... ¡Retorna eternamente el hombre del que estás hastiado, el hombre pequeño! ¡No sigas convaleciente, sino sal afuera, donde el mundo te espera cual un jardín... ¡Sal afuera, donde están las rosas y las abejas y las bandadas de palomas! ¡Y sobre todo las aves cantadoras, para que aprendas de ellas a cantar!: Federico Nietzsche
Campesina, no quieras tanto
del Primer Canto, ¡sal y aprende
el poco del ave cantadora y el poco dulce,
aún no hastiado, de la abeja, y convalece
mientras sigue esta mentira mezquina
de las trincheras, vestidas de conformidad.
Armonía entre razón y ser
no habrá en tu cuerpo serpentino
ni aún en los Valles de Tempé.
Tu boca es para el vino de los labios
y tu ser un devenir, igual que el mundo.
Se palpará la sabrosura blanda de tu púbis
y danzarán contigo, cantadores como yo,
que han visto tus caprichos, tus pupilas,
tus palabras que sanan, tu dulzura que duele.
Sílice del deseo, ¡sal de tu cueva,
recoge tus pedazos, nodriza del lamento,
ayúdate para yo ayudarte, con mi pequeñez!
y ser grandes en la Gran Madrugada.
Cuando no mueres no hay paz,
pero, en el gran año del Devenir,
eres todos los deseos y las posibilidades
y Apolo, educador de los hombres,
aprende de tí la ambición que no se agota.
Te busca en la nostalgia, en juventud inocente,
en salvajes gritos que abren tu carne
para besar tu sexo, tu primer amor.
Para poder ser de otro modo,
abandona la madriguera y la ceniza
y el viejo amor, caótico,
por la perpetuidad del ansia.
09-08-1980 / El libro de la guerra
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