No tiene mi ser / ni mi persona / ni el árbol
que ha crecido en mis jardines,
abstracción que sobreviva.
Mi realidad no es absoluta, mis pobres huesos
son como un tronco derribable y cuando cae se pudre.
Todo lo que me une a otros son como hormigas
que muerden por su propia causa, quieren vivir
también, pero me pudren...
Y lo que creyó que estaría tan vertical y erecto
se derriba, cesa ante otras causas y necesidades.
Todo lo que tengo en común con otros
es sólo relativo. Ni mi unicidad se exime de peligro.
A relacionarse a mí viene el bueno y el malo,
el que me bendice y el que afrenta mi sombra
y me niega raíces en su mundo.
Pero yo quiero tener el ser, o forjar algo que sea
el fundamento de toda relación posible.
2.
Quiero escuchar la voz pequeña, anónima,
nacida tan profunda, que no sé de qué ha nacido
ni por qué en mí buscó cobijo; se hizo, sin meditarlo,
mi esperanza y la reclamó la realidad como un recurso.
¿De quién más lo es, aunque yo no lo quiera?
¿Nació lo real para quitármelo todo?
¿De quiénes la esperanza se hizo amiga si a menudo
se disfraza de cinismo, de voluntad contra sí
y de silencio duro, tan incomunicable?
Ví el afán de cooperación mutua irse tan lejos
que me quedé sediento de compromiso voluntario.
Aún así, yo la llamé en dias de angustia.
Oírla quise cuando estuve en mi final
tan quebrantado, oírla en el comienzo
cuando la muerte es lo único que queda.
3.
¡Qué bien me hizo vivir oyendo
desde la autarchía lo que tiene sus límites
y se gobierna por ellos, porque cada árbol
tiene su raíz, aunque beba de las mismas aguas
debajo de la tierra de las que beben todos!
¡Qué bueno que soy hedónico y disfruto
esas aguas, sin que pretenda quitárselas a otro!
Algo en común tenemos quienes no competimos,
aunque seamos en el mismo bosque, o nos veamos
de árbol a árbol, como bocas utilitarias
que chupan de la tierra para sobrevivirse!
30-03-2002 / El libro de la guerra
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