Fue el día que comenzó la guerra
que me dijeron estas cosas y que mi propio corazón
me mostró al enemigo.
Yo había nacido entusiasmado, no con una idea,
no fue con una idea, fue con el convencimiento
libre e interior, espontáneo y feraz
de que en mí había un Señor Bueno,
el Gran Mahadeva, el Siva, Shiva, divinidad
en el hueco de mis poros, divinidad en el resuello
de mi aliento; yo lo llamaba Devadideva,
yo lo llamaba El Sin Forma, Sin Tiempo, Sin Espacio.
Lo quería con ese amor puro, secreto, misterioso,
que la inocencia da. Lo alojé en mí, diciéndole:
Toma el intersticio de mis huesos.
Tú no tienes espacio; yo te doy mi espacio.
Toma el latido de mi corazón, házlo ritmo
y reloj y diapasón; yo seré Tu Tiempo,
Paramenshwara, Dueño Supremo.
Yo no estaré vacío, Señor del Universo.
Ningún otro, entre los mortales, te llamaría
Vishweswara, si dejara de alojarte
y dijera: No hay manifestación que te contenga.
Mentira: Primero tendría que negarme a mí
y yo Existo y eres tú quien mis formas penetraste.
Eres tú el eterno y el infinito que me conoció
y entró a la casa de mi espacio, al territorio
de mis palpitares, al bohío de mis dolores,
a la soledad de mi patio y al camastro
de mi alegría pequeña. Por eso me he sentido
poderoso; tú borraste mis límites, tú fructificaste
mi tiempo, Mahakala, y te hicíste Señor de Todo,
sí, Señor de todo lo que tengo, Sarveshwara.
2.
Fue el día que comenzó la guerra
que mi propio corazón me mostró al enemigo.
Entonces, llegaron a instruirme quienes no pueden
describirte; los que dicen que no te manifiestas.
Que no te relacionas a la Tierra.
Que nada sabes de Uma, el Agua.
Que nada te importa, el Fuego, Bhairava.
Y, por tanto, no flotas en el Aire, Naidi.
Contradijeron el sentimiento mío:
que yo te dí el Espacio / Sadasiva / mi espacio
de intersticios en mis poros, mi espacio
de coyunturas entre hueso; yo que te llamé
Hueso Sacro / y ahora y de momento estás expulso.
No sé con qué credenciales llegaron a pedirte
el desalojo. Que te vayas, Señor Shiva,
Siva Bueno, si vas o si vienes, Mahadeva.
3.
Fue el día que comenzó la guerra
que el enemigo vino y te dio el nombre que me díste
Inocente; vinieron a rescatarlo (¿de mis manos?
¿de mis huesos? ¿de mi alma? ¿de mi espacio?)
porque dijeron, Gran Señor, que eres Bholenath.
El Dios Inocente con el que cualquier mataperros
hace ciscos, el Dios espontáneo que nace si te sufre
el Alma, la Viuda, la abandonada...
Y ha de ser culpa mía que acaso te retenga
(y tú seas mi entusiamo, y yo tu corruptor,
porque tú eres el Inocente). Mentira:
Inocente fue el nombre que me díste, Siva.
Inocente por creer que eres Señor Bueno.
Inocente por no suponer que eres el Creador
y Destructor de Todo, y sí el que todo lo penetra,
el que todo lo sabe, el que todo lo puede.
Fue el día que comenzó la guerra que me cambiaron
el nombre. Ese día me llamé Pecado, Corruptor,
el que secuestra al Dios que no merece,
ese día te hicieron Señor de la Inocencia
para burlarse de tí y de mí, tu siervo.
Ese día se personaron a quitar mi paz
y hacerme sentir pobre y desgraciado
porque tú eres mi alegría y sin tí
yo no sabría vivir.
4.
Para desalojarte del lugar que yo te dí
en mi alma, los funcionarios adujeron que se quejó
la hija de Himavant y Haimavati, unico ser
que a tí podría quererte y sabe cómo.
Y la llamaron Shakti
y también le dieron otros nombres: Kali,
Parvati, tu Nalga, Durga, la que chupa Tu Verga,
Laksami, la que pasta en Tu Pecho, Saraswati,
la que danza y te enseña el juego
tendida sobre los cuerpos del placer,
en Sambhogakaya.
Mentira: Llegaron a poner vergüenza y autodegradación
en mi consciencia. Llegaron a inventar lo Ilusorio
con sus Mayas, porque el Gran Señor, el Señor Bueno,
estaba en mí y yo era el Inocente, no él.
El me dijo: En tu tiempo, eres tú mi espacio;
en tu espacio, eres tú mi Aire y mi Fuego;
cuando me das de beber, tú eres mi sangre
y cuando eres mi sangre, tu sustancia es mi sustancia.
El Señor Bueno me dijo: En tí me he tejido.
En tí he penetrado; en tí, no estoy solo.
Tú eres uno de mis Tres Ojos.
Tu eres mi Lengua Azul, origenada.
5.
Para que yo dejara de sentirte, Corazón bueno,
para que hubiera una guerra en la sagrada y pacífica
zona de vida, los espantadores de Spanda,
los shivaístas de Cachemira, funcionarios
de mi desposesión me dijeron que eras Divino
y de lo Divino, el aspecto trascendente.
Gran Señor, señor bueno, Shiva mío,
no fue eso lo que tú me dijíste.
Tú no me dijíste que te habías casado
y tenías Nalgas, Torsos, un harem de pastorcillas
a las que ellas suben por tu Santo Nabo.
Tú no me dijíste que eres el Dios del Pene Erecto
y de la Santa Tranca; tú no me hablaste de los Nueve Planetas
ni que a tu cuerpo se adora murmurando Cinco Cantos.
No. Al contrario, yo te enseñé mis propios cantos:
el canto de mi olfato, sílabas de mi olor
y mi aroma; yo te dí el mantra de lo que es visible
y de lo que hago en secreto; con mi mujer hicíste
el amor, te procreaste, porque tú, no otro,
te alojas en mis huesos, besas con mis labios.
Mas aquí llegan los funcionarios del Más Allá.
Dicen que tú no puedes ser definido.
Y mucho menos pensado.
Que se te invoca y es pérdida de tiempo.
Que tú eres materia de fe, porque eres
más sutil que el Aire, más lejano que el éter.
Ahora me dicen que eres un Bailarín de Otro Mundo.
Que en tus cielos se te llama 'Nataraja el del Tambor'.
Que eres una especie de tarado cósmico,
estático y dinámico, y que sin Durga y sus putillas
no puedes vivir, no sabes ganarte ni un centavo.
Fue el día que comenzó la guerra
que me dijeron estas cosas y mi propio corazón
me mostró al enemigo.
14-06-1989 / Indice: El Libro de la guerra
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