El dominador afila su instrumento.
No importa si es real, no importa si ficticio,
él inventará el pensamiento
que justifica la cosa, su índole de ardid,
su resultado cómplice.
El hundirá el punzón en crédulas collejas,
en lo crucial del nervio.
El dominador todo lo armoniza
con descaro: controlar el pensamiento
en la no-existente dicha que te dona
y dice: «Esto no duele; no duele».
En la no-identidad que te deja vacío,
ausente estás de tí mismo. En tenue desamparo
se te inyecta: él te inventa. Serás el dominado.
Y el dominado se acomoda en la modorra,
se subyace en la caverna de las sombras
con ilusión de que ya no existe el sufrimiento
ni la necesidad que nombra la miseria
ni la miseria que se nombra con lenguaje.
El dominador afila el instrumento
y el instrumento es el lenguaje mismo;
pero, en el habla que le sobra, el dominado
enmudece; esconde su propio espejo de palabras,
su propia imagen, su voluntad, umbral del dolor
que es todavía posible, su gusto:
es un ente programado a no sentir,
aunque lo estén matando, a no pensar
aunque se extrañe SI MISMO
si descubre la agonía.
03-07-1998 / El Libro de la Guerra
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Wednesday, October 15, 2008
Dialéctica negativa
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