


Tú pudíste hacer algo y nada hicíste.
En tu entorno había inocencia y se pedía una voz
(y pudo ser la tuya) y no lo fue.

Ellos quedaron irrepresentados,
en oprobio. Al final, condenados,
castigados, perseguidos, infamados,
exilados, desaparecidos y, ¿tú?
a cuerpo de rey, hecho un corcuño
en pliegues de la indiferencia,
tocando fondo en el descaro.

Esa es la agresión pasiva más cruel
que la mentira y la moral del arcollano;
la Mano Invisible
con el cuchillo visible, palmario.

Y tú tan tranquilo pues.
Ni el asesino empedernido mostraría
tal sangre fría, la tuya
con el rostro y los brazos cruzados.

¡Ay, cómo los impávidos son!
que matan de ese modo! y no siendo tontos,
se acorbadan, traicionan, sin estar en peligro!

¡Cómo son! Con abrir la boca a tiempo,
habrían puesto al desvalido a salvo,
habrían concertado a quienes organizan
el socorro, la defensa, el altruísmo,
pero son agresores pasivos.

Y no hay guerra que no tenga a uno
de ellos en su horizonte: allí,
son como el cómplice, el cobarde,
el que pasa de largo, el silencioso,

Mas se le entregará una parte de la guerra.
A quien sembrara la brisa inconmovida,
que le llueva, que del obsoleto viento
de su cobardía, tenga cara y reciba
la tempestad resultante. Venga al luto:
coseche el agosto perjudicador
del saldo amargo.

El Libro de la Guerra

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