Monday, October 27, 2008
Una batalla victoriosa
Yo me he acercado a otros a preguntar
lo que no debo. Me temo que ya sé lo que contestarán,
pero hago de mis tripas corazón y lo pregunto.
A veces uno se accede, toma el riesgo y la disyuntiva
hasta la piensa uno cruel.
Alguien tiene que hacerlo aunque haya miedo.
Uno tiene que ser guerrero y a veces ir al abrazo,
a la mesa, al espacio del rival. Es la batalla,
siempre humana y social. Hay que hablar
con el corazón como único disparo.
La vileza contra otros termina mostrándote
la ruta, una opción, la esperanza,
o en el peor de los casos, un peligro.
«Usted tiene varios hijos en el abandono,
vengo a preguntar por qué», he preguntado.
«Usted castiga con demasiado rigor y se le tiene odio,
¿por qué tiene que ser así?, lo pregunto
porque alguien todavía lo quiere. Usted no está tan solo.
Si usted cambiara, alguien dirá que lo ama.
Usted matará el miedo», le digo.
«Vengo a ofrecer el mejor de los poderes.
Está en su mano tomarlo; será más justo y deseado
con el poder que le ofrezco. Es un poco de amor
que ha estado disponible y no tiene usted todavía».
Y resulta que uno de estos hombres, el que ha sido
en extremo miserable, egoísta, un déspota conocido,
me ha escuchado: «No deje que el amor desaparezca»,
fue lo que dije. Siquiera fueron las palabras más sutiles
que me sé. Este acto pudo ser mi suicidio.
El culpable sabe que lo es y se arma con su voz
y su sordera; pero la verdad comunicada lo conmovió.
Yo disparé primero. El me esperaba mudo.
Conozco emplazados como éstos y temí que me mandaran
a matar y no lo hicieron. Al contrario, se sinceraron
con la verdad que comunico. Son las pocas veces
que digo, tras un acto guerra de los míos,
«He vencido» y a mi víctima la remato con abrazos.
11-02-2000 / El libro de la guerra
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