No es un mundo quimérico, sino un mundo de existencia bruta ya elaborado y organizado en posibilidades rutinarias por la elaboración de otros. Esto me abre dos modos de ser decisivamente opuestos: el ser auténtico enraizado en el sentido explícito de mi situación (Befindlichkeit); y el ser inauténtico que se mueve automáticamente por las roderas y senderos trillados del mundo organizado... El esconderse de uno mismo en las muchas formas de la existencia es inspirado por el temor: Martin Heidegger
El país por fascinado no pudo moverse: Néstor Barreto
El público abarrotó un edificio de dos pisos. Oyentes, más que militantes, compartían usos, juicios y opiniones establecidas sobre la patria y el autonomismo que se asimilaron a las formas generales de la existencia colonial. La colonia fue como el primer piso del auditorio; el segundo piso fue una proyección experimental, descrita muy cuidadosamente por causa de la finitud de esa voz, su hablar, su consciencia que fue y es ser-existir-ahí. Allí. Estamos aquí reunidos... con la voz del líder, la voz-de-todos y cada uno se movió por las roderas de lo trillado y los caminos de lo permitido. Este día se dice todo (el mundo) se sintió feliz y tan eufóricamente patrióticos. España había oído / dado la mitad de lo que se le quiso decir, desde las asambleas previas en Ponce y en Caguas.
«¡Viva Práxedes Mateo Sagasta!»
«¡Viva!»
«¡Viva el Pacto!»
«¡Viva!»
«¡Viva la madre que nos parió!»
Silencio.
«¡Viva España!», corrigieron.
«¡Viva!»
Toda la vida, temporalidad y cuidado, que habían sido los afanes políticos de este público, estuvo con la compañía respetable de sus caciques y prohombres de turno; cada cual, cada uno, huyendo de la responsabilidad personal que fue la libertad, la patria en libertad. Allí nadie hablaba sobre la independencia. Ni de que hay una libertad, como realidad metafísica, que el hombre ama para sí y para otros, sintiéndose tan digno que juzga con ella su salvación, su origen y plenitud de destino. Nadie dijo que Puerto Rico es, o desea, o tiene un ser-nacional. ¿Quién echaría ese secreto a la calles de España? Ninguno que estara allí.
Desde los tiempos del General Romualdo Palacios, se dice que más vale que se ande con cuidado y que se pise sobre terreno firme. El credo autonomista de 1887 fue la razón para que comenzara su saña persecutoria y echara chufas hasta contra el más inocuo e inocente de los paisanos.
«¡Mas no teman!», dijo Miguel Antonio Serrano, del barrio Guatemala, septagenario a la fecha. «Hoy nada nos perturba. Somos sagastinos. Un prócer generoso, pro-ultramarino, nos ampara. Navegamos en buen barco liberal. La angustia de Puerto Rico se ha borrado de la geografía».
Serrano había visto los abusos y atropellos de cinco o seis gobernadores antes del General Palacios, que fue el más odiado de los que maltrató a los borincanos con el componte en el '87.
Dijo, por ejemplo: yo ví gobernadores de Bandos Negreros, de Policía y de Libretas; se dice, pero yo los ví con estos ojos que se han de comer la tierra; sé lo que es comer un pan seco como si hubiese sido esclavo; yo ví este pueblo antes que Juan Manuel Sagardía se casara con Doña Margarita Alers, yo ví su ventorrillo de 1849, cómo fue creciendo hasta volverse la Co. Laurnarga, prestigio en España; yo ví la despulpadora de café de Santiago Acevedo, yo ví, yo oí, yo... se dice, pero yo ví el miedo y cuando nos sacaban los hígados... y hubo que mandar a callarlo, porque, por mucho ver, se le habrían de gastar los ojos. Este día lo querían de fiesta. De mitaca y frutos. De tambores y maracas, «aunque 'ancha es Castilla', ya lo sé».
Se invocó a los hombres de praxis, los hacedores, y de ellos había pocos. El horno no estuvo para galleticas.
Los verdaderos hacedores, de un modo u otro, fueron considerados tiparracos ya que predicaban, en nombre de la vida moral de la anarquía, una sociedad sin el poder del Estado. El tipejo que no tuvo riquezas al menos aspiró a tener su comunidad de vecinos para darse apoyo y para que le comprendiera. Aspiró a su reciprocidad. La vida es comunidad y amor. Por amor, se entiende el conocimiento respetuoso de lo que piensa y hace el prójimo. Pues bien, en la Asamblea nadie se acordó de ellos. Que al Pepino llegó uno que otro socialista libertario. «Eran pocos, pero parió Catana».
Hablaron acerca de Lino Guzmán, un maestro, de Sagardía, masones y espiriteros kardecianos. Mas el Público demandó (y por voz de Demetrio Hernández adujo) que, «aún teniéndolos en el corazón, más vale que pisemos con cautela, con ágiles pies en tierra, porque hay futuros muy abiertos que se escapan. Los generosos sueñan en demasía y hablan mucho sobre la muerte. Por eso se caen. Se derrumban los sueños y deliran con la existencia bruta, no ya con conceptos».
«Hijos de la piedra, aquí tengan la limosna, pero a callar», dijo Ignacio Nuñez, autonomista de Hoya Mala.
No se supo si aplaudieron el humor de Nuñez o la setenciosa oratoria de Hernández.
