Wednesday, October 29, 2008

La víctima diaria y disponible


Vive en un país que defiende la esperanza,
aún no cuajada. Puede que él no llegue ni a los 50 años.
Hay edades límites en su país. En promedio nadie
vive más de eso en la Tierra de las Montañas
y los viejos dioses arahuacos.

Menos de un tercio de la gente sabe si habrá
qué comer ese día, esa noche, a la siguiente mañana.
Vive en un país donde el hambre se halla
dondequiera y se agradece una limosna al pordiosero.

La mitad de la gente no sabe lo que es agua potable.
La mitad de la niñez, en cualquier pueblo que vayas
si estás tu en la tierra de ese hombre, es desnutrido.
Dos terceras partes de la gente allí siquiera ha visto
un bombillo. La electricidad es un invento
que conocen tan pocos, es cosa de extrajeros,
es cosa de maestros, es un evangelio del futuro.

Es que los pobres del pueblo
(al que este hombre
pertenece, a su defecto)
a la electricidad jamás se dio acceso
y lo que sobra, como sentimiento,
es el coraje que vuelca a casi todos
a las calles a gritar como rebeldes.

El precio del arroz subió un 15%,
el desempleo no baja y la presencia
de tropas origina más fastidio que orden,
porque el odio es lo unico que parece abundante
en un pueblo como éste, donde la ONU ha invitado
dizque en misión humanitaria
a 9,000 efectivos de metralla al patrullaje.

Son soldados blancos que vigilan a negros.
Todos dispuestos, por mandato,
a quitar de las bocas su grito de protesta
y de esperanza: el negro que camine silencioso
o que no provoque. Le sobraría un balazo en las sienes
por la ONU, por la FAO. Son razones y mandatos
humanitarios simplemente.

El hombre vive en un país
donde ser negro quiere decir salvaje
(donde la crisis energética es no sólo asunto
del combustible ausente, sin luz eléctrica
en las calles ni en las casas. mienta la energía
que roban los vampiros, hambreadores).

Aquí nadie da trabajo ni construye.
Aquí se hará corrales [para que sobrevivan]
pero no infraestructura. Y es lo que observa
este hombres con las ganas de irse...

Nadie ofrece su fuerza productiva, su mano
anhelosa de trabajo, más barata
que el haitiano y la sociedad capitalista mundial
proteje a su manera ese recurso, dice que
hay que tenerlos en observación humanitaria;
no permitir que tengan satisfechos apetitos,
panza llena, amores por el lujo,
las gratas conveniencias.

Se necesita un esclavo, técnicamente libre,
pero siempre dependiente y disponible...
Un hombre que camina la ciudad de Puerto Prince
medita en todo ésto, lleno de hambre
y también de esperanza.


14-07-2000 /
El libro de la guerra
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