Tampoco se dejó que se recordara a más de quinientos encarcelados tras el Grito, ni a los patriotas que murieron en las cárceles. Las posibilidades de patria que ellos / luchadores y hacedores auténticos / patriotas de osadía / sustentaron, ni en teoría, sobrevivieron, por causa de este Auditorio del Vivas que se enterraba hoy en la existencia masiva del Pacto.
Ahora, en la estructura impersonal de la vida social, aún siendo finitos, Miguel A. Serrano y el enorme público de correligionarios se sentían capaces de elevarse, arrancar vuelo, fuera de sus cotidianas timideces. Para instaurar su orden en el caos y que comenzara todo de una vez, se pidió la presencia del muy respetable Don Manuel. Explicaría qué cualidades son requeridas para las candidaturas y cómo y cuándose serían electos a la direccion local del Comité Local del Partido Autonomista sagastino.
«¡Viva don Manuel Rodríguez Cabrero!», reclamó Serrano aquel día, casi a las 10:00 de la mañana, del domingo 21 de marzo de 1897.
El orador es hombre local. Comerciante rico. A fin de ganar solidez y seguridad para el proyecto, el gran experimento de libertad («ser-en-común con España»), se resiste a la posibilidad de que sea regañado. «El prócer (se refiere a Muñoz Rivera) pide que elijamos a quien represente lealtad, prestigio y ejecutorias ante nuestro país». ¿Quién puede ser? Aquí, en el Pueblo del Pepino, por la debilidad orgánica del sentimiento nacional, pocos son los prevalidados con cualidades personales de ese tipo. Sabe que el hombre no es malo (tampoco bueno por naturaleza); él es pragmático; «no sea que un seguidor, falto de unos cuantos tornillos, no dispare un chícharo por la causa y rehuya las responsabilidades».
Lo sabe bien. Van a fundar el caudillismo político y el prócer, quiere que se trabaje, en una conformidad necesaria a lo que el Partido Liberal Español, dispuso y bueno y conveniente será que no se rompa con este modo de existencia. Todos tenemos algo que perder y estamos sujetos al regaño, a la crisis, en el peor de los casos. «España nos brinda la oportunidad de ser como muchos españoles, cuando no todo es posible. En el seno de este abrazo que nos tiende desde Madrid, hallaremos el confort y la seguridad», dijo.
Ninguno dijo, ¿qué hay que hacer? porque los actos como posibilidad son particulares y otros pueden juzgar que son desobediencias. En el bloque, en los círculos del prócer y el cacique, lo propuesto fue claro: el caudillismo político muñoriverista opone su plan al de otro clan que le imita. Barbosa propuso una alianza con el Partido Ortodoxo Puro de España.
«¡Retrógrado!»
«¡Viva Práxedes Mateo Sagasta!»
«¡Viva!»
«¡Viva Muñoz Rivera!»
«¿Cómo se va ese negro allá a las Cortes y habla en nombre de todos nosotros? Es un atrevido».
España más que madre-patria, ahora por loas de Rodríguez Cabrero, era una madraza consentidora, tauca de mimos y amores. Aquí, reunido en el comité, tenía con su batea de babas a más de un centenar de crédulos admiradores que, de pronto, aplaudieron hasta sus suspiros de enjudia retórica, estilo que a su propio hermano (Luis, o Diabolín) ocasionaba risa y epigramas. De seguro, Luis se habría burlado de las joculatorias declamativas, pasada la mañana del 21 de marzo, pero no lo hizo. Supo de la caída. La gente dio salvas de aplausos y gritos de gusto, se emocionó con saltos y, en fin, desplomó el piso.
Por el peso del gentío, la plataforma de madera tuvo la última palabra.
Una nube de polvo los bendijo. Echaron dolorosas exclamaciones, por brazos y piernas fracturadas, jóvenes y ancianos. Tropas españolas del pueblo dieron un informe oficial cuantificándose 102 lesionados y un muerto, precisamente Ignacio Nuñez, de Hoyamala, cuya espina dorsal se hizo pedazos. Salvador López Santiago, autonomista de Piedras Blanca, se fracturó las dos piernas y Miguel Antonio Serrano, del barrio Guatemala, se defecó en su mala suerte y en la hora en que se le ocurrió llegar hasta esta ratonera, donde por poco y canta el manicero como Pedro.
La remoción de escombros siguió al a la atención y transporte de heridos. En «aquel pavimento de carne humana», por fortuna, hubo sólo un muerto y fue porque los médicos Miguel Rodríguez Cancio y Arturo Navarro corrieron, al punto. Oyeron el estruendo. Y llegaron enfermeras y practicantes de pueblos vecinos, tan presto como fue posible, a petición de Rodríguez Cabrero y el prócer Muñoz Rivera que pidió hasta la inmediata colecta para ayudar a los correligionarios de Pepino.
Moraleja: Cuando los políticos tilden como tiparracos a patriotas ausentes y no dejen títeres con cabeza, por saberse muy unidos y anchos en el cómodo escondite existenciario del anonimato, mejor que no sea despreciada la memoria de la clase pobre ante la presencia de los vivos, temblará la tierra.
30-5-1986 / Indice / El pueblo en sombras
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Cuaderno de amor a Haití / Red Mundial de Escritores / Ante el Ateneo de San Sebastián / El reportero y la diva / Obama / Antología personal / SerPoeta / Sequoyah 2
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